Por Leonardo Boff
Todo lo que está sano puede enfermar. La enfermedad remite siempre a la salud. Esta es la referencia principal, y constituye la dimensión esencial de la vida en su normalidad.
Los desgarros sociales, las andanadas de odio, ofensas, insultos, palabras groseras que están predominando en los medios sociales o digitales e incluso en los discursos públicos, revelan que el alma brasilera está enferma.
Las más altas instancias del poder se comunican con la población usando noticias falsas (fake news), mentiras directas e imágenes que se inscriben en el marco de la pornografía y de la escatología. Esta actitud revela la falta de decencia y de sentido de la dignidad y respetabilidad, inherentes a los más altos cargos de una nación. En el fondo se ha perdido un valor esencial, el respeto a sí mismo y a los otros, marca imprescindible de una sociedad civilizada.
La razón de este desvío se debe a que la dimensión de lo Numinoso ha quedado oscurecida. Lo “Numinoso” (numen en latín es el lado sagrado de las cosas) se revela a través de experiencias que nos envuelven totalmente y que confieren densidad a la vida aún en medio de los mayores padecimientos. Posee un inmenso poder transformador. La experiencia entre dos personas que se aman y la pasión que las vuelve fascinantes configuran una experiencia de lo Numinoso. El encuentro profundo con una persona que en medio de una grave crisis existencial nos encendió una luz, representa una experiencia de lo Numinoso. El choque existencial ante una persona portadora de carisma por su palabra convincente o por sus acciones valientes, nos evoca la dimensión de lo Numinoso. La Presencia inefable que se deja sentir ante la grandeur del universo o de una noche estrellada, suscita en nosotros lo Numinoso. Igualmente los ojos brillantes y profundos de una criaturita.
Lo Numinoso no es una cosa, sino la resonancia de las cosas que tocan lo profundo de nuestro ser y que por eso se vuelven preciosas. Se transforman en símbolos que nos remiten a Algo más allá de ellas mismas. Las cosas, además de ser lo que son, se transfiguran en realidades simbólicas, repletas de significados. Por un lado, nos fascinan y atraen, y por otro nos llenan de respeto y de veneración. Producen en nosotros un nuevo estado de conciencia y perfeccionan nuestros comportamientos.
Ese Numinoso, en el lenguaje de los místicos, como en el mayor de ellos, Mestre Eckhart, o en Teresa de Ávila, así como en el de la psicología de lo profundo de C.G. Jung, está representado por el Sol interior o por nuestro Centro irradiador. El Sol tiene la función de un arquetipo central. Como el Sol atrae a su órbita a todos los planetas, así el arquetipo-Sol satelitiza a su alrededor nuestras significaciones más profundas. Él constituye el Centro vivo e irradiante de nuestra interioridad. El Centro es un dato-síntesis de la totalidad de nuestra vida que se impone por sí mismo. Habla dentro de nosotros, nos advierte, nos apoya y, como el Gran Anciano o la Gran Anciana, nos aconseja para seguir los mejores caminos. Y entonces nunca seremos defraudados.
El ser humano puede cerrarse a este Centro o a este Sol. Hasta puede negarlos, pero nunca puede aniquilarlos. Ellos están ahí como una realidad inmanente al alma.
Este Centro o su arquetipo, el Sol, nos dan equilibrio, armonía personal y social y la convivencia de los contrarios sin exacerbarse por la intolerancia ni por los comportamientos de exclusión.
Pues bien, este Centro se ha perdido en el alma brasilera. Hemos ensombrecido el Sol interior, a pesar de que él está ahí continuamente presente, como el Cristo del Corcovado. Aunque escondido tras las nubes, él sigue allí con los brazos abiertos. Así nuestro Sol interior.
Al perder nuestro Centro y al oscurecer la irradiación del Sol interior, perdemos el equilibrio y la justa medida, bases de cualquier ética, de la sociedad y de toda convivencia. Desequilibrados, andamos errantes, pronunciando palabras desconectadas de toda civilidad y compostura. Nos empequeñecemos y abandonamos la ley áurea de toda ética: “trata humanamente a todos y a cada uno de los seres humanos.” En este momento en Brasil, muchos y muchas no tratan humanamente a sus semejantes. De eventuales adversarios en el campo de las ideas y de las opciones políticas o sexuales se hacen enemigos a quienes cabe combatir y eventualmente eliminar.
Tenemos, urgentemente, que curar nuestra alma herida, recuperar nuestro Centro y nuestro Sol interior, acogiendo las diferencias sin permitir que se tornen desigualdades, a través del diálogo abierto y de la empatía con los que más sufren. Como decía el perfil de una mujer inteligente en twitter: “al colocarnos en el lugar del otro, hacemos del mundo (de la sociedad) un lugar para todos”. Esta es nuestra urgencia, si no queremos conocer la barbarie.