G. Ángeles: “Contra la muerte”

Por Guadalupe Ángeles

Volaba por esas calles húmedas, perdidos los amantes que poco antes siguiera pues tomaron un camino diferente, y yo debía ser fiel al mío. Cierto que pensé desandar el rumbo, alimentar la fantasía imaginando que en algún momento se darían cuenta de mi persecución y algo pudiera suceder, pero no, sigo.

     Alguien corre, casi me hace caer al rozarme el brazo izquierdo. Es un hombre viejo, no entiendo por qué, con este frío, en la parte baja de su cuerpo no viste ninguna prenda. Intenta abrir la portezuela de un automóvil estacionado, mientras un joven, quizá el dueño, lo amenaza a pocos metros de distancia. Corre de nuevo, yo camino más aprisa, su rostro me parece conocido, de repente se vuelve y me grita: ¡A callar!, se arranca el suéter que le cubre el torso y completamente desnudo sigue su carrera.

      Fingir ya me cansa, por eso me quito las sandalias y extiendo las alas, he de conservar la ilusión de que puedo salvarlo, pues, tras despojarse de su ropa, me ha devuelto el ansia de olvidar amores insustanciales. (Parecía tan sencillo tomar notas, esconder lo que soy y mirar tus ojos, dejarme envolver por el aroma de tu loción, renegando de lo que siempre he sido. Pero ya no puedo).

     Si he de recibir un castigo que sea de su mano, por ello me elevo sobre su cabeza y le extiendo un brazo, él me escupe y sigue corriendo. Sé que le di la espalda cuando me necesitó, ahora no le interesa ninguna salvación; tal vez dentro de pocas horas veré al encargado de la morgue extender su cuerpo sobre alguna plancha helada, y será ese el momento de nuestra mutua perdición.

     Tenía que ser esta noche. Convinimos en vernos, yo tenía que volver, tarde o temprano debía hacerlo, saber si estarías dispuesto, por eso lo dejé a solas, pasó toda la tarde mirando el cielo, no parecía que la lluvia lo lastimara, en su rostro asomó un gesto decisivo (¿o era desamparo?), bebía whisky tras whisky, no pensé que reaccionaría de este modo, ¿a dónde va? Era tan dulce estar ahí, en el sillón azul, a media luz, escuchaba arrobado a Vivaldi, no creí que nada hubiera en la existencia que lo apartara de ese lugar, era el ideal consuelo para su alma destemplada, no me necesitaba, pensé al mirar su pelo entrecano al quitar de su mano el último whisky mientras lo dejé allí, soñando.

     Ya escucha cantos celestiales, lo tomo por la cintura, él se resiste, pero si he de caer a los infiernos será después de regresarlo a la certeza de que nunca he existido, de que estas alas que ahora lo envuelven son el más caro de sus sueños, el símbolo de que nadie, ni siquiera la remota idea de mí, ha de procurarle consuelo. Pero no debe morir, no esta noche.

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