Por Jesús Chávez Marín
Una crónica de la promoción cultural en Chihuahua tendría que conformarse con la nómina de una multitud de artistas extranjeros y defeños. Si alguien quiere también incluir autores que con gracia y trabajo duro desplegaron su producción en el vasto territorio de Chihuahua, tendrá que investigar en publicaciones marginales o platicar en el café con los memoriosos de siempre, que algunos ya hasta se murieron: Alfredo Jacob, Rafael Ávila Lozoya, José Fuentes Mares, Jesús Gardea, Elías Holguín, Alberto Carlos, Remigio Córdova, Enrique Hernández Soto, Natalia García de Gameros y otros navegantes ilustres de este antiguo mar.
Por ejemplo: lean y miren ustedes, si lo consiguen porque anda escatimado y presumido, el Catálogo de artistas invitados al primer festival internacional Chihuahua, encuentro en la cultura: inicia con un texto escrito en el inconfundible estilo de Enrique Servín, esplendoroso y bien informado, estampado en la página 3, con la firma del gobernador José Reyes Baeza: “Chihuahua es un conjunto de pueblos diferentes, algunos con sus propios idiomas y maneras de ver el mundo. En el reconocimiento de esta diversidad, el gobierno expresa que la apertura, la democracia y la interculturalidad serán los principios orientadores del festival internacional 2005, a fin de que logre convertirse en un generador de procesos educativos y culturales”.
Sin embargo esas palabras hipócritas de Servín/Baeza no alcanzaron este año para incluir en ese catálogo a los moradores de nuestra región que en su ventura eligieron el oficio divertido y laborioso de ser artistas y escritores. El “contacto ¡mágico! con la cultura” que pregona el número 6 del instructivo de uso, que sale en la página 4, también ofrece en vano “una imagen social más amigable y propositiva” siempre y cuando los autores que viven aquí se conformen con salarios exiguos, regateados y con tres meses de retraso, si se comparan a los que vienen cobrando en efectivo, en avión y en hoteles de lujo, el priisita de hueso colorado Víctor Hugo Rascón Banda, el folclórico Ramón Ayala o el showman Alex Lora, tan famoso en la grabadora de su mamá.
En el capítulo “Encuentro en la cultura música” no están el poeta de blues y heavy metal Rodolfo Borja, él sí una leyenda verdadera, sino el senil Tino Contreras, organizador de sus propios homenajes. Tampoco vienen fotos full color ni biografías raudas de jóvenes músicos educados por el profesor Modesto Gaytán, pero sí la Orquesta Juvenil de las Américas, la típica melcocha estadounidense; Celso Piña, vestido de generalito, sí viene; pero no la joven guitarrista y compositora Cecilia Leos, ni la telentosa cantante Magda Chavira, presente en el arte de su voz pero no en el catálogo de lujo.
Para el capítulo referente a la danza, sacan retratados a un grupo típico de danzantes de Singapur, pero a ninguno de los alumnos de Antonio Rubio, ni la foto de actores, coreógrafos y bailarinas egresados cum laude en el Instituto de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
En la sección de teatro no aparecen la hermosa Laura Lee, ni el magistral Mario Humberto Chávez, ni el estudioso Luis David Hernández. Tampoco Óscar Erives, Holda Ramírez, Carmen de la Mora o Jesús Ramírez. En cambio sale muy bien retratada la sonrisa histérica de Ofelia Medina y una colega suya que vendrá de Canadá en la compañía Les Deux Mondes.
No verá usted ni la fotografía de credencial del amable mimo Rames Arizpe, aunque sí la del payasito Patch Adams, médico cirujano y partero, con su pantomima gringa de buena onda profesional. En otro lado, el catálogo anuncia danzas hopis y apaches pepenados por Enrique Servín, pero no aparece alguna mención de Luis Urías, que de apaches y guarojíos lo sabe casi todo. No fue requerido. Sí lo fueron, en cambio, Fernando Vallejo cronista de narcos colombianos, Magaret Randall y Jerome Rothenberg, filósofos de Nueva York.
Encima habrán de organizar un homenaje al portugués Ledo Ivo, lo cual estaría bien si además hicieran honor similar a los chihuahuenses Mario Arras, Rubén Mejía, Mario Humberto Chávez y Mario Lugo, y no solo por su valor artístico, sino además porque durante treinta años han sido promotores del patrimonio cultural de Chihuahua y no gerentes ni patrocinadores de festivales de relumbrón.
Septiembre de 2005