Por Leonardo Boff* |
La crisis de nuestro modo de vivir en este único planeta nos envuelve a todos, hasta a las naciones imperiales. ¿Quién iba a decir que en Estados Unidos iba a haber una severa erosión de los valores democráticos? El sueño original americano, repiten sus mejores, «implicaba un nuevo mundo en el cual el pueblo vivía libre para realizar sus sueños, dentro de un ambiente social que generaba ciudadanos ilustrados, responsables y comprometidos, con una preocupación apasionada por la dignidad y los derechos individuales y de los otros en la perspectiva del bien común». Evidentemente ese era el sueño de la población, no de los órganos gubernamentales y del aparato militar de seguridad que buscaban y siguen buscando por todos los medios, incluso bélicos, el monopolio del poder mundial. Para estos el sueño era y es otro.
Lo que está ocurriendo desde los años 60, nos dice Steven Rockefeller, de la familia de los multimillonarios Rockefeller, uno de los ideadores de la Carta de la Tierra, de opción budista, una de las personas más dialogales con quien pude convivir en los trabajos de la redacción de dicha Carta, es que la juventud actual ha olvidado los valores mencionados, vive centrada en su propio yo, desprecia a su propio país y ha perdido el sentido de la solidaridad. Concluye diciendo: “América es una nación en busca de su propia alma” (Spiritual Democracy and our Schools, N.York 2022, p.15).
Lo que se dice de Estados Unidos vale prácticamente para todos o para los principales países, también para el nuestro, ya que somos todos interdependientes y rehenes de la cultura del capital, acumulador, materialista, consumista, excluyente e insensible al destino de las mayorías pobres. Como profesor y pedagogo, Steven Rockefeller escribió el referido libro «para renovar el espíritu americano a través de la educación desde la más tierna infancia».
Maneja tres categorías con las cuales me identifico y con las cuales he trabajado desde hace años con vistas a un nuevo paradigma y otro estilo de educación: la espiritualidad, la ética y el cuidado de la Casa Común.
Steven ve la espiritualidad como una dimensión esencial del ser humano con el mismo derecho de ciudadanía que el cuerpo, la inteligencia, la voluntad, la psique. Por eso es natural. No se trata de identificar la espiritualidad con la religión, aunque pueda haber interrelaciones entre ellas. La espiritualidad natural es innata. De ella nacen las religiones como canalizaciones culturales de esta dimensión espiritual originaria.
Como nos lo han mostrado, dice Steven, la filosofía, la psicología de lo profundo y las neurociencias, la «espiritualidad es una capacidad innata en el ser humano que, cuando se alimenta y se desarrolla genera un modo de ser hecho de relaciones consigo mismo y con el mundo, promueve la libertad personal, el bienestar, y el florecimiento del bien colectivo» (p.10). La espiritualidad natural plantea las preguntas inevitables del ser humano: por qué estamos en este mundo, qué nos espera más allá de esta vida y la percepción de una Realidad Suprema. Ella se expresa por el amor incondicional, por la reverencia ante el Universo, por la solidaridad, por el cuidado hacia todo lo que existe y vive y por la compasión por quien sufre.
Esta comprensión me hace recordar las palabras de Mijaíl Gorbachev al cerrar la redacción de la Carta de la Tierra en la sede de la UNESCO en París en el año 2000: “Si queremos salvar la vida en el planeta necesitamos valores nuevos y otra espiritualidad”. Es decir, no son suficientes nuestros bienes materiales ni la tecnociencia. Todo esto debe venir impregnado de los valores del corazón, sede del amor, del afecto, de la empatía, de la ética, del cuidado y de la espiritualidad. Sólo así se consigue establecer un lazo afectivo y solidario con todos los seres y con la Tierra y así salvarlos. Todo ser posee un valor en sí mismo, más allá del uso humano. La espiritualidad natural nos permite sentir todo esto, es una especie de órgano natural de nuestra vida que ninguna otra parte de nuestra naturaleza puede desempeñar adecuadamente. La física cuántica Danah Zohar y su marido neurólogo, I. Marshall, demostraron que tenemos dentro de nosotros lo que llamaron “el punto Dios en el cerebro”. Siempre que de forma existencial se abordan lo Sagrado y lo Espiritual se verifica una aceleración de las neuronas de una parte del cerebro. Es una especie de órgano interior por el cual la espiritualidad natural e innata capta aquella Energía poderosa y amorosa que sustenta todo y que obra también en nuestro interior (D.Zohar, O ser quântico, Rio 1991).
La espiritualidad natural nos remite directamente a la ética, en el sentido clásico de los griegos: la Casa (ethos) bien cuidada, ahora la Casa Común, la Tierra. El “ethos” busca el bien vivir. La “ética”, las formas y maneras de concretar el bien vivir, por las virtudes del amor, de la justicia, de la justa medida, de la belleza y demás virtudes, según el sentir de la distintas culturas. Desde la más tierna edad y en el proceso educativo se debe esclarecer la espiritualidad natural que viene siempre acolitada por la ética del bien vivir.
Hoy más que nunca se hace urgente el cuidado, entendido como la esencia de todos los vivientes, especialmente del ser humano, según el mito romano de Higino, explorado por la filosofía y la antropología (cf.L. Boff. Saber cuidar: ética de lo humano-compaixão pela Terra, Vozes 2023). Dejado a sí mismo, ningún organismo vivo sobrevive sin cuidado.
En la actualidad se están confrontando dos paradigmas: el del poder y el del cuidado. El del poder actual como dominación caracteriza la modernidad. Con este poder se sometieron pueblos, muchos esclavizados, se explotó despiadadamente la naturaleza, la materia, la vida y la propia Tierra, hoy en busca de sostenibilidad. El paradigma del cuidado renuncia al poder como dominación, establece una relación amistosa con la naturaleza y respeta a la Tierra como la Gran Madre y Gaia. Actualmente ante la devastación al modo de la modernidad, se impone el paradigma del cuidado si queremos asegurar las condiciones ecológicas para nuestra supervivencia.
La humanidad se encuentra en una encrucijada: o sigue el camino del poder que implica una explotación ilimitada de los recursos naturales hasta el punto de haber afectado al equilibrio de la Tierra, visto el cambio climático irreversible; camino que puede llevarnos a un armagedón ecológico. O sigue el camino del cuidado: la humanidad para, reflexiona sobre los peligros para sobrevivir y define un rumbo más benevolente, marcado por el cuidado de la naturaleza, de unos a otros y de la Tierra. En caso contrario, dice la Carta de la Tierra, «nos arriesgamos a nuestra destrucción y a la destrucción de la diversidad de la vida» (Preámbulo). No dice otra cosa el Papa Francisco en la Fratelli tutti: «estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o nadie se salva» (n.24)
Queda poco tiempo para dar un viraje a nuestro destino común con la Tierra, vamos a sobrevivir y a inaugurar otra forma de habitar el planeta, con sentimiento de pertenencia y con la conciencia de ser sus fieles guardianes.
La educación posee esta misión mesiánica de desentrañar desde el nacimiento la espiritualidad natural, la ética de la Tierra y el cuidado de la creación. Por ese camino habrá salvación.
*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Casa Común: cómo retrasar el fin del mundo,Vozes 2024.
Anú