No soy ingeniero. Ni arquitecto. Tampoco maestro de obras, o peón de obra. Vamos, ni a chalán llego. Y sin embargo entiendo que para construir un segundo piso hace falta que haya un primer piso. Elemental, digo. Cualquiera lo sabe.
Excepto, parece, la candidata del oficialismo. Ella ofrece eso, como propuesta central de su campaña. “Vamos a construir el segundo piso de la Cuarta Transformación”, dice en sus spots de campaña, en sus mítines, en sus entrevistas, en sus mensajes en las redes. Pero, ¿cuál es el primer piso de la supuesta transformación? ¿En qué consiste? ¿Cuáles son sus cimientos, y sus logros?
Me parece que doña Claudia confunde la construcción con la demolición, de lo cual si hay abundantes muestras en los últimos cinco años y medio. Habla de “segundo piso”, pero no logra describir el primero. A no ser que esté pensando levantar ese supuesto segundo piso sobre los cadáveres de los 200 mil asesinados en el sexenio de Andrés Manuel o de los 800 mil muertos de la pandemia, 224 mil de los cuales no debieron haber fallecido.
Y no es que la que fuera secretaria del Medio Ambiente en el gobierno capitalino de López Obrador (2000-2006) no sepa de segundos pisos. Los conoce perfectamente… incluidos los misterios de su financiamiento. Lo que pasa es que esos son otros segundos pisos, construidos a base trabes, puentes y ballenas, no de logros gubernamentales tangibles y perdurables, realmente transformadores de la realidad.
Y sí, Claudia Sheinbaum Pardo ofrece –con tamaña cara dura–, “más trenes de pasajeros, carreteras, corredores industriales, aeropuertos, modernización de puertos, planes hídricos, soberanía energética… Y lo ratifica: “¡Así se ve el segundo piso de la Cuarta Transformación!”.
Ofrece también más ciencia, más energías renovables, mas movilidad, más cultura (sic). Está en sus menajes, en sus twits, en sus discursos. Y lo dice muy en serio, entusiasta. Se la cree. O al menos eso parece.
Sin embargo, habría que empezar por clarificar que es eso de la “Cuarta Transformación”. Se entiende que es ponerse a la altura de las tres anteriores: la Independencia de México, la Reforma juarista, la Revolución mexicana. Bien, pero cuáles son las “transformaciones” de este gobierno del primero los pobres que harían a su autor –¡vaya soberbia!– digno de incluir su busto al lado de los de Miguel Hidalgo y Costilla, Jesé María Morelos y Pavón, Benito Juárez García, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas del Río, en el membrete oficial de la administración.
El primer mito es que se trata de un gobierno “de izquierda”. ¿Cuáles son en concreto los cambios estructurales promovidos por este gobierno para avalar su dicho de que vivimos un cambio de régimen, como sería al menos una reforma fiscal a fondo, redistribuidora en serio de la riqueza nacional?
Lo que hemos vivido en estos casi seis años es un cuento chino, una entelequia que hoy nos venden como un país maravilloso, aunque inexistente. Seguimos en una vilipendiada economía neoliberal en la que los apapachos son precisamente para los grandes empresarios, los odiados explotadores que se apropian de la plusvalía generada por del trabajadores con el sudor de su frente.
¿O no es así?
A mi entender, no es lo mismo un gobierno revolucionario en el mejor sentido, un régimen realmente “de izquierda”, por así etiquetarlo, que un gobierno populista y demagogo que simula su opción por lo pobres mediante programas sociales asistencialistas, dádivas esencialmente electoreras.
No supondrá Andrés Manuel que de veras va a modificar de raíz las injusticias sociales a base de duplicar, triplicar o cuadriplicar acaso las pensiones a los viejitos, las becas a los jóvenes, los apoyos a los campesinos para que siembren arbolitos aunque al rato se sequen.
Quizá su mayor desmentido sea el desbordamiento de la violencia en el país, –donde mueren asesinados un promedio de 85 mexicanos cada día, según cifras oficiales–, pese al reparto de dinero a los jóvenes con la cancina idea de evitar que sean cooptados por los malandros. Los resultados demuestran que esa es otra falacia.
Tenemos en cambio algo constatable: en nada más allá que en los dichos demagógicos han cambiado la desigualdad, la pobreza, la explotación, la enfermedad, la ignorancia que padecen los pobres de este país. Cuáles si no son los resultados ciertos –no “los otros datos”— en materia de seguridad, combate a la corrupción, salud, educación, desigualdad, pobreza extrema, combate al crimen organizado o crecimiento económico.
Sería bueno entonces que en lugar de prometer una continuidad de lo inexistente la candidata empezara por explicarnos en qué consisten los cambios introducidos por la autollamada Cuarta Transformación. Cuáles son los cambios que según la propaganda han transformado al país, hoy convertido en “envidia” de las naciones todas en el orbe, como asegura sin siquiera enrojecer la morenista Sheinbaum Pardo.
Lo enfatizó ella misma en esta frase que no tiene desperdicio: “Les voy a decir una cosa: en el mundo entero envidian en este momento a México porque somos un país que ama a su historia y porque tenemos un presidente que representa los intereses de la Nación”.
Lo más patético del caso es que Sheinbaum Pardo se vea obligada a recurrir a mentiras flagrantes y frases huecas para fincar sobre ellas su segundo piso. Y ofrecer, textual, “seguir haciendo de México el mejor país del Mundo”. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
SEGUNDO DEBATE, SEGUNDO. En el encuentro del próximo domingo entre las dos candidatas punteras a la Presidencia de la República, Xóchitl Gálvez deberá dar prioridad a ratificar con todos los recursos que estén a su alcance que los programas sociales son inamovibles y comprometerse a mantenerlos y aun ampliarlos. Ese es el único tema que puede incidir realmente en el resultado de la elección del 2 de junio. Y tanto el señor de Palacio Nacional como su candidata lo saben. Ojo.
@fopinchetti