Por Erwin Limón González
Hace algunos días leí con gran interés la reflexión del Dr. Mancera en la que destaca que pensar y decidir que la cultura es algo que se lleva y que esto bien puede hacerse desde la escuela, es retroceder a políticas de hace 100 años. En efecto, es en 1922 cuando José Vasconcelos impulsa sus famosas Misiones culturales, donde es la figura del profesor rural la encargada de llevar la cultura a los rincones más olvidados de la tierra mexicana.
Habrían de discutirse varías ideas que se desprenden del tema en cuestión, en primer lugar si efectivamente la cultura es algo que se pueda llevar, si el sistema educativo tiene una visión en torno a la realidad como construcción social, si las verdades epistémicas que sostienen a las Ciencias de la Educación son aplicables a los proyectos culturales, en el entendido que estos últimos no responden necesaria y únicamente al conocimiento científico válido, que está por demás decir que la cultura es la manifestación del humano en tanto humano y por lo tanto sus rasgos ontogenéticos, su forma de percibir y entender el mundo, la forma que da a las ideas que nacen por el peso de sus antecesores y su contexto, la transformación de los objetos y de sí mismo a través de los lenguajes, y un gran etcétera posible.
Considero que si alguien puede pensar en que Educación es sinónimo (al menos en cuanto a objeto de estudio) de Cultura, es porque de alguna manera desconoce los límites de ambas y en muchos de los casos dicha falta de conocimiento se limita a reducir la cultura al quehacer artístico.
Creo que hasta podríamos disculpar a tal persona, dado que Occidente tiene al menos 2600 años de haberse pensado, allá por tierras de Mileto. Es decir, que la filología de occidente es en sí misma bastante compleja, por tanto hablar de Cultura es una suerte de ejercicio que se hace desde muchas trincheras, conocimientos epistemológicos y gnoseológicos, academias, experiencias y tradiciones, puesto que los pueblos originarios juegan un papel de suma importancia en dicho ejercicio, así como las consideradas epistemologías del sur y los saberes, producto de los esfuerzos por ser escuchados, de los que no tienen voz.
La escuela le ha dado históricamente a la lectura una pretensión integracionista y una visión reduccionista, esto debido a lo lógico (positivista) que resulta su currículo y al alcance (limitante) al que responden sus niveles de desempeño esperado.
En ese sentido es imperante reconocer y aceptar que la escuela, como sistema totalizante y casi único dueño de lo considerado válido, se ha apropiado de la lectura y la escritura, cuando son procesos que acompañan a mujeres y hombres en cada manifestación cultural y que le dan significado a un mundo habitado, organizado y sentido. Es decir, leemos el mundo mucho antes de leer palabras, y como parte de los procesos humanos corticales de pensamiento, lenguaje y cognición, somos capaces de aprehender el mundo, es por ello que cuando a este proceso se suman los procesos de una segunda lectura del mundo a través de las palabras, entonces releemos el mundo de manera casi infinita, también proceso que jamás completaremos, tan fácil como pensar en este momento en los cientos de libros que esperan en mi escritorio a ser leídos y que lo más seguro es que nunca alcanzaré a leer. Pero a eso se le llama proceso de construcción de la realidad a través de los proyectos culturales (ejemplo nítido de ello son las bibliotecas). Cosa de la que el sistema educativo forma parte, es un eslabón de una muy extensa cadena. El sistema educativo está limitado a los principios epistemológicos en turno, en cuyos fundamentos descansa su ciencia, en un momento conductista, en otros constructivista y en muchos lo ignoran, pero en función, en orden riguroso, de iniciar con la apropiación de la lengua materna y la lecto-escritura.
Entonces, la preguntas se imponen, ¿Cómo puede suponerse que la construcción social del mundo a través del lenguaje es quehacer unívoco de una Secretaría de Educación? ¿Quién puede hacerse cargo de la representación escrita de las ideas que sostienen las diversas sociedades, sea cual fuere su origen y destino, desde una Secretaría de Educación? ¿Quién sostiene que la documentación de las manifestaciones del hombre por su estadía en un tiempo y un espacio como vestigio de lo que nos hace humanos, puede hacerse sin especialistas en ello; es decir, sin una Secretaría de Cultura?
Hablo solo desde lo que me compete, desde el uso de la palabra y el lenguaje. Y advierto que de ninguna manera tenemos procesos en las mismas líneas, ni vamos de la mano. Reconocemos mutuamente la complementariedad, pero no la idea que da pie a que una sea más o menos importante que otra. Nos ocupamos en muchos de los casos del mismo objeto de estudio, pero con metodologías completamente diferentes.
Totalmente de acuerdo y, aunado a lo anterior, no se debe obviar que el sistema educativo actual persigue la homogeneidad de la masa, con lo cual los procesos de enseñanza-aprendizaje que se ejercen apuntan hacia una supuesta convergencia bajo cuyo disfraz subyace una cierta robotización, un adiestramiento de clases y jerarquías (aún en el siglo XXI). Ergo, son justamente los especialistas en cultura los únicos capaces de defender el acceso a la multiplicidad de formas de vida, la tan anhelada aceptación de la otredad constructiva.
En suma, educación y cultura no solo no van en el mismo costal, sino que además resulta propio de la barbarie, de una sociedad retrógrada, permitir que el primer organismo subsuma al segundo, y eso nos concierne a todos. Es un problema estatal gravísimo y una violación abierta al derecho del acceso a la cultura.