Por Jesús Chávez Marín
Había juntado cuarenta mil pesos y un amigo que es filósofo, de los que para todo dan consejos, me sugirió que los diera de enganche para un Honda nuevo, que salen muy económicos de gasolina.
Yo le había echado el ojo a este volkswagen que lo tenían abandonado en un patio, lleno de óxido y casi hecho garras, a ver si me lo vendían para repararlo poco a poco y dejarlo bien bonito, como lo ves. Y sí me lo vendieron pero se despacharon con el cucharón del pozole, me lo dieron muy caro pero ni modo. Yo tenía ganas de tener este tipo de automóvil y ahi la llevo; una amiga que tiene un yonke en la colonia Rosario me consigue las piezas, porque le faltaban hasta las manijas de las dos puertas y un fénder delantero.
Me encanta mi carro, todo mundo me lo chulea; aunque a veces falla y me deja tirado a mitad de la calle y luego luego le llamo a mi amiga que si tiene equis refacciones o me las pudiera conseguir. Ya hasta nos hicimos medio novios, hemos ido al cine dos o tres veces y un domingo salimos de paseo fuera de la ciudad; allí sí me sentía muy seguro en carretera porque ella lo sabe todo de mecánica, llevó su caja de herramientas que la trae súper equipada pinzas, desarmadores de todos, taladro, cables, una batería nueva, frascos de aceite, líquido de frenos, bandas y cuanta madre.
Ando muy a gusto con esta mujer, pienso comprarle un anillo carísimo para ver si me da el sí.