Por Jaime García Chávez
El texto que publico hoy circuló por la redes sociales a mediados de la semana pasada, justo el día que el Senado votó la Reforma Judicial. En tal sentido ya se podría afirmar que es un artículo envejecido, quizás propio de la arqueología. Empero, tengo dos razones que me mueven a su difusión: en primer lugar porque algunas de las ideas que contiene entiendo que tienen vigencia; la otra, nada despreciable, que innumerables personas de la capital del país me solicitaron su difusión. Siendo así va:
En unas horas se deshojará la margarita. De un momento a otro, se sabrá el destino de la reforma al Poder Judicial y los ojos del país miran al Senado de la República. Estamos a un paso del abismo llamado crisis constitucional por el aferramiento y discolería de Andrés Manuel López Obrador, que esencialmente a quien dañará políticamente es a Claudia Sheinbaum Pardo, la Presidenta electa, porque va a recibir una República envenenada. Es cierto: el daño está hecho, únicamente está por definirse la profundidad que cobre.
Las instituciones, diseñadas por la Constitución, en materia de seguridad y justicia, necesitan de manera urgente un cambio de fondo, radical, pero la propuesta del obradorismo no es la pertinente para ese cambio que el país requiere y concierne, además, a todos los aparatos de justicia, incluyendo las fiscalías de toda la Nación.
El daño que hace la obstinación enfermiza de Andrés Manuel López Obrador es mayúscula y, con ese propósito, se legisla de manera atropellada, recurriendo a una línea de argumentación sin sustento para medir la mayoría calificada y, lo más deplorable: la compra y presión gangsteril de senadores está a la orden del día. Son mecanismos propios de un autoritarismo, proclive a la dictadura, altamente dañino para todos los mexicanos. El actual enfrentamiento entre poderes es producto de la irresponsabilidad del Gobierno que fenece y que no permite que otro se instale, paradójicamente, del mismo partido y en congruencia con su legitimidad electoral.
La crisis, por otra parte, ha trascendido las fronteras y fracturado relaciones internacionales, en especial en la zona del T-MEC, que nos incluye conjuntamente a los Estados Unidos y Canadá. En el deseo desmesurado de demostrar su poder, López Obrador ha enfrentado a todos los poderes entre sí, causando una pugnacidad estéril, sólo para alimentar su narcisismo, la intolerancia, que alimenta una falaz hegemonía y tratar, de esa manera, de imponer una visión distorsionada de nuestra historia con el ánimo de convertirla en un nuevo mito unificador de que estamos en una cuarta transformación, que nada tiene que ver con las visión de futuro que requiere el Estado mexicano y que más tiene que ver con una regresión a los tiempos del régimen autoritario del PRI.
Eso explica, aunque sólo fuera en parte, que la revista The Economist del Reino Unido expreso en números este retroceso que en México reporta que se pasó del 11 por ciento al 33 por ciento la preferencia por un Gobierno autoritario a contrapelo del proyecto democrático. Esto se empieza a manifestar en grado de evidencia. La Reforma Judicial propuesta no resuelve los problemas, empeora las cosas, y hará más difícil recorrer el camino a una genuina y pertinente reforma en el porvenir y que, indiscutiblemente, llegará después de la crisis, sea cual sea lo que decida el Senado en estas horas.
El Estado debe, para ser democrático de verdad, hacerse cargo de cada esfera de poder, el papel de la Constitución, sus leyes, la función de los legisladores para que no se crean supremos y el gran papel que están llamados a jugar los jueces al dirimir con sus sentencias los grandes conflictos al igual que los que parecen menores, pero que tampoco lo son porque afectan la vida de millones de personas en lo individual.
Es hora de rebeldía. Es inadmisible continuar permitiendo al obradorismo, que juegue con el país, en calidad de aprendiz de brujo, destruyendo lo reformable válidamente, como se ha hecho en otros tiempos de nuestro país y en otras partes del mundo con éxito. Porque las “soluciones” que trata de imponer el Presidente, no resuelven sino estorban el cambio de fondo que es posible porque México lo reclama. López Obrador creyendo que construye, destruye.
No se puede admitir la Ley del que se cree más fuerte, estos cambios exigen racionalidad y se debe detener ahora el poder sin límites, el político, en especial en este caso y el económico, que también juega un papel clave. Con esta base se puede entender a fondo la lucha contra los privilegios. Ha llegado el momento de entender que el derecho no es el instrumento burdo de la política, en particular de la política que hemos visto en estos días en el Congreso de la Unión, manipulado, por Ricardo Monreal Ávila y Adán Augusto López. En la realidad, en ambas cámaras los discursos son de una pobreza superlativa y la arrogancia de la mayoría actual se muestra sin la generosidad de los que saben triunfar. Recuerden que las minorías también existen, que no necesariamente están en un partido y que no hay mayoría que sea eterna. El monstruo de Estado que está pariendo López Obrador, podrá servir en un viraje de nuestra historia a la derecha política extrema, como ya sucede, actualmente, en otros países y que históricamente han fracasado, en ocasiones con un alto saldo de sangre. Parece que no se dan cuenta.
El derecho ya no se puede seguir pisoteando por la cuatroté, hay que prepararnos para impedirlo. El jurista Gustavo Zagrebelsky, afirmó en su obra “El derecho dúctil”: “El derecho no es un objeto propiedad de uno, sino que debe ser objeto del cuidado de todos”. (Subrayado mío).
De todos: mayorías o mrinorías, poderes estatales, poderes económicos, sin distinciones, de todos.
Desde luego que es un tema sobre el que volveré.