Hilda se fue

Por Jesús Chávez Marín

―¿Y por qué lo quieres vender, luce como nuevo.
―Es la pura apariencia, ya me da mucha lata. El otro día me dejó tirado a media calle en la Vallarta, tuve que empujarlo tres cuadras enmedio del tráfico a pleno mediodía.
―Tantos años lo has conservado; la gente se encariña con sus carros viejos.
―A mí me pasó un tiempo; lo conseguí ya usado pero cuidadísimo. Había sido de una señora que jamás lo sacó a carretera, lo usaba poco y le daba mantenimiento de agencia. Lo compré por Hilda. Ella estaba en un club de pilotos de volskwagen y yo quería andar con ella para todos lados; compré mi carro y me inscribí.
―Ese club es, o era, bien famoso en Chihuahua, hacían desfiles, viajes, bailes; pura fiesta. A veces con la familia y en otras nomás en parejas. Oye, ¿y qué pasó con Hilda?
―Pues ya ves, la típica historia. Anduvimos un montón de años y luego ella se casó con un fulano que le propuso matrimonio. Fin de la historia.
―Entonces tu volskwagen vendría a ser el recuerdo sentimental.
―Pues sí. En ese carro fuimos muy felices de todas las maneras que existen. Y luego derepente adiós, fin, se acabó. Ella siguió su vida por otro lado y yo me quedé vagando por el valle de la amargura más tiempo de lo que sería lógico. O sano. Era un viudo de lo más agüitado, me da vergüenza nomás de acordarme.
―Sí supe, te pegó duro la separación. Es que ustedes eran la pareja del año, se veían enamoradísimos.
―Bueno, ya. Todo quedó en el pasado. Ahora que venda el carro se irá la última prenda de esa historia. Te voy a decir algo que te va a sonar absurdo y cursi: fue la única historia que me tocó vivir. Desde entonces nada de nada, aunque no me lo creas. Y la verdad es que vivo muy tranquilo, cero complicaciones.

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