Los privilegios del carajo

Por Lilia Cisneros Luján

Una de las bondades de los regímenes totalitarios –demócratas, monárquicos o imperialistas- es que en el ánimo de comprender lenguajes, programas y acciones en general carentes de congruencia, las personas pueden optar por la ilustración frente a los hechos que coartan la libertad y los derechos. Hace ya varios meses, que me extendí en el significado del carajo[1] aunque hoy resulta pertinente volver al tema toda vez que si bien en primera instancia, parece que el ser enviado a ese lugar se interpreta como un castigo y en cierta forma hasta un insulto, mantenerse aislado, lejos de la acción de un capitán resentido, frustrado o simplemente harto de que las cosas no le salgan como esperaba, puede resultar en una ventaja.

Para empezar, no se puede ordenar al vigía enviado a lo alto limpiar la cubierta del barco; mucho menos tendrá la responsabilidad de remar, atar las velas o tantas otras tareas que tal vez ni siquiera es lo que merecemos hacer. Por supuesto el carajo es incómodo, pero nos deja suficiente espacio mental como para reflexionar en cual ha sido la obra de comunicadores distinguidos como lo fue la semana pasada a propósito de los 90 años de Elena Poniatowska. Quién aprecie la música, desde esa pequeña canastilla podrá tararear cualquiera de las bellas creaciones de un artista como Joan Manuel Serrat, quien sin considerarse un promotor de la izquierda ni de los programas sociales, despierta en nuestro interior muchas reflexiones sobre el Titiritero, Las pequeñas cosas, Esos locos bajitos, De vez en cuando la vida, No esperes….

El estar aislado en el carajo seguramente nos permitiría meditar en por qué no pudo el capitán expresar una sola palabra de reconocimiento a un marinero que se ganó el reconocimiento de la princesa de Asturias y difícilmente podrá escuchar –si acaso se tocara el tema- de qué tamaño es su ignorancia acerca de la salud, aun cuando se trate de afecciones pediátricas de hígado, la proliferación de consecuencia y causas de autoinmunidad que llevan a la cirrosis; por qué la proliferación de la viruela del mono y los motivos por los cuales niños cuya vida podía haberse salvado mueren debido a la carencia de medicamentos para la atención de males como el cáncer o tan normales como la gastroenteritis, las diversas gripes y secuelas derivadas del parto.

Ser enviado al carajo, inicialmente produce temor al aislamiento, la condena que implique permanecer ahí sin merecerlo y sobre todo la exclusión de ser parte de una tripulación que en equipo podría llevar el barco a buen puerto; por si la motivación oculta –en el subconsciente o la perversidad del capitán- es la envidia, seguramente luego de adaptarse al mareo derivado del vaivén de una embarcación a merced de la tormenta, habrá la agudeza de observar con detalle y paciencia quien es quien allá abajo

Un capitán limitado, lleno de soberbia y sobrevaloración, seguramente reclutó muchos mediocres y barberos a los cuales se les otorgó una constancia de aprobado, aun cuando en la revisión de sus expedientes hayan reprobado ¿Cuántos de los actuales controladores aeroportuarios en este presente podrían estar en tal circunstancia? ¿De verdad estamos en posibilidad de recuperar en los cielos de esta patria nuestra, una categoría profesional que se perdió por la impericia de marineros, supuestamente con 90% de lealtad, pero sin siquiera llenar un 10% de capacidad? Muchos de los que en tierra esperamos el arribo de la embarcación, no tenemos más esperanza que lo que puedan proponer todas aquellas personas de éxito que podrían hacer realidad un mundo libre y de progreso; pero que por lo pronto la limitación de miras de quien conduce los ha enviado al carajo.

Por supuesto que con todo y la retórica –casi siempre hueca y repetitiva- lo que ningún navegante actualmente limitado al carajo debe olvidar que en pleno siglo XXI, esto sigue siendo el mundo y no el paraíso. En el conjunto de marineros hay de todo y si el timonel es inefectivo, alejado de la norma por siglos probada, se multiplicarán las expresiones emotivas más que las racionales y muy difícilmente habrá condiciones de equilibrio entre ambos niveles de conducta. ¿Quién tiene esa visión amplia para descubrir que en el mismo camarote del capitán hay personas acreditadas como expertos en aspectos internacionales sin siquiera hablar bien su idioma materno ya no digamos uno extranjero? ¿Qué han hecho los responsables de la seguridad para contener a los criminales que vandalizan escuelas y centros de capacitación sin que sepan qué hacer con lo robado? ¿Quién es más culpable el ratero o el que con centavos compra cuadernos y lápices para reciclarlos, aunque sean el material de trabajo infantil?

La amplia visión que permite el estar en el punto más alto del barco da acceso a calificar cuáles son las condiciones de mantenimiento[2] de las máquinas, los edificios –como el que fue en tiempo sede del pan en insurgentes- los botes salvavidas, las cuerdas, las herramientas y todo lo que permitiría una navegación segura si acaso abajo hubiera un contramaestre efectivo. Así como andar usando los principios espirituales como remedo de sermones manipuladores, no hace a la humanidad mejor, en el ámbito político, los discursos sin sustento terminarán poniendo a los escuchas en manos de un fracaso del cual podemos salvarnos si aprovechamos las ventajas de altura y visón amplia que puede darnos el ser enviados al carajo.


[1] Especie de canastilla situada en la parte más alta de un antiguo barco, a donde se colocaba a un vigía al cual se enviaba a alguien por la pretensión de tenerle lejos.[2] Por deficiente mantenimiento se han ido más lejos que el carajo, escuelas, hospitales, edificios, viviendas y el accionar de ineptos e improvisados han sido tan destructivo como el infierno al cual se han enviado normas y leyes.

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