Por Ernesto Camou Healy
Hoy es el primer día del año. Una convención aceptada con cierta unanimidad hace de esta fecha algo especial. Se espera que nos saludemos con mayor énfasis, que nos deseemos prosperidad y felicidad para los doce meses venideros que, si no fuera por la pandemia, nos abracemos, nos mostremos cercanía y al menos una tímida dosis de cariño. Es Año Nuevo.
Eso de mostrarnos amorosos me parece una iniciativa excelente, pero de inmediato me surge la pregunta: ¿Por qué restringimos esas muestras de afecto a sólo unos días, especiales se afirma, de todo el año? No le encuentro sentido, y por lo mismo propongo, como primer propósito del 2022, no escatimar cariño, amor y apapachos a los y las que queremos, que si algo favorece la salud y el bienestar es precisamente sentir y mostrar el amor, y disfrutar la compañía de los otros y las otras con quienes vamos recorriendo este camino de la vida.
Porque, además, si no damos amor y no lo recibimos, nos vamos marchitando, devenimos cada vez menos, nos empequeñecemos como personas. El amor es ese entorno necesario para ser. En el principio somos originalmente un momento compartido de entrega, incondicional las más de las veces, que nos obsequia lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
Crecer en lo afectivo y lo intelectual (que son básicamente lo mismo), es un magnífico propósito para los meses venideros, y para toda la vida por supuesto; y eso implica la presencia constante y perseverante de los otros y las otras, en una complicidad que debe aspirar a ser gozosa y entrañable.
Y para llevar a la práctica tal objetivo vital debemos fomentar la cercanía y la compañía de los que queremos y nos aman. Y hacerlo en una libertad responsable, que no sea tímida en mostrar el querer, y que se comprometa a mantenerlo, cuidarse en compañía y proteger a los que amamos.
Y ese querer (debemos hacernos conscientes) busca siempre un más allá, ampliarse y encontrar nuevas variantes y formas de mostrar el cariño y también la pasión. Y no temerle, que el horizonte está ahí para incitarnos y deslumbrarnos con lo que se divisa más allá, con esa aventura que se anuncia si nos arriesgamos a lo nuevo, o las facetas intrigantes de lo ya sospechado.
Y ese riesgo es personal por supuesto, pero nunca solitario porque ser persona es vivirlo con los otros y otras, es ser con ellas y, conviene subrayar, también para ellas.
Porque fortalecer un amor responsable exige también cuidar a aquellos con los que vamos siendo, y el entorno en el que somos. No se puede amar sin proteger el medio en que nos desarrollamos, que sólo somos en un hábitat peculiar y determinado. En ese medio ambiente crecemos y en él y con él, somos. Así como necesitamos de la compañía de los que queremos, el ámbito particular y global en que estamos siendo es también parte intrínseca de lo que somos. Y su bienestar conlleva nuestra capacidad de lograr un equilibrio entre ese nosotros y las circunstancias naturales y ambientales que nos conceden la posibilidad de ser, y en ella nos abrigan.
Así pues, en este año recién estrenado les deseo, y me deseo, que todos aprendamos a ser, cada día, mejores personas. Que nos esforcemos por tener buena salud y ser positivos. Que seamos compañeros y compañeras, en las buenas y también en las maduras. Que el estar juntos nos despierte la sonrisa y nos mueva al gozo.
Que seamos libres y responsables en esa libertad, y que logremos hacerla contagiosa.
Que alcancemos la alegría y compartamos la felicidad. Que disfrutemos vivir y trabajar en paz y solidaridad con la naturaleza y los que nos rodean.
Que cada uno cree su vida en la solidaridad, equidad y dignidad; y encuentre la paz con los otros y con el todo. Que seamos felices en el amor.