Por Guadalupe Ángeles
I
“Ahora mismo tendría que hacerme la promesa: no volverá a suceder”. Este aparato absurdo, que absorbe las horas de mi tiempo en forma desmedida guarda palabras tuyas, como cualquier carta, de las de antes, esas que podríamos los intensos (como ahora nos llaman) firmar con nuestra propia sangre. ¿Pero qué pueden un puñado de palabras contra mi férrea decisión? La respuesta es No y lo seguirá siendo. Así de simple.
Comprendo. Ya he comprendido: Puedo vivir sin ti. Sencillo. Tú no sé. Ya no tiene importancia. No para mí.
Adicción o no. Ya me curé de ti. Aquel mar que compartimos apenas un par de horas nos trajo imágenes de vidas pasadas o posibles. Nada más. Nada que pudiéramos vivir juntos, experimentar. Siempre a la orilla de nosotros mismos, siempre practicando danzas absurdas, haciéndolas pasar por ¿amor? Tu amor quizá no fuera yo, sino una sensación, y la repetición de esa sensación regía tu vida. Acaso yo fuera un elemento aleatorio en ese paisaje, un cambio en la intensidad de la luz. O un puñetazo en el centro de tu indiferencia. ¿Sería eso lo que quise ser? La vanidad da mal consejo siempre.
Al menos no olvido la vez que “me pediste irme” de tu cuarto. Culpar al alcohol por ese arranque de sinceridad fue muy barato recurso para desviar la vista ante tal reclamo contundente.
Estamos hechos de nuestros deseos (y los de otros, ninguna duda cabe) pero llega un momento en que palabras aprendidas muy pronto en la vida cobran significado nuevamente, luego de afirmar que perdieron peso en el día a día; palabras como Dignidad y Respeto, colocan su ortografìa exacta en nuestros días. Así, me llegó la hora también a mí. Puede la tierra moverse bajo mis pies, puede venir un fuerte viento, levantar el techo de la casa y llevarme muy lejos, mi respuesta será la de hoy: No.
Por fin abro la mano y dejo caer la esfera perfecta, de cristal, cae, toca el piso cuadriculado de este café profusamente iluminado en el que me acuerdo de mí y aunque mi cuerpo sabe nuestras razones, es el cerebro –que para mi fortuna funciona todavía– el que en silencio pronuncia el monosílabo exacto: No.
¿Para qué contarte otra vez el cuento que al cerrar los ojos vivía ahí, en tu cuarto; para qué inventar nuevamente metáforas que me llevaban lejos pegada a tus obsesiones, siempre las mismas, siempre presentes en tu piel que quise mía y no lo fue?
¿Cómo uno puede decir de otro que le perteneció?
Era el mal llamado amor del cuerpo, era la adicción a eso que también puede recibir el nombre de droga. Ilusa, exacta palabra para definirme ayer. Hoy no. Y las tantas epopeyas vacías que en la juventud llenamos de significado hasta rebasar sus bordes, ya hoy puedo entenderlas como barato decorado de cartón, simple materia reblandecida por el uso constante: paisajes de castillos de bronce que al abrir los ojos se desvanecían en amarillos muertos.
Pero no más. Fuera de ti. No fuera del mundo. Camino lanzando metafóricamente la columna vertebral hacia el sol y hundiéndola al mismo tiempo en la tierra, así, con la instrucción precisa del amante del yoga, camino haciendo equilibrio entre mi condición terrestre y lo que de divinidad ha sido disuelto en mi sangre.
No.
Gracias pero No.
II
¿Cómo se cuenta otra vez el cuento que ya aburre de tan falso? ¿Cómo se pone uno el disfraz de hombre de las nieves si hace un calor que corta la respiración? Ya no puedo. Hice el propósito una y otra vez, me iba y regresaba, el famoso Fort-da.
Uno quiere siempre pertenecer, uno se inventa la casa perfecta y aunque exista solo en la imaginación vive en ella, invita y hace fiestas. Quizá queda la nostalgia ahora de saber que vivir no es imaginar, y abre y cierra puertas en la realidad para ver, para de verdad ver.
Aprendimos a contar sueños. ¿Nos hacemos un favor ahora? Hablo en plural, ¿de verdad pienso que soy muchas? Me he contado tantas historias porque hubo una sola que quise vivir y fuiste el mejor cómplice para hacerla realidad. Sin embargo, había un detalle: como si fuéramos un guiso, debía haber siempre un ingrediente. Ya no quiero ese te. Por salud debo prescindir de él.
Mira, puedo ser otra, lo he sido muchas veces, una más no es nada. La verdadera es la que ama la verdad. Y a ti no te gusta la verdad. O tienes la tuya propia, la que mejor te acomoda. Mi regalo para ti es este silencio que seguro me reprochas, no importa. Muchas cosas que tienen que ver contigo ya me tienen sin cuidado, llámame cruel si quieres, prefiero ser cruel a ser tu cómplice en mi destrucción. Tengo mucho que reprocharte, pero lo más importante es ya no reprocharme a mí ser tu cómplice en mi destrucción.
Estoy dispuesta a llenar muchas páginas para explicarme por qué tengo que salir de ese círculo del que, aparentemente, salí desde hace muchos meses. Es el tiempo que tengo sin hablarte, sin contestar tus mensajes, tus llamadas y sin embargo estoy aquí hablando contigo para explicarte el por qué ya no quiero volver a lo mismo. Porque no me conviene, porque ya no quiero estar bien y luego mal y así, en ese penduleo que no vale la pena. Haré lo posible por irme de tu cuarto, sé que cuando te extraño regreso ahí.
III
¿Cómo era la habitación de nuestros sueños? Tenía ventanas con vidrios amarillos que hacían parecer la luz del sol como un reverbero sobre el mar a mediodía. Era el lugar donde toda contradicción sería anulada porque el lenguaje compartido ahí era esencialmente nocturno, estaba hecho de luz de luna percibida sobre los párpados como una caricia fría. Era semejante a un océano en el que nuestros cuerpos eran el oleaje y la profundidad a un tiempo.
Era el territorio bañado por la luz del atardecer en el que construí desde mi corazón el palacio de oscuro mármol donde nuestros cuerpos aprendieron a ser un solo animal silencioso y meditabundo, murmurante. Era la pausa del tiempo donde ningún dolor podía tocarnos. Sé que cuando te extraño estoy otra vez en esa habitación, pero sé también que es parte del pasado, es el refugio de una época de mi vida que ya murió.
Y no me puedo permitir vivir en el interior de una leyenda, que, por más deslumbrante que sea, no es real. Ya no.”