Por Francisco Ortiz Pinchetti
—Imposible seguirle el tranco a Alfonso Cuarón –vertiginosa su carrera hacia la gloria cinematográfica—opté por cortarle camino al estilo del tramposo Roberto Madrazo Pintado en la Maratón de Berlín en 2007: tomé un atajo y le salí adelante casi una década, en el mismo lugar desde donde ahora nos cuenta su historia en blanco y negro.
Ocurre que fuimos vecinos. Ambos vivimos en la misma colonia, la Roma Sur, a sólo cinco cuadras de distancia: él, en Tepeji 21 casi esquina con Monterrey; yo en Taxco 37, casi esquina con Tepic. Ambas casas existen. Tepeji es una pequeña calle de apenas tres cuadras, que va de Manzanillo a Monterrey. Taxco es igualmente pequeña, tiene dos cuadras y corre desde Aguascalientes hasta Tepic.
Hay que aclarar que la Roma de Cuarón y la mía no es la colonia de las grandes casonas porfirianas, la casa Lamm o el Edificio Balmori, El Parián, la Casa de las Brujas y los bulevares de aliento parisino, como la avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón). Tampoco la de las grandes plazas como la Río de Janeiro y los monumentos portentosos, entre los que destaca el templo jesuita de la Sagrada Familia, en Puebla y Orizaba. Esa es la vieja y aristócrata Roma Norte.
Para que me entiendan: la Roma de Roma es otra Roma.
Nuestra Roma es mucho más modesta y desabrida, y por supuesto menos pretenciosa. Aunque no menos entrañable. Es además más reciente que su hermana mayor. A diferencia de ésta, no tiene parques ni lugares emblemáticos. Se limita al Norte por la calle de Coahuila, al Poniente por Insurgentes Sur, al Sur por el Viaducto Río la Piedad y al Oriente por la calle de Jalapa y la avenida Cuauhtémoc. Está dividida en dos por el Eje 3 Sur Baja California, que corre de este a oeste y sus calles principales son, además de éste Eje y de Insurgentes Sur, Monterrey, Medellín, Tlaxcala, Manzanillo y Bajío.
Sin duda un lugar icónico fue en su tiempo el cine Las Américas, ubicado en Insurgentes Sur y Baja California, aunque ya del lado de la colonia Hipódromo. Quedaba a tres cuadras de mi casa. Esta sala, reproducida magistralmente en un set prodigioso, tiene un papel preponderante en la cinta de Cuarón. No aparece en cambio el Vips viejo y feo que aún subsiste como escondido y que me trae muy gratos recuerdos. Sobre esa misma acera están todavía la panificadora La Espiga y el Sanborns de Aguascalientes, y en frente, la farmacia San Pablo y un poco más al norte la tienda Woolworth, en la esquina con Coahuila.
En la película de las 10 nominaciones al Oscar aparece el Kínder Condesa, que todavía existe. Está a la vuelta de la casa en que vivía, en Tlaxcala 105. Es adonde Cleo lleva a Pepe (el hermano menor de Paco, que es Alfonso Cuarón). Ahí hizo su preescolar mi queridísima hermana menor, Yolanda. El que no aparece, ni existe ya, es el Club Condesa, que estaba a un lado, en el 103 de la misma calle. Fue el primer club de natación femenil en la ciudad de México, fundado en 1940. Ahí aprendió a nadar la chiquita de nuestra familia. Ahora funciona en ese lugar un centro cultural, El Ahuahuete, espacio de arte transitorio.
Hay en la colonia una escuela pública de gran prestigio, la primaria “Benito Juárez”, en la calle de Jalapa, ya en los linderos de la colonia. Fue construida por Carlos Obregón Santacilia y es quizá la obra arquitectónica más importante de la zona. Ahí estudiaron personajes que destacaron luego en la vida política del país.
No existe en cambio algún templo arquitectónicamente importante. La iglesia que tengo registrada, y a la que asistíamos cada domingo, es la parroquia de la Divina Providencia, en la calle de Quintana Roo, una construcción sin mayor gracia. Recuerdo que tenía unos bellos vitrales, pero nada más. Actualmente tiene un coro espléndido y con frecuencia se llevan a cabo conciertos en el recinto.
Yo estudié parte de la preparatoria en el colegio “Amado Nervo”, un plantel particular fundado por el profesor Manuel Fletes Arriola en 1950, que todavía existe. Está en la calle Bajío, entre Manzanillo y Medellín, y es parte de mis vivencias más importantes. Cerca de ahí, en la misma calle, estaba un supermercado ya desaparecido, de la pionera cadena Sumesa, del que mi padre era cliente asiduo.
Hay que aclarar que mis recuerdos sobre la Roma Sur datan de mediados de los años sesenta del siglo pasado, cuando ya era un adolescente, y los de Cuarón rescatados en la cinta son precisamente de los años 1970-1971, cuando él tenía 11 años. No obstante, las similitudes de ambas visiones son mayores que las diferencias. Finalmente pertenecimos a familias similares de clase media que vivíamos en un mismo ámbito citadino y que teníamos trabajadoras domésticas a nuestro servicio. Y también, curiosamente, solíamos vacacionar con frecuencia en Tuxpan.
Por supuesto que los sonidos de la colonia que la película rescata me cimbran: el afilador, el organillero, el vendedor de camotes. También recuerdo los gritos de otros pregoneros. Como los campesinos que arriaban una parvada de aves acuáticas traídas de la zona lacustre de Texcoco: “¡Chichicuilotitos vivooos!”, gritaban por nuestras calles. O el infaltable ropavejero: “¡Ropa usada que veeendan!”…
En la película hay algunas ausencias que lamento, palabra. Por ejemplo, no hay alusión alguna al mercado público de Medellín, el más importante centro de abasto de la colonia y famoso por la variedad de su oferta. Desde entonces eran célebres sus puestos de ingredientes para las comidas yucateca y oaxaqueña, que aún se conservan. Ahí se consiguen además los implementos para gastronomía centro y sudamericana, así como frutas y verduras de notable calidad. De fecha más reciente data una nevería al estilo cubano, muy concurrida. Hay también un área muy grande dedicada a las fondas de comida casera tradicional.
Me hubiera encantado también encontrar en Roma el emblemático Santaclós del Sears, en su escaparate de Insurgentes Sur y San Luis Potosí, que desde 1955 y hasta hace pocos años era con sus risotadas parte sustantiva de la Navidad para los niños de la capital. Estrictamente, esa tienda está fuera de los límites de la Roma Sur (apenas una cuadra al norte), pero era sin duda parte de nuestro entorno infantil. También lo era, muy cerca de ahí, la juguetería ARA.
Y desde luego el cine Gloria, de la calle Campeche. Estaba a sólo dos cuadras de mi casa y era obligada la función de los sábados por la tarde, a cuatro pesos la entrada, con “permanencia voluntaria”. Un programa doble clásico era: King Kong y Gunga Din. Recuerdo que ahí vendían los mejores gaznates que he probado en mi vida. Válgame.