Por Francisco Ortiz Pinchetti
A muchos periodistas nos preocupa el panorama que se presenta para nuestro oficio en el inminente sexenio que este sábado inicia. Esto lo constaté entre los colegas que viajamos a Mérida esta semana como integrantes del jurado de los Premios al Periodismo a reporteros, articulistas y fotógrafos de los medios de información de los tres estados peninsulares, Yucatán, Campeche y Quintana Roo.
Durante la ceremonia de premiación, el presidente del Jurado, Gerardo Galarza Torres, se refirió a ese ambiente de incertidumbre y de temor. El ex director adjunto de Excélsior, entrañable amigo y compañero de muchos años en el semanario Proceso, afirmó que los vientos políticos actuales y por venir traen nubarrones para el oficio, porque el fantasma de la publicidad oficial ronda las redacciones y el gobierno electo ya anunció un recorte drástico a los medios.
Galarza Torres se refirió también, en contraste, a cifras en verdad escandalosas del gobierno agonizante de Enrique Peña Nieto, en el que se gastaron más de 36 mil millones de pesos en publicidad oficial entre 2013 y 2016, y el año pasado fueron más de siete mil millones de pesos. Además, agregó, se privilegió descaradamente a un puñado de medios afines, empezando por las televisoras.
El comportamiento de Andrés Manuel ante los medios durante el largo periodo de la transición, por otra parte, no resulta nada alentador. Despreció a medios y periodistas críticos, a los que calificó como “fifís”; descalificó a comunicadores incómodos como Carlos Loret de Mola, o de plano acusó una suerte de traición de medios que supone incondicionales, como ocurrió en el caso de Proceso. Digamos que dio muestras de una clara tendencia a la intolerancia, que no es otra cosa que una manifestación del autoritarismo. Cuidado.
Mi percepción la comparten los colegas que fuimos en estos días, además, compañeros de viaje. El temor concreto deriva de ambos rasgos aquí enunciados. Por un lado, el recorte drástico del presupuesto gubernamental para propaganda en los medios, que obligará a no pocos de ellos a recortes en su plantilla de periodistas, lo que ya se cierne como una amenaza de desempleo para muchos compañeros. A la vez, obligará a ciertos medios, como ya se ha hecho evidente, a renunciar a toda actitud crítica para congraciarse con el nuevo gobierno y ser tomados en cuenta a la hora de repartir el cercenado gasto publicitario. Y, por el otro lado, la intolerancia puede, como ya también se ha vislumbrado, convertirse en guadaña para cortar no solo recursos a la prensa acusada de “fifí” sino también cabezas de informadores y comentaristas incómodos. Todo lo anterior, en suma, tendría un afecto directo y muy grave en nuestra costosa libertad de prensa. En efecto, son tiempos de preocupantes nubarrones.
Hay sin embargo algo que en lo personal me inquieta tal vez más que la posible limitación de nuestras libertades de expresarnos, que en el peor de los casos puede ser pasajera. Me preocupa más la mediocridad hacia la que el nuevo Presidente parece conducir al país.
La cancelación del proyecto del nuevo aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, la decisión de renunciar a su promesa de regresar a los soldados a sus cuarteles y en cambio recurrir a una militarización formal del país a través de la Guardia Nacional, las medidas de austeridad a ultranza, que inducen a una pauperización del nivel técnico y profesional de los servidores públicos, incluidos los miembros del Servicio Exterior; el regreso de los subsidios al campo a través de los precios de garantía, la necedad de optar por la refinación de petróleo en lugar de exportarlo, la integración del gabinete con gente de muy dudosa capacidad o de lamentables antecedentes, la pobreza evidente de talento en el Congreso dominado en sus dos cámaras por la mayoría de legisladores de Morena, entre otros muchos indicios que hemos conocido en estos cinco meses, apuntan sin remedio a esa mediocridad como forma de gobierno.
A López Obrador parece no importarle, o repudiarle, la posibilidad de un México capaz de convertirse, como lo reconocen agencias internacionales especializadas, en una de las potencias emergentes con más posibilidades en el Mundo. Piensa en un México poquito, enano. No entiende que el crecimiento económico y el desarrollo sustentable no están reñidos, sino todo lo contrario, con la lucha permanente y prioritaria contra la pobreza y la desigualdad, finalmente las grandes tragedias de este país. No es volviendo al pasado, sino mirando al futuro, como esos lastres podrán ser superados.
Por lo demás, las contradicciones del inminente Mandatario en su prometida batalla contra la corrupción, la falsedad de sus “consultas ciudadanas” , el acercamiento con cierto sector empresarial al que hasta hace poco acusaba de ser cómplice de la “mafia del poder”, incluidos de manera preponderante los antes denostados magnates de las tres cadenas televisivas, alternado con sus guiños de recurrir a políticas radicales contra el neoliberalismo, para luego virar y afirmar todo lo contrario; la arrogancia de sus colaboradores más cercanos y la soberbia de sus líderes legislativos, no abonan para nada a la confianza.
El caso de Paco Ignacio Taibo II se suma a este recuento de malos augurios, aunque hay que aclarar que es mucho más grave, insólita, la decisión de AMLO de modificar la Constitución de la República para favorecer el nombramiento de una persona en particular, que los dichos vulgares y misóginos –inaceptables por supuesto– del reconocido escritor en la FIL de Guadalajara.
Efectivamente, no son buenos esos y otros muchos presagios. Las propias inconsistencias del Presidente electo han dado pie a especulaciones, temores confusión y suspicacias como varias de las aquí anotadas. Él personalmente los ha alentado. A partir de este sábado, sin embargo, todo será distinto. Sus determinaciones, ocurrencias o no, serán acciones de Gobierno y ya no ardides mediáticos. Y eso ya es otra cosa. Válgame.