Verano

Por Ernesto Camou Healy

— Hace unos días inició el verano en el hemisferio Norte, y también en este desierto norteño. Se dice fácil, pero las últimas semanas, llamémoslas primaverales, han sido inmisericordes: El termómetro sobrepasó varias veces la cota de los 45° C, y nos ha traído con el Jesús en la boca: Si así estamos en junio ¿qué será en agosto?

No es casual que los calores se acentúen de esta manera: Se trata de una dinámica meteorológica que nos anunciaron desde hace años. Es el cambio climático, y un descontrol global suscitado por un reiterado abuso de la humanidad en su conjunto, sobre la naturaleza de la que somos apenas un engranaje de muchos.

Para empezar, hemos crecido demasiado. Ahora somos unos 7 mil 800 millones de personas distribuidos por todo el orbe. En 1950, yo ya había nacido, apenas éramos 2 mil 600 millones: Desde el primer Homo Sapiens, hace unos 300 mil años, la humanidad había crecido desde cero hasta esa cifra multimillonaria. Pero en los últimos 70 años triplicamos la población y nos convertimos en una especie dominante y además invasora. Una verdadera plaga para el resto del planeta.

Esto sucede porque hemos pasado de ser usuarios del mundo natural, juntos con millones de otros organismos vivos, a creernos dominantes y con derecho a invadir el mundo y modificarlo sin conocerlo correctamente. Con el primer atisbo de inteligencia, tuvimos la posibilidad de manipular el entorno más o menos a nuestra voluntad. Ya nuestro actuar no tomaba el rumbo del instinto, como en el resto de los animales: De pronto los humanos podíamos optar por decisiones múltiples y diversas. Ya no estábamos programados para obrar por un fin de la especie, sin tener consciencia de él. Esa liberación del obrar indeliberado nos otorgó libertad para elegir y modificar el medio más o menos a nuestro arbitrio.

Por miles de años sembrábamos y cazábamos lo que comíamos. Casi no había desperdicio. Cada grupo se hacía cargo de su comer y su abrigo. Era una vida sustentable. Cuando un cazador que tenía mas carne de la que podía consumir le ofreció al vecino cultivador cambiarla por granos que parecían sobrarle, se inventó el trueque y el comercio, y con los años, miles quizá, se desarrolló la idea de fabricar objetos susceptibles de cambiarse por comida o abrigo.

Así la humanidad fue transformando el mundo a su conveniencia y comodidad. Pero también lo ha ido destruyendo y a paso acelerado: Cuando comenzaron a canjear ya no producto por producto, sino por dinero, se instauró una dinámica que privilegia no el uso, sino la posibilidad del cambio por monedas y atesorarlas para acumular un valor pecuniario. Lo sustentable perdió sentido, y la acumulable lo sustituyó…

Por la inteligencia hemos desarrollado herramientas complejísimas para producir lo que consideramos necesario; pero de ser gente que busca vivir y disfrutar en paz su medio natural, nos hemos trocado en una variable disfuncional en la dinámica del planeta, que lo hace y rehace, construye y destruye sin medir los límites, y sin tomar en cuenta que el resto de las entidades vivas tiene derechos también, y tienen una función en el delicado y extraordinario mecanismo de la vida; y al alterarlos, borrarlos, extinguirlos o domesticarlos creemos hacerlo para vivir mejor, pero hemos puesto en riesgo la capacidad de mantener la vida en la Tierra. Somos demasiados, sobrevivimos destruyendo, transformamos minerales en energía y contaminamos la capa atmosférica, sobre pescamos y llenamos de basura los mares, tumbamos selvas y sabanas complejas para cultivar sólo uno o dos productos, matamos insectos que creemos nos estorban y no paramos a pensar en su función benéfica en el todo.

En estas condiciones, que suba la temperatura unos grados es una advertencia de que estamos rebasando los límites de un ecosistema antiquísimo. Estamos siendo una auténtica plaga, un virus: La misma naturaleza ya nos puso en cuarentena, y si no transformamos radicalmente nuestro quehacer se deshará de nosotros…

CV: Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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