Por Francisco Ortiz Pinchetti
Cubrí en 1990 para el semanario Proceso las elecciones generales en Nicaragua. Me tocó ser testigo de la histórica derrota del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y de su candidato presidencial, Daniel Ortega Saavedra, frente a una mujer que tenía más de ama de casa que de política, Violeta Barrios de Chamorro, viuda de un destacado periodista.
La revolución sandinista triunfó en 1979 con el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza Debayle, heredero de una dinastía de sátrapas y tiranos que gobernó ese país centroamericano durante 40 años.
Tras el triunfo de la revolución, en Nicaragua se instaló la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional como un gobierno transitorio. La Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) eligió a Ortega como coordinador y fue designado oficialmente en marzo de 1981.
En el libro El preso 198 (Ed. Independiente, 2018), el más documentado perfil sobre el revolucionario y político, el periodista Fabián Medina, escribió que Daniel Ortega sacó ventaja de su particular personalidad apagada y de bajo perfil para colocarse como el hombre del Frente Sandinista en la Junta de Gobierno que se instaló tras el derrocamiento de Somoza. “Ortega fue escogido por la Dirección Nacional porque se veía menos peligroso que los tres principales comandantes de ese momento: Henry Ruiz, Tomas Borge y Humberto Ortega. Todos ellos querían ser presidentes y ninguno aceptaba a los otros dos”.https://dde9a279f9d2d9133818cd3c05abdfe3.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
En 1984 Ortega Saavedra fue seleccionado como el candidato del Frente Sandinista para las elecciones de 1984. Ganó por primera vez la presidencia en unas “elecciones” a modo, manipuladas desde el poder, nada confiables y muy cuestionadas.
Y en 1990 buscó la reelección, pero en condiciones bien distintas: con un nuevo órgano electoral autónomo, en comicios libres y democráticos observados por organismos internacionales como la ONU, la OEA y el Centro Carter, que avalaron su validez.
Tuve oportunidad de tratar a Ortega Saavedra durante su campaña electoral de ese año. Además de un par de entrevistas formales, conversamos en repetidas ocasiones, lo mismo a bordo de su jeep de campaña que durante eventos informales en diversas poblaciones. Me causó siempre una buena impresión. Me pereció un hombre sensato, coherente con sus principios, honestamente comprometido con los pobres e insólitamente abierto a la posibilidad de una transición democrática en su país cuando había sido protagonista de una lucha armada.
La suya pereció ser una campaña triunfadora, a juzgar por las movilizaciones multitudinarias que logró y por el resultado de la mayoría de las encuestas sobre preferencias electorales. Entre los periodistas internacionales que tomaron como sede el histórico Hotel Intercontinental de Managua, el consenso era en el mismo sentido. Con una excepción notable: la del enviado del diario francés Le Monde, Bernard de la Grange (autor años después junto con Maité Rico de La genial impostura, sobre el subcomandante Marcos) que a partir de sus entrevistas con decenas de pobladores tenía la convicción de que Violeta Chamorro, postulada por la Unión Nacional Opositora (UNO) ganaría la contienda.
Y así ocurrió.
La jornada electoral del domingo 25 de febrero de 1979, durante la cual estuve permanentemente al lado del sandinista secretario del Interior, Tomás Borge Martínez, transcurrió sin incidencias importantes. Hacia las 9:30 de la noche, cuando se desataba ya una ola de rumores acerca de los resultados, la actitud amable y optimista del también destacado poeta y escritor fallecido en 2012 cambió radicalmente. Y desapareció. Poco después se supo que la dirigencia nacional del FSLN en pleno estaba reunida en la casa de campaña, a puerta cerrada.
Con más de cinco horas de retraso a lo anunciado, el presidente del Consejo Supremo de Elecciones, el sandinista Mariano Fiallos Oranguren, dio el primer adelanto pasadas las dos de la madrugada del 26 de febrero. Con apenas cinco por ciento del cómputo, iba ya adelante la UNO de Violeta Chamorro. Su triunfo, sin embargo, se confirmó a hasta las 5:30 de la mañana.
Unos mil 800 periodistas acreditados permanecimos durante toda la noche en espera de resultados y de la conferencia de prensa de Ortega Saavedra, convocada originalmente a la una de la mañana, en el auditorio “Olaf Palme” de Managua. Ahí estuve toda la noche, al lado de mi querida y admirada colega Blanche Petrich, enviada de La Jornada. El presidente y candidato a la reelección por el FSLN entró al salón de plenarias a las 6:20 de la mañana, ya de día. Una ovación, con los periodistas puestos en pie, lo recibió en el recinto. Dos, tres, cuatro minutos duró la aclamación insólita que impactó visiblemente al maltrecho líder.
En un dramático discurso preñado de honestidad, valiente, Ortega reconoció tácitamente su derrota. “Estamos dispuestos a respetar los resultados electorales, anunció con voz opaca pero firme. “Considero que este es, en este momento histórico, el principal aporte que los sandinistas le estamos haciendo al pueblo de Nicaragua: garantizar un proceso electoral limpio, puro, que anuncie la paz a nuestras conciencias, que nos alumbre como este sol que nos anuncia hoy, 26 de febrero, el camino hacia la consolidación de democracia, de la economía mixta, de una Nicaragua independiente, no intervenida por potencia extranjera alguna”.
En momentos sollozantes, el Presidente dijo asimismo, que “todos los sandinistas deben estar orgullosos de abrir para Nicaragua un nuevo camino, como el que le abrimos a este pueblo en 1979….”
Media hora duró el discurso improvisado, en momentos sobrecogedor. Al finalizar, la larga ovación, a la que nos sumamos no pocos informadores conmovidos, se repitió ahora salpicada de gritos y consignas antes de que Ortega y sus acompañantes, junto con varios centenares de internacionalistas ahí presentes, entonaron el himno sandinista con el puño en alto.
Ortega Saavedra cumplió puntualmente el compromiso y entregó el poder a Violeta Chamorro el 25 de abril siguiente, mientras sus partidarios y funcionarios públicos salientes desmantelaban literalmente las oficinas gubernamentales, en lo que se llamó “la piñata sandinista”. La UNO volvió a ganar las elecciones presidenciales subsecuentes, en 1997, 2002 y 2004. En 2007, Daniel Ortega recuperó la Presidencia de Nicaragua, que detenta hasta la fecha. Cabe mencionar que él ha sido el único candidato a la presidencia por el FSLN en los últimos 37 años.
En cada reelección, el otrora héroe de la revolución y paladín de la democracia pareció ser víctima de una metamorfosis atroz, cada vez más acentuado su talante autoritario y represor. Traicionó sus valores y convicciones y se convirtió en un tirano, quizá más cruel y sanguinario que los Somoza. Nada quedó del Daniel Ortega del discurso histórico y ya lejano del 26 de febrero de 1990. Y ante la tercera reelección propia y de su mujer, la vicepresidenta Rosario Murillo, modificó a su favor la legislación electoral y recurrió a la persecución feroz de sus opositores. Encarceló a más de un centenar de destacados líderes, entre ellos siete que se perfilaban como serios candidatos rivales suyos en la contienda del pasado 7 de noviembre. Más de 100 mil nicaragüenses han abandonado su país en los últimos años ante la nueva dictadura.
Las elecciones, como se temía, fueron una farsa total, en la que además de muy escasa participación ciudadana, no hubo posibilidad de competencia democrática alguna. Oficialmente, Ortega y Murillo “arrasaron” con más del 75 por ciento de los votos a su favor. Hasta este jueves, 45 países del mundo –encabezados por la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá–, han denunciado y condenado una pantomima y se han negado a reconocer al supuesto triunfo del ex comandante sandinista en esa pequeña nación centroamericana de 6.5 millones de habitantes. Solamente Rusia, Bolivia, Venezuela, Cuba e Irán le han dado ya su aval. El gobierno de México no se ha manifestado al respecto. Válgame.