Juan Luis Sariego (1949-2015) In Memoriam

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar (…)

Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Antonio Machado

Por Hernán Ochoa Tovar

Un día como hoy, hace siete años, el Dr. Juan Luis Sariego, un  grande de la antropología en el Norte de México, pasó a mejor vida. Debido a que tuve la fortuna de tenerlo como maestro durante mi paso por la Escuela Nacional de Antropología e Historia Unidad Chihuahua (ENAH Chihuahua) del 2006 al 2010, haré una semblanza acerca de la interesantísima trayectoria que tuvo este gran estudioso; prodigando, como siempre, las enseñanzas que me dejó.

Juan Luis Sariego vio la luz en Oviedo, España, a finales el año de 1949. Inicialmente inclinado hacia el campo religioso, cursó estudios de Filosofía en la Universidad de Comillas, en la Península Ibérica. Posteriormente arribó a México, donde estudió la Maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana. Ya radicado en México, comenzó a laborar en el naciente Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Nacional de Antropología e Historia (CIS/INAH), hoy conocido como CIESAS. Ahí, se caracterizó por llevar a cabo investigaciones relacionadas con la minería en México, con particular énfasis en las regiones carbonífera de Coahuila; así como de los mineros del cobre en Cananea, Sonora, mineral que destacó en la historia de México por ser preludio de la Revolución Mexicana, al ser de los primeros sitios que se levantaron exigiendo mejores condiciones de trabajo para sus distintos agremiados.

Posteriormente, el buen Juan Luis -así se le conocía en el ámbito antropológico- llegó a Chihuahua. Aquí, junto a un grupo de otros grandes de su  tiempo como: Augusto Urteaga, Margarita Urías, Luis Reygadas, Lourdes Pérez, entre otros, fundaron la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH Chihuahua) en 1990. Su premisa para venir a Forjar Patria (tomando como metáfora aquel añejo libro de Manuel Gamio) fueron diversas, destacando el hecho de que esta interesante región norteña le resultaba interesante para su estudio, pues se encontraba lejos del centro geográfico y político nacional. Empero, Sariego y compañía no querían venir a abrir camino desde sus oficinas de la ciudad de México, sino que lo hicieron a partir de las condiciones del agreste, pero cálido, Norte Precario (Luis Aboites, dixit). Muy probablemente, buscaban que la semilla de la antropología prendiera en estos lares norteños, donde, en términos vasconcelistas, teníamos el estigma de que la cultura había terminado debido a nuestra afición por la carne asada (como si ambos términos se contrapusieran).

Baste decir, Sariego y su equipo lograron su objetivo con creces. Cual seguidores de Antonio Machado, pudieron abrir senderos y crear una forma y un estilo de hacer antropología desde estas tierras del norte. Para muestra un botón, sus estudios sobre el indigenismo. Si la cuestión indígena ya había impactado a los antropólogos centrales y había cimbrado el discurso oficial, Sariego y sus discípulos vinieron a retomar la retórica desde una perspectiva localista. Cabe destacar, no fue el primero en hacerlo. Luis González y su grupo ya habían viajado hacia las inmediaciones de la Tarahumara décadas antes; Basauri igual; ni qué decir de los misioneros (a quienes, Sariego, en un interesante artículo científico publicado en Chihuahua Hoy les confería el status de haber sido los primeros etnógrafos, por sus excelentes crónicas y descripciones); pero él, junto a otros grandes (como Urteaga) fueron los primeros que lo hicieron desde el solar y para el solar. No en balde, su tesis doctoral, El Indigenismo en la Tarahumara, fue un punto de inflexión y se hizo acreedora a diversos reconocimientos. También tuvo el tino de coordinar una Historia General de Chihuahua, desde su perspectiva histórica (encomienda semejante a la intentada por don Francisco R. Almada -gran profesor e historiador local- en su tiempo), contribuyendo a conocer el derrotero histórico de las actividades productivas que, hasta finales de la década de 1990, se habían venido realizado en este suelo chihuahuense.

Por lo anterior, resulta emblemático tener como maestro a un personaje con una trayectoria tan interesante. Si Leo Zuckermann se jactaba de haber tenido como maestro al finado Giovanni Sartori (vaca sagrada en cuanto al estudio de los fenómenos políticos y filosóficos contemporáneos); lo mismo puede decir quien esto escribe, al haber contado como un profesor como el Dr. Sariego. Sin duda alguna, todos aquellos quienes convivimos con él, atesoramos anécdotas y vivencias invaluables en torno al quehacer de la investigación, mismas que vuelven a la mente cuando comenzamos un nuevo proceso de indagatoria.

En este tenor, recuerdo muy bien cuando Sariego hacía énfasis en “la pregunta”, deslizando sutilmente que lo que nos cuestionásemos, era crucial para poder desarrollar nuestra investigación de manera exitosa. Otro aspecto relevante, es que él ponía énfasis en la posibilidad del avance de la ciencia, una vez culminado el proceso de pesquisa. Y, finalmente, recuerdo que, en una sesión de “Diseño de Investigación” -la legendaria clase impartida por él en la ENAH Chihuahua- nos llevó un ejemplar de su tesis de Maestría. Ahí, el Dr. Sariego deslizó que “había sido una friega hacerla, mano” (sic) pues, en esos tiempos, había que teclear en máquina de escribir mecánica, de manera reiterada, y no existían las bondades de los programas informáticos actuales.

Juan Luis era, en ocasiones, un profesor duro y enérgico. Empero, sus palabras nos servían como experimentadas guías para enrumbar nuestro quehacer antropológico y académico. Con el paso de los tiempos lo he ido aprendiendo más. Máxime, cuando, los avatares de la vida me han llevado a coincidir con él en esferas semejantes. Por ejemplo, hoy día, que me desempeño como catedrático universitario y estoy teniendo la oportunidad de dar la materia “Metodología de Investigación”, las enseñanzas del Dr. Sariego resuenan en mi cabeza. Otra coincidencia interesante sería que mi maestro cursó su maestría en la Universidad Iberoamericana. Esto me marcó profundamente y, más de un cuarto de siglo después, el escribiente hizo lo propio, pero en una disciplina distinta a la de mi mentor y colega (culminé la Maestría en Historia).

Sariego es un personaje relevante para Chihuahua. Quiso esta tierra como si fuera propia. Ojalá su relevante labor fuese más conocida fuera del ámbito académico. Hago votos por ello; más aun, en estas fechas.

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