Por Marcelino Martínez Sánchez y José Reydecel Calderón Ochoa
Viernes 05 de noviembre
Carlos, Carlitos y Jaime, salen de Carichí a las 12:00, pasan al Álamo por Gerardo, con propósito firme de realizar la caminata que el proyecto previo señala, partiendo de Santa Ana, Municipio de San Francisco de Borja a Carichí y llegar el 09 que se toma como fecha de fundación en 1675 por el fraile Tomás de Guadalajara.
A las 13:30 pasan su equipaje a mi vehículo aquí en Cuauhtémoc y seguimos a Santa Ana a donde tranquilamente llegamos a las 15:30, primeros en reportarnos como debe ser cuando se asume el compromiso de coordinar, Carlos es a quien hay qué responderle.
Al momento acude el Presidente Seccional poniéndose a las órdenes e instalándonos donde debemos pasar la noche, luego se retira para disponer otras cosas, en seguida llega una señora que dice traerá pan que se le ha ordenado hornear, asunto que para nada nos mortifica.
Antes de que se hiciera tarde decidimos ir al Mezquite, lugar donde la tradición oral cuenta que allí se levantaron las originales construcciones que sirvieron de alojamiento a los primeros jesuitas Fernando Barrionuevo, Juan Manuel Gamboa, José Tardá y Tomás de Guadalajara, fundadores de la Misión de San Joaquín y Santa Ana sede primera de la Misión de la Tarahumara. Nos regresamos a Santa Ana cuando llegaba Víctor Molina miembro del grupo de la Senda de ahí de San Borjas, con todo lo necesario para la cena de esa noche y a las 19:00 ya estábamos acostándonos.
Sábado 10 de noviembre
A partir de las 6 de la mañana a moverse, poner el agua a calentar para el café con pinole, otros alimentos que se traían para el camino. Al rato llega Víctor, el Presidente Seccional, aparece Franky con gente de la Ciénega, Ezequiel Calderón con más de Carichí, vehículos de Chihuahua donde vienen familias de Chihuahua, Reydecel Calderón llega con ellos, caen las autoridades municipales y Rey Parra, todos son invitados a lo que ahí se está sirviendo, suculento indicativo de que algo bueno saldrá de todo aquello.
Para la hora convenida de las 9:00, llega el sacerdote y frente al templo hay mensajes de bienvenida, del significado de la Senda de los Misioneros y las palabras del sacerdote que alientan al recorrido, ahora sí, a los hechos, rumbo a Santa Rosa, ahí a la sombra del domo se acercó la señora Chayo Chaparro, continuamos hacia el río al que cruzamos por algunas veces hasta llegar a San Borjas después de 7 horas, dirigiéndonos a la biblioteca municipal donde se nos dio alojamiento ahí llegó Sergio con su par de perros que servirían de guías.
Algunos nos acompañaron por un rato y se retiraron en lo que fue la primera jornada para irse definiendo lo que fue el grupo de caminantes que poco a poco nos fuimos identificando como Rafael , Tere, Chenda, Reina.
Interesante fue escuchar a Rey Parra con temas de arqueología o antropología de San Borjas, como es un placer a Víctor Molina y admirar sus tomas fotográficas que por si solas dan contenido a la Senda.
Por la noche fuimos invitados a un modesto restaurante, donde además de satisfecho de los alimentos recibimos el saludo de otro de la tribu, José Cano que como Víctor son promotores de los valores de su lugar y municipio que como sitios patrimoniales destacan como el cañón de Namúrachi los que hacen significar dándoles importancia.
A las 20 horas a dormir porque mañana temprano hay que caminar a Boreachi.
Domingo 07
A las 5:00hs a levantarse, ordenar maletas, camas y comestibles, colocarlo en los vehículos y encaminarse al restaurante donde nos sirvieron un rico menudo que mucho agradecimos, primero porque fue cortesía del Municipio, luego por el servicio y no faltaba más las atenciones de Víctor y Rey, el contingente de caminantes se ha reducido, para mi ver apenas sí el suficiente por tratarse de la primera ocasión se camio hacia el rio en la salida a Namúrachi cruzamos el puente que sirvió para unas buenas tomas, se caminó al poniente del famoso cañón hasta llegar a la carretera por donde se caminó hasta Tepórachi, (el lugar de la piedra bola) pasando por la parte oriente del Cerro Agujerado de tobas y conglomerados, son curiosas las formas que tiempo y fenómenos han dado a los cerros.
Son las 10:20 y los motorizados estamos en Tepórachi donde nos alcanza Víctor acompañado de sus papás, Quelito aprovecha y asiste a misa, durante la espera a los caminantes escuchamos en voz de la señora catequista, la rara versión-mito- de San Francisco Javier un predicador con numerosa familia que en el fin de sus días decidió apartarse e ir a morir a una ignorada cueva, al llegar los Caminantes decidimos ir a comer al río pero primero visitamos el viejo templo, obra de los Jesuitas y que lastimosamente se esta perdiendo, en las tumbas de su cementerio en una de ella está inscrito el apellido Meraz, en un momento anterior Rey Calderón había comentado, que se dice que Teporaca fue bautizado en Tepórachi. A partir de aquí empieza lo bueno, es el ascenso pasando por rancherías con claras señales de olvido, con restos de trabajos para conducir agua a huertas y huertos, con manzanos que datan de muchas décadas a atrás, pero con sabrosos frutos que muy bien aprovechamos.
A las 16hs llegamos a Boreachi, rancho propiedad de alguien que tiene qué ver con el Ayuntamiento de San Francisco de Borja, cerca de las casas acampamos, próximos a un riachuelo de muy frescas aguas, donde plácidamente pudimos asearnos las señoras diligentemente dispusieron las cosas para la cena que resulto magnifica y a dormir teniendo como cobija el cielo limpio y estrellado, ahí supimos que a Carlos le gusta cantarle a los espíritus de la noche.
Lunes 8
Los boscosos cerros no permiten ver si ya salió el lucero, pero las indicaciones son que la salida es temprano, así que hay que ordenar los bártulos y cargar los vehículos que abran de dar una vuelta como de 200km para estar en La Laguna, distante de aquí Boreachi como a 10 km, pero sin camino la cocina funcionando a todo fuego y comprobado esta que somos muy buenos para levantar cuanto las señoras acomodan en jarrillas perol y comal, recogiendo todo lo de la cocina y andando bien acompañados por el trabajador del rancho que seguramente tiene la indicación de auxiliar, monta, vestimenta y armas, parecería que va de escolta de importante exploradores del camino a Jesús Carichi, se camina sierra arriba para estar en La Laguna a eso de las 11 pasaditas. Los motorizados para atrás a Tepórachi, San Borjas, Cuauhtémoc, Carichi, ahí Franky carga líquidos y comestibles, pasamos a recoger al dueño de La Laguna el joven Miranda y a seguirle por tres horas que incluye una corta perdida, llegamos al rancho y los caminantes ya estaban allí, nos instalamos, ya es tarde y las señoras dispone la lumbre para la cena, calentando agua para el café, cubrir el comal con gorditas de maíz azul y orruras, tamales, quesadillas, pan, cerrando la cocina con un guisado que sirvió para preparar el lonche de la última jornada.
Igual que las noches anteriores los corrillos continuaban rescataban gratos recuerdos sobre el origen y desarrollo de la región enfatizando cuanto tenía qué ver con sus familias.
Martes 9
Son las 5 de la mañana y las mujeresque ya nada más quedan 3, Tere, Chenda y Reyna, dan señales de existencia como si se tratara de un gentío, con mucho entusiasmo tras ordenar su cama, echan a funcionar la cocina, en tanto los hombres ya sin sueño a cargar las trocas de apoyo, no sin antes dejar constancia de actualidad acudiendo al múltiple que con inversor conectan celulares porque sobra paisaje que fijar.
Hay qué decir que la naturaleza no mostró todo lo que contiene porque no vimos venados, pumas, cóconos o coyotes, si acaso azules, cuervos y auras.
Caminando rumbo a Carichí siempre bajo el camino que tomara Sergio y sus fieles El Lanas y El Negro, en tanto Carlos con más voluntad que fuerzas, señala ¡aquí nomas subimos y ya luego pura bajada! -3 horas de subida y 5 horas de bajada-, pasamos por el área siniestrada. La llegada a Carichi por demás emotiva, las familias recibiendo a los suyos y Víctor desde Santa Ana no quita el dedo del disparador fija la escena como lo anda haciendo otro fotógrafo, continuando con los últimos pasos hasta el atrio de la sagrada familia y al interior donde el sacerdote ofició una misa a manera de réplica como seguramente lo hizo Guadalajara hace 346 años, ahí se nos entregó un Cristo Peregrino cortesía de Franky y familia, gesto que se agradece en todo lo que vale, finalmente nos pasaron al patio trasero, nos sirvieron una rica comida cortesía de la autoridad municipal, a Carlos su familia le otorgó una placa en reconocimiento a sus esfuerzos en el rescate de la historia de Carichi, por su parte el Ayuntamiento al grupo de la Senda, nos entregaron igual un reconocimiento.
Nos despedimos muy convencidos de haber logrado el propósito de la caminata y celebrar con mucha satisfacción el aniversario de la fundación de Carichi siendo las 17:00hs, todo mundo a su casa a contar lo vivido.
Marcelino Martínez Sánchez.
Ocho momentos
El camino de la senda se hizo con la fe en Dios y con el esfuerzo y la buena voluntad de todos. Cada uno de nosotros hizo su propia senda y aquilató su propia experiencia. Y aún en cada uno hubo muchas experiencias y enseñanzas particulares. Como en la danza del pascol de los rarámuri, haciendo con sus pies un ocho infinito que nunca es igual ni se repite, y aún sonando sus cascabeles y levantando el polvo no se sabe si danzan en la tierra o en el cielo. Los siguientes ocho momentos de la caminata quieren ser eso, una danza de pascol…un ir y volver , infinito, agradeciendo a Dios la vida que nos da en la tierra y en el cielo. Saludos.
San Joaquín y Santa Ana. “Hagamos tres tiendas”
Hace un año, bajo este cielo azul limpio y calmo, en el ocre de su campo, en este templo y en este atrio de sueños antiguos, mi esposa Patricia y yo le dimos gracias a Dios por la vida y le pedimos por nuestra salud, porque pasara al fin el dolor y la desesperanza de esta pandemia… pero que se hiciera su voluntad. Ella no está más y no sé ni tan siquiera cómo mirar hacia el atrio y cómo soportar este amarillo ocre punzante. Hoy hay sonrisas y alegría, no desmedidas, sino agradecidas. Mi hija, Cecy. El rostro de mi hermana Gracie, de mis otras hermanas, Luz y Anita; de Graciela Ochoa, mi hermana de pila, y sus hijos, de mis primos hermanos, Javier y Kelito. El rostro siempre recordado de mis amistades, Elvira, Lucila…Los rostros de mis amigos de grupo y de aventura, los que desde ayer están aquí, Carlos, Carlitos, Jaime, Gerardo, Don Marcelino, que pasa una libreta para que en ella asentemos nuestros nombres, gran detalle, para la historia…los que hoy con gran gusto descubro: Anita, Dora Luz, Rey Parra, Reyna, Teresita, Chenda, María, Natalia, Frankie, Chava…la diligencia de Víctor y de Jaime mi cuñado, con sus cámaras buscando los mejores momentos…las autoridades del municipio y de la sección, Don Vicente Nevárez y su esposa Meli Chavira; Jorge Mario Monge, Chelito Nevárez…todos en semicírculo para escuchar una breve explicación y bienvenida de Carlos. Para escuchar unas palabras del C. presidente municipal y del seccional.
Y para recibir del sacerdote la bendición para el camino.
Esta tierra pródiga y hospitalaria como sus habitantes es la misma que hace 346 años recibió a los misioneros Tardá y Guadalajara para que hicieran aquí sus “tres tiendas “del evangelio. Como ellos, este grupo camina a contra río, en el nombre del padre, con la confianza de que al menos una piedrita más pueda sumar en el puerto al promontorio de la fe, y de que quizás algo bueno salga de este caminar.
San Borja. Soy Un Guerrero
En Santa Rosa nos despedimos de nuestras amistades que habían caminado con nosotros y compartido su lonche tan sabroso y su sonrisa amable.
Tomamos el río a contracorriente . Siguiendo su cauce hemos de llegar al pueblo de San Borja, nos dijo Rey Parra, ahora nuestro guía, junto a Víctor. Mas el río había arrastrado piedras y ramajes, borrado las veredas y desviado en partes su caja. Había que subir peñas para evitar los charcos, hacer puentes con piedras o de plano descalzarse. El sol empezaba a calar y tomamos mucha agua para calmar la sed. El grupo se fragmentó un poco, y agarramos por caminos distintos de dos en dos o de tres en tres. Nos cansamos, y agotados nos sentamos a las orillas del camino bajo la sombra de los árboles. Ya no teníamos agua. Y los 15 kilómetros se alargaban y se hacían pesados. Nos compartimos la poca agua que nos quedaba viéndonos a la cara, pálidos.
Apareció Frankie, cargando su mochila con casi 15 kilos de alimentos y de agua. Y con sonrisa de “se los dije” nos compartió de buena gana unos bates de pinole. El grupo descansó y se sonrió, y al fin comprendió que juntos era mejor que separados. En bolita avanzamos por una travesía a la cuesta arriba, pero caminada con cuidado, paso lento y descansado, respirando a fondo y gozando del paisaje, de las pláticas y anécdotas que no faltaban. El sol cayendo y el río a la vista. Por una cuesta llegamos hasta él y descalzos nos echamos agua en el rostro y en el cuello. Reunidos llegamos por una sola senda hasta la primera calle del pueblo. Cansados pero animados
Avanzamos a la plaza y frente a la iglesia estaban ya, Sergio, el lanas y el indio. Sobrios. Observadores. Tranquilos y amigables. Sergio sería el nuevo guía del camino largo. El lanas y el indio, los perros guardianes. Unas indicaciones de logística para la cena y para dormir, pero la sed no se nos quitaba. Era sábado en la tarde noche. Transgredí la ley y con sonrisa cómplice propuse un doce de cervezas de las que fueran. Los más jóvenes aceptaron. Volvieron pronto con ellas, pero nadie se apresuraba a tomar. Hubo que compartirlas de una por una. Estaban heladas y sabrosas como pocas veces. “ nos hacía falta”, comentó Carlos en voz alta. Jaime González no tomaba y me acerqué a él y le dije con seguridad: ¿una cervecita? No. Gracias. Me contestó. “ Yo soy un guerrero”.
Tepórachi. Orientados a Dios y al Sol
El domingo siete la conspicua tribu se levantó muy temprano, “fresca y curada”; y se fue a desayunar un buen menudo, que agradeció mucho. Por la noche Kelito había tenido un buen sueño y hoy nos platica que seguirá en la senda con nosotros, caminando y apoyando con su troca y su buena voluntad.
Pasó el supergrupo por sobre un largo puente en fila india como un espejismo sobre el agua, dejando atrás la seguridad de San Borja y comenzando ahora la incierta aventura por los montes.
Las camarillas de ayer del río de Santa Ana, no eran ya los mismos de hoy sobre la rúa de Tepórachi, caminando a paso muy regular y muy bien ritmado, platicando, escuchando y sonriendo. En la terna nuestra Rey Parra nos hacía una arqueología narrada de los alimentos de antes tan bien aprovechados y tan sabrosos. Quién había de imaginar que las natillas de frijoles eran posibles y sabrosas. Que el cerro agujereado tuviera dos agujeros y que en uno de ellos habitara una bruja procedente de Carichí. Así de padres eran las pláticas y hacían olas en los grupitos diseminados en larga viborilla.Aún con las alforjas bien cargadas arribamos al primer puerto y allí nos juntamos para echar una piedra al montón y ahuyentar los malos espíritus y judíos errantes. Las conversaciones se animaban y los espíritus se levantaban. Por qué Tepórachi se llamaba así? Qué significa el nombre en rarámuri? Que antes no era Tepórachi, sino Purúachi
Que quizá haya sido bautizado aquí Gabriel Tepórame, el general rebelde de los rarámuri. Que es probable que el Padre Gerónimo de Figueroa lo haya catequizado. Al parecer es el lugar de la piedra bola; pero puede ser también el lugar de Tepórame, Tepórachi. O, solo el lugar del hacha, si ripuráka o tepuráka es eso, hacha. Pero enseguida se escucha, má gó…! Y hay que rehacernos y volver a caminar. Dejamos la carretera y ahora vamos serpenteando por las veredas. Llevamos un poco más de 5 horas caminadas y a lo lejos se divisa al fin, Tepórachi.
Estamos cansados y tenemos hambre. Llegamos los primeros hasta las cercanías del antiguo templo y allí nos descansamos para esperar la llegada de los demás, y fueron llegando poco a poco…un cerco, unas bardas y unas acequias nos separan del lugar del templo. ¿Quieren llegar? Pregunta alguien, o ¿ya nos vamos a comer? Por respuesta casi todos empiezan a levantarse y a cruzar las cercas y las acequias para llegar al templo. Y llegan, y lo disfrutan, y opinan, y posan para las fotos; quién no querrá posar junto a una construcción sagrada de más de 350 años?
En el interior del templo como por magia todos nos achinchorramos en el área derruída del ábside circular y sobre el espacio del altar. El profesor le pregunta a Rey que algo nos diga sobre este templo, y luego también a mí me inquiere; Rey nos comenta que la intervención que se hizo al templo estuvo mal hecha porque no utilizó los elementos naturales de construcción y parece que sobre el techo usaron cemento, que en este caso, no es conveniente hacerlo. Que el templo se está partiendo porque le falta humedad al subsuelo. Yo estoy muy sorprendido de ver cómo nos juntamos en esta área del altar y con cuánta atención y devoción permanecemos en este sitio ceremonial y sagrado.
Me nace comentar en voz alta que por la abertura circular que está sobre la puerta principal entra la luz del sol, simbolizando a Dios, baña de luz el espacio y se funde con la luz que por el ábside entra a irradiar el altar. El profesor añade que es posible que en los solsticios esa luz y la luz del ábside converjan en un mismo momento en el altar. Los templos de los misioneros y los lugares sagrados de los rarámuri se orientan a Dios y al Sol.
Domingo. Mediodía, hora de la eucaristía
Un poco más de tiempo nos dimos para subir despacio las escaleras de madera en espiral del templo de Tepórachi…como si no nos quisiéramos ir…hechas sus huellas y peraltes con troncos de madera de táscate, al parecer, de una sola pieza, que van girando sobre su propio eje integrado y sostenido en los adobes de la torre, no incrustadas, sino levantadas al mismo tiempo y asentadas como un adobe más, sin un solo tronillo de acero, y sin pizca de cemento; el espacio circular de la torre es pequeño, menor a dos metros de diámetro, y se suben sin cansancio porque están diseñadas con toda proporción y ritmo.
Mas el tiempo de partir llegó y ahora unos de nosotros en las trocas y otros a pié nos dirigimos a un lugar tranquilo y bonito para comer, ese lugar implica devolvernos un poco del camino andado, estamos casi en una orilla, y debemos devolvernos a la otra, contigua a la carretera, al puente del río y de los álamos y de los nogales.
Por media calle, en calma, transitamos una calle de fiesta de domingo, unos perros se acercan y olfatean al lanas y al indio de nosotros, pero éstos son profesionales y conservan su paso sin alterarse, hasta que más adelante una jauría encabezada por un perro enorme, olfatea, y ataca… el lanas es derribado y mordido como una tenaza de su cuello, y por más que lucha no es liberado; el dueño del perro monta en su caballo y le lanza un pial a las patas del perro grande, no cae el pial y hay que ayudarle a mano a que ate las patas del animal, luego espolea al caballo, tensa el lazo y lo amarra a la cabeza de la silla, y los jala, y se lleva a los dos animales arrastrados por la tierra sin soltarse ni darse por vencidos, casi diez metros, hasta que al fin, el perro grande suelta la tenaza, el lanas corre desorientado, pero luego se ubica y da la vuelta y atrevido vuelve con nosotros…el dueño del perro grande lo mantiene pialado y lo regaña “ pá que se le quite…
Un tanto alterados, pero no mucho, llegamos al lugar bajo los árboles, a la vera del río y del puente, cerca de la tienda de abarrotes, donde ahora comían alegres los demás caminantes.
Las viandas a la vista, dispuestas en improvisados manteles de hojas secas o sobre las tapas abiertas de las cajas de las trocas. Los burritos calientitos, de frijolitos, de picadillo. El agua en el garrafón con un sifón para servirse agusto y a placer. Otros tomaban cocas o sodas de sabor. Quesadillas, salchicha, tortillas de harina y de maíz. Galletas. Pan hecho en casa, unos lo comían solos, otros los abrían a la mitad y les ponían requesón o solo queso.
Víctor había traído a sus papás, Don Victoriano y Doña Socorro, que no podían bajarse de la camioneta, pero hacían plática con cada uno de nosotros, y con todos, espontáneos. Bajo aquella sombra donde los peces y los panes se multiplicaban, levantamos el campo y algunos siete guares todavía se llenaron…Kelito fue a misa a la capilla nueva porque era domingo, medio día, hora de la eucaristía.
Boréachi. Al cielo, un abrazo
Levantada la mesa de Tepórachi hicimos de nuevo fila con el rumbo de Boréachi. Algunos de nosotros pidieron ráit en nuestras trocas hasta el punto de salida donde todos caminaríamos a pié. Habíamos avanzado apenas un poco cuando nos encontramos a Reyna que venía hurgando con su vista el camino de tierra: no vieron una pluma de cócono? No. Es que se me voló del sombrero y es pluma que el profesor guardaba. Le ayudamos un poco, pero nada, quizá haya volado con el aire, como pluma. Le prometimos buscar una nueva en el camino…pero es que ésta es la del sombrero del profesor..!
Transitamos despacio para dejar Tepórachi y recordamos y agradecemos al comisariado, Sr. Jesús Eliazar Parra Ramírez y a su equipo la ayuda que nos prestaron y el tiempo dedicado a dar con una buena ruta de camino.
El mapa no nos había revelado nunca la belleza del camino y sus paisajes, ni la vegetación de encinos blancos y rojos, de táscates de tronco grueso y ramaje frondoso; de piedras de formas uniformes y disformes con texturas muy finas o muy rudas, otras.
De rocas enormes montadas en equilibrio sobre los bordes de otras. No consignaba el mapa un ranchito que apareció de pronto en un vallecito dorado cobijado por enormes montañas y bañado por las acequias que provenían de dos arroyos, habitado y cultivado por un amigo personal de Sergio. Wikórachi se llama el ranchito, y hasta ahora no ha aparecido en las portadas de la National Geographic. Más adelante el camino es cubierto por arcadas de ramajes a los lados del camino y por árboles casi silvestres de manzanas rojas aún sin pizcar.
Al atardecer, casi al anochecer, avistamos Boréachi. Un ancón abrazado por el río y dos montañas enormes y por una tierra pródiga de vegetación. Un ranchito de una persona que se amistó pronto con nosotros y se ofreció a guiarnos por el camino a la Laguna del día siguiente. Algunos fuimos
Rápido a descansar los piés en el agua corriente, Don Marcelino en cueros se dio un chapuzón completo en uno de los charcos hondos. Carlos, Frankie y alguien más hicieron la fogata y entre todos acarreamos leña.
Las mujeres no descansaron ni entraron descalzas al arroyo, ellas, hacendosas se pusieron a trabajar: bajaron los trastes, desempacaron sartenes y bastimentos, improvisaron mesa y comenzaron a picar la cebolla y el ajo, los chiles, las papas, el chorizo. Frankie, que de todo traía, instaló una estufa con gas y una parrilla grande sobre la fogata. En un momento, el café, instatáneo o de jarrilla, jarrilla blanca, perdible; luego las gorditas de maíz blanco y azul, rellenas de frijoles maneados con fina carne seca, con chorizo, o solitos. Tamales amarraditos por la cintura, estilo Guadalupe y calvo, salchichas de argentina, quesadillas, tortillas de maíz o de harina, y guizado de carne y papas con chorizo.
El fuego, el hiptonizante fuego, un poco de humo echaba y con el viento giraba de un lado a otro, leve. Se afogaba, de pronto, entonces Don Victoriano, que había viajado con nosotros y descansaba en su silla, un poco se desesperó de que no atináramos a hacer bien la lumbre y nos pidió que le atizáramos bien arrimando un leño grande por debajo de la parrilla, alguien se acomidió y la lucha le hizo.
La luna, la luna sencilla, apenas una tira blanca en cuarto creciente, acompañada de una estrellita, nos sonreía desde el cielo y bajó a juntarse con nosotros a la fogata, a platicar y a veces tan solo a escuchar el sonido del agua, o a que el humo la siguiera, ruborizada. El humo, el humo de nuevo, Don Victoriano se desesperaba, entonces Reyna dejó su silla y se acercó a él y cariñosa le pidió que le explicara que debía hacer para que la leña ardiera bien; él, como hablándole a una hija, le explicó con palabras sencillas y bonitas qué debía de hacer, y ella lo intentó…de vuelta a la fogata una lágrima recorrió su mejilla.
El cansancio y el sueño me calaban, el fuego y la plática del profesor Marcelino de pies descalzos, la luna sencilla, su estrellita, tan humildes y de tanta paz, la espera de orión, el melancólico canto de Carlos, me mantenían de pié alrededor de la fogata. Se fue Don Marcelino, cansado; Carlos se quedó en silencio, un abrazo me dio la luna y su bendición, y solo, no tuve más remedio que buscar un lugarcito para dormir. A un ladito de mi primo Javier, una lona delgadita extendí sobre el piso y desdoblé mi sleeping. Una persona del grupo apareció y me dijo, tenga esta cobija para que no pase frío…apenas pude decirle gracias por su ternura. Me tapé hasta la cabeza y me dormí luego. Calientito. Al filo de la medianoche, quizá, me destapé un poco y voltée al firmamento, orión.
Hoy, la senda, los compañeros de la senda, recordamos a nuestros seres queridos en cuyo corazón permanecemos, Esther, Paty, la esposa del papá de Jaime, al papá de Reyna…a ellos, un abrazo al cielo. Amén.
La Laguna. Mi escapulario
Esa mañana de lunes nos levantamos muy temprano, casi de madrugada. Las mujeres se habían levantado después de una ventizca que apagó la lumbre, se levantaron a echarla de nuevo, pero era ya la madrugada y sus pláticas eran muy animadas y en voz alta…o así se escuchaba a esa hora…
Tomamos café y algo de desayuno que compartimos con la persona del rancho que estaba listo con su cabalgadura, él, ataviado con mitazas de cuero ajustadas y carabina 30-30, sobre un caballo alazán. En una abrazo grande nos reunimos para rezar en silencio y luego partir. Los apoyadores en sus tres trocas se devolvían y María y Natalia con ellos, en una vuelta de casi 300 kms. Hasta encontrarnos en el rancho del Sr. Miranda. Los de a pie antes de las siete de la mañana íbamos caminando sobre la vera del río, cruzando vados improvisados de piedras, en medio de manantiales que nacían en las faldas de la montaña y escurrían hasta el río. Cruzando pequeños ancones de siembra con casas de adobe y piedra, unas abandonadas casi tapias, otras aún de pie. En la vereda la huella de animales del monte y en las altas cumbres unos venados huidizos cola blanca…si acaso unos cinco kilómetros por la ribera habíamos avanzado cuando el guía cambió el rumbo y nos salimos a la derecha por un montecito a la cuesta arriba. Apenas se notaba la vereda, luego se desvanecía, pero ascendíamos, hasta que alguien comentó en voz alta que ya había señal.
Javier sacó de la mochila su teléfono y empezó a marcar al número familiar, cuidándose de las espinas y de tropezar con las piedras, y poco a poco se fue retrasando de la columna ascendente, hasta que al llegar a la puerta de alambre de púas del potrero que cruzábamos el guía de a caballo se dio cuenta que Javier ya no se veía en la retaguardia. “ ya se perdió”, nos dijo, no lo veo… Y sin dudarlo nada espoleó los ijares de su caballo y se devolvió por el camino andado; Sergio, nuestro guía, sin decir nada, trotó en el otro sentido y nos pidió al resto del grupo que no nos moviéramos del lugar donde nos ha dejado…así lo hicimos con sus más y con sus menos, y un poco le ayudamos con nuestros gritos de “ Javier…dónde andas…” A lo lejos divisábamos al jinete de a caballo por la parte baja de la loma aquella y sabíamos que no lo encontraba…de pronto a unos 500 metros adelante de nosotros apareció Sergio, ya lo había encontrado…cuando se vio solo Javier había apresurado el paso y sin darse cuenta había hecho una curva para quedar por delante de nosotros. No sé cómo Sergio intuyó esa posibilidad y la siguió, por fortuna.
La marcha continuó por una meseta desde donde se veían las cumbres de Carichí, acelerando los corazones de los caminantes. En otra cumbre alcanzada el jinete de Boréachi nos dijo: hasta aquí llego yo, allí está adelantito la Laguna, sigan derecho, el camino no tiene pierde…a menos que alguien se quede atrás…distraído… Nos despedimos todos muy contentos, él se veía satisfecho y su caballo bañado en sudor. Nos prestó la carabina para posar con ella y hasta su caballo para montar. Y se regresó.
Y así fue…un poco antes de las 11 am abrimos las puertas del rancho del carichiense Juan Miranda; cercado a cuatro hilos cubierto de malla de alambre desde el piso, con instalaciones ganaderas y una casa habitación energizada con paneles solares. Bajo unos árboles unas mesas y unas sillas indicaban que ese era el lugar para descansar y cocinar al aire libre.
Unos nos tumbamos sobre montones de arena y otros nos sentamos en las sillas de metal. Era muy temprano. La meta de hoy estaba lograda, con margen de sobra.
Los jóvenes y Sergio con desenfado empezaron a caminar hacia la parte baja del rancho, y yo los seguí, para hacer algo. Cruzamos una puerta de metal ganadera y bajamos por una faldeo leve donde brotaba un manantial con abundante agua y escurría, o corría, hacia donde una presa o laguna hecha a propósito la contenía. Era casi el medio día y Sergio decidió meterse a nadar. Enseguida yo decidí lo mismo. Arrimado a un cerco de piedra me quité mi ropa de días y avancé para meterme a la laguna, pero me devolví porque mi medallita de plata se me podría salir y perder en el agua, con mucho cuidado me la quité y con más cuidado busqué una piedra donde quedara a salvo y no se raspara…la coloqué con devoción…levanté mis ojos y me encontré con los ojos de Jaime, “ es que es mi esposa”, le dije, sin que el me preguntara nada, y sin que yo tuviera que decirlo… El agua estaba fría y en el fondo de la laguna no había piedras sino lodo calizo arrastrado por la corriente de agua del manantial…bueno, pensé, al menos no tengo cuidado de que el agua esté limpia, sino lo contrario…cómo quedará después de mi? No fue mucho tiempo, los jóvenes se regresaron y nosotros poco a poco abandonamos el agua y nos pusimos a secar, al sol…
Con tiempo buscamos y acarreamos leña, redondeamos la hornilla de la lumbre y limpiamos un poco el entorno, y platicamos, y esperamos a los apoyadores que de vez en cuando se comunicaban…bueno, pues es hora de preparar la comida porque no tardan en llegar…y fueron llegando, y con ellos el dueño del rancho que hoy nos hospedaba, Juan Miranda…amable , no tardó en entrar en pláticas con nosotros, y se veía que conocía y que era un gran conversador, muchas cosas nos contó, entre otras nos señaló el lugar de la cueva de la leyenda donde en tiempos de la revolución se escondía de los soldados carrancistas Doña Belém Domínguez, abuela de tres de nosotros que allí estábamos, y en aquel entonces esposa de un general villista…El tiempo pasaba y los carichienses tuvieron tiempo de recordar y desentrañar algunos viejos cuentos, así como de ponderar a algunos viejos de cuento…no mucho, porque él se tuvo que ausentar porque debía de volver al pueblo.
Las ternas y las cuaternas de plática se hacían y se deshacían, yo quedé en una donde Frankie nos platicaba de su historia como seminarista de la tarahumara en Norogachi, Chih.
Nos platicaba de sus compañeros y de los sacerdotes formadores…mucho gusto me dio saber que teníamos historia en común y conocíamos a las mismas personas…de este grupo que hoy camina, cuatro fuimos seminaristas : Carlos, Javier, Frankie, y yo.
La noche nos alcanzó. La lumbre jugaba sus dorados tonos sobre los rostros de nosotros . Informales, de pronto había lugar para reír juntos o para planear el día siguiente y la llegada a Carichí, que ya empezaba a ponernos nerviosos.
Entre la luz de las estrellas, y con la luz de la fogata, Jaime y yo nos reencontramos, éramos el segundo más joven y el cuarto más grande del grupo…quiero hablar con usted, me dijo…claro, le contesté…quiero decirle que no se raje..! que se cuánto le duele la ausencia de su esposa, pero que tiene que pasar…llore, si quiere, pero luche…dedíquese un tiempo a usted mismo, se que 28 tiene muchos quehaceres, pero déjelos, es más valioso usted, y si de algo le sirve, sea como yo: un guerrero. Y platicamos más…Gracias. “
De vuelta, un abrazo
Felices, las flores se abrían, los pájaros lanzaban plumas de colores al camino, los árboles danzaban, las manzanillas y las yerbabuenas olían…descansamos casi en la cumbre de la mesa,y desde allí se divisaba muy a lo lejos la sierra de Santa Ana, desde donde veníamos; y clarito, el macizo donde enclava el cerro agujerado , el valle de San Borja, como un regalo después de tanto caminar.
Esa mañanita habíamos hecho la oración agarrados de la mano y mirando a la tierra y al cielo agradecimos a Dios el venir sanos y el estar a un paso de nuestro pueblo Carichí; tomamos con emoción la cuesta arriba y se fue llenando de enormes pinos el camino…el cansancio había desaparecido y había quienes en lugar de caminar, danzaban, en un pie, luego en dos…vimos a unos metros la cueva de Gustavito, en la memoria de los carichienses, y quisimos llegar hasta ella, pero antes, nos tomamos otra foto todos juntos teniendo a nuestras espaldas un infinito de montañas y cielos azules…luego, alcanzamos la cueva, donde el Sr. Montañez, de apellido y de oficio, descansaba junto con su recua, para recuperar fuerzas y seguir en el trueque de queso por duraznos, de dinero por agujas y telas, de café y azúcar, rancho por rancho, casa por casa…
En las montañas de Carichí el aire limpio y claro el cielo, abrimos la primera puerta del rancho “ el sabino”, y transitamos por él en enormes y pendientes cuestabajos, atravesando arroyos de aguas transparentes y corretonas, una y otra vez, todos platicando de dos en dos, o de tres en tres, a mi lado un bache del camino jaloneó la pierna del profesor Marcelino y solo una mueca de dolor le ocasionó porque él también caminaba a paso apresurado. “el tablero “dijo uno de nosotros. El tablero es el rancho que nos decía claramente que estábamos en nuestra tierra, Carichí.
Los jóvenes, los más jóvenes, los de Santa Ana, Carlos y Jaime, eran los que había tomando la delantera y nos marcaban un paso duro y veloz. “Es que ya quieren ver a la novia”, dijo alguien.
Un poco más adelante nos desviamos a propósito del camino para llegar a ver y conocer la Piedra Pinta, de voz popular en el pueblo desde siempre. Llegamos a un claro de bosque donde había una casa de adobe y piedras, y una tapia de piedra, luego un cerco de alambre y enseguida el arroyo de agua en medio de rocas pulidas por el tiempo…desde él y desde la otra banda pudimos admirar el cuadro de la Piedra Pinta, a unos 6 metros de altura.
Las pinturas con la tinta roja indeleble y las figuras que son símbolos siempre misteriosos para nosotros. Una ceremonia para llamar la lluvia. Para dar gracias por la caza y las cosechas. Para augurar tiempos mejores. Quizá. Nuestro compañero, Rey Parra, arqueólogo, nos explica detalles. A mí me llama la atención el saber que las pinturas puedan verse y percibirse de distintas maneras según el ángulo desde el cual se vean y según la hora y la luz del sol.
El símbolo de los misioneros jesuitas cincelado en uno de los bordes de la pintura: a mí me nace comentar que es vandalismo. Los fierros de los ganaderos y ejidatarios, de los vecinos de Carichí, están cincelados alrededor de la pintura, pero en la misma superficie de roca plana.
El lugar es espectacular y comentamos que fue un escaparate en el pasado para que los caminantes se demoraran y admiraran la pintura. Para celebrar quizá en el lugar las ceremonias que los llevaban como pueblo a Dios. Quizá.
Bueno, volvimos al camino y pronto, muy pronto, a la vista el valle de Carichí, y tan solo otros dos kilómetros, y las torres de la iglesia de Carichí, a tiro de piedra… Nos juntamos todos bajo un encino y dimos gracias a Dios por haber llegado. Luego, casi en desbandada, a la cuesta abajo… tomamos una senda al final entre dos lotes de siembra que conectaba con la carretera de pavimento.
Se veían estacionadas las trocas de apoyo de nosotros y otras más. Y luego un buen grupo de personas indefinibles todavía. Un par de niños se desprenden y corren hacia abajo a nuestro encuentro, en la escena más bonita y tierna desde hace 4 días: abrazan a Carlos.
Luego llega su esposa y lo abraza fuerte. Los compañeros, los amigos, los de Santa Ana, los de la senda, algunos más, todos especiales. Todos recibimos en Carichí, de vuelta, un abrazo. Gracias
Warú carichí…el del principio.
Veixilia regis prodeunt las banderas del rey se enarbolan
Fulget crucis mysterium resplandece el misterio de la cruz
Qua vita mortem pertulit en la cual la vida padeció muerte
Et mortem vitam protulit… y con la muerte nos dio vida…( continúa)
Con gran fiesta y con este canto los rarámuri recibieron al padre Thomás de Guadalaxara en 1675, en medio de procesiones que llevaban la cruz al frente, con danzas, comidas y flores…El se sorprendió de tanto cariño y hospitalidad y seguramente ellos de la bondad del padre que encarnaba la promesa de una vida de paz y de amor…
Por la calzada oriente, como la de Emaús, platicando y sonriendo, tranquilos, arribamos al atrio de la iglesia en Carichí, donde hace 346 años fue recibido el misionero, entonces a campo abierto, en un patio ceremonial y sagrado desde siempre, con tres cruces al frente ataviadas para el momento y con las ofrendas de los frutos cosechados, de la carne tónari y del batari.
Con sorpresa la senda vio que hoy en la escalinata de entrada a la iglesia hay una manta de BIENVENIDOS, y, más, que el sacerdote, con su ornamento del día, está al frente y de pié. Nos recibe y nos invita a pasar a celebrar con él la eucaristía. Gran momento. La iglesia celebra hoy la fiesta de la basílica del Salvador y de los santos Juan Bautista y Juan evangelista, conocida como archibasílica de San Juan de Letrán.
Nos pidió ayuda para las lecturas, y después de leer el evangelio unas reflexiones muy atinadas nos compartió. Nos pidió que también nosotros, los de la senda, nos dejáramos evangelizar y que fuéramos los primeros en procurar la paz. Los misioneros, los jesuitas y los franciscanos, dieron la vida por Jesús. Así ustedes, deben de ser capaces de amar a los demás y de dar la vida por ellos. Unos datos de historia nos compartió y algunas preguntas. ¿Qué significa este sol grande en el retablo alto del presbiterio, detrás del altar? Escuché que uno de nosotros contestó: es el símbolo de los misioneros jesuitas atestiguando que la luz prevalece sobre las tinieblas.
¿Ustedes saben cuándo se celebró la primera misa aquí y por quién? Buena pregunta que no pudimos contestar, en los archivos y textos consultados no aparece por escrito ese dato. Sí aparece el dato de los bautizos.
Quizá por ser el sacramento primero. Luego la confesión y la eucaristía. Con paciencia el sacerdote nos leyó qué sacerdotes se encontraban sepultados en las urnas a contra altar, desde los tiempos primeros hasta los de la segunda etapa misional. Al finalizar la eucaristía el sacerdote bendijo unas cruces misionales y él mismo nos las colocó en el cuello; unas cruces regalo de la familia de Frankie, compañero de senda. Gracias. Nuestros hermanos les han preparado en el patio interior de la casa una bienvenida con alimentos y reconocimientos, pasen por favor, nos dijo…y nos dio la bendición.
En el patio estaba ya todo dispuesto. El C. presidente de Carichí no pudo asistir en persona, en su representación el C. secretario del ayuntamiento, Miguel Angel Rodríguez Gtz. Y la C. Síndica municipal, Lupita Terán, con su equipo de trabajo nos recibieron de modo amable y cortés. Al final nos obsequiaron reconocimientos a todos y cada uno de los integrantes de la caminata de la senda. A Carlos en especial, su familia le reconoció su esfuerzo por mantener viva la memoria del pueblo y luchar por sus sueños.
La senda agradece mucho estas atenciones sinceras. Y nos enorgullece que las autoridades civiles y las eclesiásticas se llamen así mismas, Hermanas…” nuestros hermanos de la presidencia una bienvenida les han preparado…” El Padre Guadalaxara verá sorprendido de nuevo, que hay voluntad de caminar juntos a la paz y que el valle de Carichí y su gente es el wa”rú carichí del principio.
Al Padre Francisco Javier Arana, párroco de Carichí, muchas gracias.
Al C. Alejandro Gutiérrez Villarreal, presidente municipal de Carichí, muchas gracias.
Senda, Gracias.