Por Leonardo Boff*
Los países que forman el G20, han creado desde 2017 una colaboración entre las academias de ciencias de los países miembros para proporcionar ayudas científicas y tecnológicas para sus reuniones anuales. El país que hospeda al G20 es responsable de la reunión de ese grupo, en este año es Brasil, donde tendrá lugar la Cúpula en Río de Janeiro en noviembre 2024. El grupo lleva el nombre de Science 20. Sus estudios y debates concluyeron el día 2 de julio de este año.
El tema es “Ciencia para la transformación mundial” y está detallado en cinco ejes temáticos: inteligencia artificial, bioeconomía, proceso de transición energética, desafíos de la salud y justicia social.
Como se trata de algo muy importante, es oportuno un análisis cuidadoso sobre las propuestas hechas a los jefes de Estado y de Gobierno que se reunirán en esa Cúpula.
Al tratar de temas específicos de las áreas de ciencia y tecnología es natural que el resumen presentado en las cinco temáticas se concentre en esas ramas de saber.
Sin embargo, salta a la vista que se trata de un discurso intra-sistémico, sin cuestionar los premisas subyacentes a este sistema. En él funciona el paradigma de las ciencias de la modernidad que atomiza los saberes, es antropocéntrico pues ve al ser humano separado de la naturaleza y teniendo como eje estructurador de su práctica la voluntad de poder/dominación sobre todo y sobre todos. Se inscribe, sin ninguna observación crítica, dentro del sistema del capital, creado por este paradigma, con todos los mantras que conocemos.
En este sentido, en el resumen publicado no se ve ninguna aproximación al nuevo paradigma holístico y relacional basado en la física cuántica (Bohr/Heisenberg), cuya comprensión fundamental es sostener que todo está relacionado con todo y no existe nada fuera de la relación; tampoco a la ciencia introducida por Einstein de la equivalencia entre materia y energía; ni a la nueva biología y cosmología, vistas en proceso, por eso, como cosmogénesis y biogénesis; ni al discurso ecológico que desde su fundador Ernst Haekel (1834-1919), que acuñó la palabra ecología (1866), considera la ecología como la ciencia de las relaciones, por cuanto todos los seres están interligados entre sí y todos están en permanente diálogo con el ambiente. Eso lo expresó claramente la Carta de la Tierra, asumida por la ONU (2003) como uno de los documentos oficiales más importantes de la ecología actual: “Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están interrelacionados y juntos podemos proponer y concretar soluciones incluyentes” (Preámbulo,4). Lo mismo escribe el Papa Francisco en su encíclica Sobre el cuidado de la Casa Común (2015).
En vano vamos a encontrar en el resumen aludido tal “interrelación” ni la búsqueda de “soluciones inclusivas”. Los temas corren paralelos sin que se note una interconexión sistémica entre ellos.
Entretanto, dejemos claro que la ciencia y la técnica son fundamentales para el funcionamiento de nuestras sociedades complejas. Pero por la epistemología contemporánea somos también conscientes de que detrás de todo saber existen intereses de todo tipo, también geopolíticos. Baste recordar “Conocimiento e Interés” (Taurus 2023), el libro clásico de Jürgen Habermas, filósofo y sociólogo de la escuela de Frankfurt.
¿Cuáles serían esos intereses? El más importante es el mantenimiento del actual sistema socio-económico, el capitalismo, como modo de producción y su expresión política, el neoliberalismo con su mercado. Luego está la preocupación de la potencia dominante, USA, por la seguridad en el sentido de garantizar un mundo unipolar fundado en la tecnociencia y la producción de armas cada vez más sofisticadas, muchas de ellas tan poderosas que pueden aniquilar la vida humana. Con este propósito se invierten billones de dólares que, si se aplicasen, resolverían el grave problema del hambre, la salud y la vivienda de los millones de marginados del actual sistema dominante que tenemos.
Aparte de estas reflexones de tipo teórico, cabe resaltar los efectos concretos de este tipo de ciencia y de técnica desarrollado a partir de la modernidad y vigente todavía hoy. En el afán de dominarlo todo, se creó el principio de autodestrucción con todo tipo de armas letales, lo que demuestra que la racionalidad científico-técnica se ha vuelto totalmente irracional. El furor por la acumulación ha devastado prácticamente todos los ecosistemas terrestres y marinos. El consumo de los países opulentos exige más de una Tierra y media de bienes y servicios, cosa que ella no puede proporcionar: es la conocida “Sobrecarga de la Tierra”. La extracción extremadamente intensiva de los recursos naturales, algunos commons colectivos (como agua, bosques y semillas), ha llevado a la crisis ecológico-social de hoy.
Esta crisis se muestra por el calentamiento global, que es sin precedentes desde el último período interglaciar hace 125 mil años. Las temperaturas globales alcanzaron el récord en 2023 y 2024, llegando a subir 1,5ºC por encima del periodo pre-industrial (1850-1900). Las inundaciones e incendios han asolado varias regiones como en Río Grande del Sur y el Pantanal, entre nosotros. La desigualdad social es una de las realidades más perversas: el 1% más rico posee más de la mitad de la riqueza mundial. La contaminación del aire por mini-partículas es responsable de muchas enfermedades y de 7 millones de muertes prematuras anualmente. Y así podríamos seguir con muchos otros efectos dañinos resultantes de este paradigma.
Es importante decir que los agentes principales de esta degradación del planeta Tierra y de la vida son precisamente los que se reúnen en la Cúpula del G20 (con algunas excepciones): los Gobiernos donde están los poderosos y superricos de este mundo. Es sintomático que en el tema de “Justicia Social” no haya ni una palabra sobre la brutal desigualdad social mundial. Se centran en el acceso universal a internet. En el tema de “Bioeconomía” esperábamos que se refiriesen a la superación del tipo de economía actual, altamente excluyente, centrada en la producción de bienes materiales, en vez de poner, como el título sugiere, la vida en el centro, y la ciencia y la tecnología, la política y la economía al servicio de la vida. Sin embargo, se hace un llamamiento “para formular un cuadro de políticas conjuntas que permita a los países implementar programas de bioeconomía… mejorar la calidad de vida y proteger los recursos naturales”. Sin tocar el sistema acumulador y excluyente se queda en un bello bello propósito como el Acuerdo de París de 2015, que no fue puesto en práctica. Tal propósito idealista va contra la lógica del sistema dominante. Seguramente no será implementado.
Estas son algunas consideraciones críticas a las propuestas de los técnicos y científicos que serán presentadas en la Cúpula del G20 en Río de Janeiro. Exceptúo la propuesta generosa e llena de conmosión del Presidente Lula de formar una Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza.
Pero hay que decir la verdad: ese tipo de tecnociencia, sin conciencia, no es suficientemente bueno para la transformación mundial. Si nos quedamos solo en los medios sin definir otros fines humanitarios y ecológicos, de acuerdo con otro paradigma, iremos en dirección a una catástrofe descomunal.
¿Cuánta verdad y cuánto cambio de rumbo soporta el espíritu del capital? Es la cuestión que difícilmente encontrará una respuesta.
*Leonardo Boff ha escrito El doloroso parto de la Madre Terra: una sociedad de fraternidad sin fronteras y de amistad social, Vozes 2021; Cuidar de la Casa Común: pistas para retrasar el fin del mundo, Vozes 2024.