G. Ángeles: Vórtice

Por Guadalupe Ángeles

I

Yo tendría que haber aprendido inglés justo cuando me mandaste al diablo; es más, te lo anuncié antes de que escribieras aquel largo mensaje donde no cabía ni un gramo de piedad para mí, aunque a tus ojos fuera el discurso más honesto que pudieras darme. Absurdo. Era el día de mi cumpleaños cuando lo leí. Jamás he vuelto a recibir un regalo peor. En fin. Hay quienes tratan (dicen) a su cuerpo como a un empleado (Márai dixit), tú hacías eso con tu corazón. Allá tú. Yo me quedo con el abrazo más hermoso que jamás volverás a sentir. Y con tu mirada diciendo todo aquella tarde, cuando diste quizá el primer paso hacia atrás (no podía ser de otra manera, en esta historia solo cabían dos pares de ojos, no tres).

     El asunto es que no aprendí inglés, ni me titulé de cronista experta en política; naderías (ajustes de cuentas, asignaturas que de seguro quedarán pendientes hasta la eternidad).

      Y de pronto, así, de la nada, cesa la turbación de tu recuerdo y sé que podría hablar de ti como de un exquisito poema, y como tal, puedo romper la  hoja en que posaste suavemente tus versos y echarla al bote de la basura, igual que hiciste con ese fervor compartido en día increíblemente inoportuno, como tú, o como yo, según quien lo vea.

II

¿Cuántos?

¿Cómo?

¿Por qué?

No necesariamente deberíamos hablar de física concreta. Hay un filamento de felicidad atrapado entre mis pulmones y mi alma, ¿o la estoy confundiendo con una ira difusa?

      No haré, para disfrute de nadie, el inventario de actos absurdos cometidos en complicidad. Ya estamos grandes para fingirnos personajes de Henry James.

     Bloque de piedra mi corazón ya (sabes que oculta la miel compartida, la imagen de… pero vamos, no iremos hacia allá).

      Bebo mi té con calma. Miento. Nada he vuelto a hacer con calma desde tu partida.

      Camino mientras en mi mente hay un vendaval destruyendo los bosques de mi conciencia, que necios siguen floreciendo aunque no caminemos juntos bajo la sombra de árboles que inventé para nosotros.

      Para. Dice mi Alma. Lo intento, pero es como quien tropieza con una piedra segundos antes del sueño y cae por accidente en una vigilia indeseada.

      Plagas de mariposas pardas tapizan mis sueños cuando vienen, inesperadamente, y vuelo a ser la robada efigie de un sueño tuyo, viviendo en mí.

     Horrible saberlo: tocarnos no fue sabernos. Saborearnos no fue aceptarnos.

     Como una fotografía mural está en mi pensamiento ese abrazo, esa tarde, ese mi tocar tu brazo, tus dedos, tu corazón.

     ¿Existe la mano diestra que arranque la mala hierba instalada desde hace tantos años aquí, en este lugar destinado a ser nuestro paraíso?

      Ya no me quema tu ausencia. Cierro los ojos y es solo un cuerpo extraño que toma forma muy dentro, allá, donde no iré a buscarla, ya no.

      La sensatez me aplasta, me derrite, me libera.

      Prendida con alfileres mi existencia al presente, renuncia a regañadientes a la imagen espléndida de un “nosotros”, noción quemada, podrida ya.

III

No queda más.

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