Por Jesús Chávez Marín
Helada la sombra que desde el firmamento nos espera; plena de esperanza para algunos bendecidos con la fe, maravilloso regalo; abismo de la nada para otros que se consuelan con la plenitud de la tierra o se olvidan de su alma, cierran los ojos.
Helada la luz en la esfera infinita de la memoria, la colectiva y la encarnada, donde moran tantas criaturas y donde se van apagando al anochecer algunos luceros, marchitas neuronas.
Helada la muerte, a la que nadie procura mirar hasta que llega el dolor infinito cuando alguien se despide para siempre; esa región a donde una vez me fue arrancada la sonrisa bondadosa y feliz de Pedro mi hermano, y donde allá muy lejana me saluda, con su manita de bebé, mi hermana Malenita, ángel niña de una familia que siempre la ha venerado con ternura suave y gozosa.
Helada la luna que al centro de la foto posa para la cámara del artista y yo digo en voz alta esta frase del gran maestro mexicano José Joaquín Blanco: La vida es corta y además no importa.