El sitio, una dramatización de la angustia

[Presentación de El sitio, novela de Ignacio Solares, junio 2001]

Por Jesús Chávez Marín

—Las visiones desoladoras y la vibración de la tristeza son hilos de colores intensos, difíciles de manejar en un texto narrativo sin caer en el melodrama o la comunicación fácil y chantajista con los lectores, la manipulación de su sentimentalismo, crueldad vacía y absurda. Por eso mismo es una sorpresa esta novela de Ignacio Solares, El sitio, donde con el tono sobrio y estoico de su escritura y la sabiduría estructural de la trama, el texto se convierte en un territorio donde el lector vive, sufre al lado de los personajes, es él mismo un personaje que escucha y de pronto parece estar involucrado en los hechos que suceden, los cuales están cercanos a su vida cotidiana, que siente suyo el lenguaje de la desesperación y se ve afectado por el agua ardiente de la angustia.

Ignacio Solares, quien nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, es un hombre que ha escrito quince novelas que han dejado huellas profundas, intensas, en la literatura mexicana, en la fabulación de nuestra alma colectiva y, sobre todo, en la identidad de los lectores. Sus visiones de la realidad son vibrantes y complejas, surgen de la vida cotidiana y de la realidad histórica e incluyen hilos de fantasía que el hombre ha elaborado y experimentado para explicarse y expresar secretos de la vida y de su propia muerte.

En El sitio, su novela recién publicada, Solares construye un mundo narrativo de brillante expresividad a partir de una trama que ofrece múltiples niveles de significación y corren simultáneas en la escritura. Las líneas iniciales abren con fuerza hilos de intriga. Así inicia la novela, en la voz del narrador personaje:

Temo no estar a la altura de mi sufrimiento, Monseñor.
De las innumerables acusaciones que se me hacen una es cierta, lo confieso abiertamente: bebía demasiado a últimas fechas. Sobre todo a raíz de la muerte de mi madre. Aunque no tengo por qué engañarlo a usted, cuál es el caso: desde antes bebía demasiado.

El hombre que expresa estas palabras es un sacerdote con problemas de alcoholismo y se inicia de esta manera un relato donde hay un contrapunto entre el discurso subjetivo del atribulado personaje y una mayor objetividad en otras secuencias narradas en tercera persona gramatical que, sin embargo, permanecen cercanas al punto de vista del narrador personaje e incluso mantienen el diálogo con el Monseñor a quien se le escribe y se le habla en voz directa esta larga confesión.

El personaje cuenta la historia de un pasado reciente y sombrío, en el clímax de su problema de alcoholismo, cuando también suceden en su delirio extremo, o en la realidad de lo que está contando, estos hechos: el edificio de departamentos donde vive con una tía anciana es tomado por unos soldados que impiden a los inquilinos la salida. Afuera, en la calle, marchan batallones de soldados y pasan tanques de guerra. Nadie sabe si se trata de un golpe militar o de una invasión, ya que en el sitio fueron cortados el teléfono y la electricidad y queda impedida cualquier forma de comunicación con el exterior.

Los dos niveles de lectura concentrados en un mismo punto de vista narrativo son, queda claro, el delirio o el relato realista. Lo interesante de este tejido narrativo es que ambos niveles van simultáneos en la escritura, se alimentan mutuamente enriqueciendo la significación del discurso y creando una atmósfera muy original.

El lector halla en el texto indicios para guiarse por ambos niveles de lectura. La hipersensibilidad auditiva que sus estados alcohólicos le producen al personaje hacen que pueda percibir con intenso registro las vidas de los habitantes del edificio sofocado por el sitio militar, y así lo dice él mismo: “como si mis nervios se ramificasen por todo el edificio y recogieran sus más secretas resonancias”. En el nivel realista de otra lectura también sabemos que el sacerdote aquel tenía una intensa comunicación con los inquilinos, incluso algunos de ellos se confesaban con él, lo cual da indicio de la intimidad con la cual conoció de cerca las historias de los vecinos.

Por eso en la trama principal hay otras historias contenidas, independientes en el tiempo y el espacio del presente del relato, pero que agregan esferas de significación, a la manera de las novelas clásicas. Incluso Solares, el autor, recrea de forma ágil varias de las anécdotas de otras novelas suyas, entre ellas de Puerta del cielo, Anónimo y Columbus, como una especie de señales de presencia de toda su novelística anterior, recurso que es muy característico de este autor desde su primer volumen de cuentos El hombre habitado, donde en varios de los textos aparecen exactas historias que después serán desarrolladas en novelas posteriores, en una especie de espiral narrativa.

Solares, Ignacio: El sitio. Alfaguara, México, 2001.


Junio 2001.

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