Por Jaime García Chávez
En el panorama del planeta sólo se ven tinieblas, sombras y sangre; crisis climática, grandes desigualdades económicas y sociales acompañadas de discriminación y racismo; demencia de la desinformación y la guerra, siempre la guerra. Hoy en Ucrania, hoy en Gaza, y atrás los mismos liderazgos con divisas estrechas y excluyentes que conviven con las pequeñas soberanías del crimen; el patriarcado; la misoginia; la ablación; la homofobia; la xenofobia, la expansión de hegemonías, dictaduras con apariencia de gobiernos representativos y democráticos, y saldos de un viejo colonialismo que, a decir de Tony Judt, “después de todo es un legado más del imperio”.
En estos tiempos en Ucrania todavía podemos encontrar pálidos recuerdos de lo que se puede considerar una guerra convencional. En un lado y otro hay estados. Todo el poderío de estos dos involucrados (antes piezas nucleares de una Unión Soviética extinta) están enconados en una guerra atroz imparable, mientras la víctima no se rinde.
Las antiguas víctimas del hitlerismo hacen hoy lo mismo con los palestinos. En Gaza los papeles se han invertido: ahora un Goliat –torpe gigante en la leyenda bíblica– es un monstruo bélico genocida del lado de Israel, armado con todo lo imaginable, que aplasta a un David pro Palestina, sin honda, inerme, infantil, inocente y sin la solidaridad real y profunda de las democracias que van en retirada y que se refugian en el parloteo, incapaces de encarar el extremo abuso del estado de Israel de Netanyahu y su aliado de siempre, Estados Unidos, hoy de Trump, un aspirante a dictador del mundo. En México, nuestra patria, la presidenta Sheinbaum reconoce qué hay genocidio, pero no rompe con Tel Aviv.
Los saldos de la barbarie israelí son escalofriantes. Muestro sólo algunos: 67 mil muertos, de ellos 20 mil infantes; 169 mil heridos, entre ellos 42 mil infantes; la hambruna y la insalubridad, a su vez, crecen día con día como armas invisibles de la intervención.
Se mata a médicos y a trabajadores sociales que actúan en tareas humanitarias de solidaridad, y los periodistas son víctimas propiciatorias en el intento inútil de que no se sepa nada de lo más aproximado a la realidad en torno a las escenas de dolor superlativo que se vive a diario por los gazadíes.
Hoy como nunca, en otros momentos de la historia se intentan explicaciones mediante el lenguaje y la metáfora para abordar el tema ineludible en el mundo: estamos en una situación límite, dicen unos; llegó la barbarie, pronuncian otros; el infierno está aquí, se dice; el poscolonialismo está resultando más devastador que el colonialismo de antaño, de ese pasado que dejó muy mal parada a Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, y otros países en los que los jefes de estado engolan la voz para autollamarse civilizados.
Sea como sea, estamos viendo en carne viva fenómenos nuevos que van a reproducirse en el mundo del futuro inmediato; por eso somos testigos, en el mundo entero, de una rebelión de los jóvenes –universitarios o no– que ya empiezan a levantarse contra este mundo del posdeber en el que se vale todo y se desprecia la vida, convirtiéndola en insumo de un gigantesco molino de carne humana.
Hace años, cuando asistía a mi escuela primaria, veía los mapas de África y Asia tapizados con las insignias de los países imperialistas. Muchas colonias y protectorados, entre ellos Palestina, y pocos estados soberanos, incluido México, que había tenido por esos años un presidente defensor (con hechos, como la Expropiación Petrolera) de la soberanía del país.
Muy poco después las cosas empezaron a cambiar y no había año que no se registrase una independencia en el mundo, independencias que fueron de violencia, sangre y fuego. La Conferencia de Bandung (1955) arrojó un primer balance y vimos en las primeras planas de los periódicos a líderes notables como Nasser, de Egipto; Nehru, de India; y Sukarno, de Indonesia. Después llegaron Nkrumah, Lumumba y después Nelson Mandela y la propuesta de la No Violencia victoriosa contra el Apartheid.
Nacía en el mundo bipolar la política de los No Alineados y empezaba a germinar la idea de un Tercer Mundo con un nombre nuevo. Hoy eso es pasado, herrumbre de algo valioso en su momento. Pero quedan lecciones que hemos de tomar con el beneficio del inventario que acompaña a toda herencia que se recibe.
Este día recuerdo a Frantz Fanon, un médico siquiatra nacido en Martinica, la región francesa del Caribe, sumado al Frente Argelino de Liberación Nacional, organización que afrontó uno de los más complejos procesos de descolonización del siglo XX.
Fanon escribió un texto norafricano que tiene vigencia para comprender la causa palestina de nuestros días. Se trata de un testimonio vívido que empieza por reconocer que en el colonialismo hay quien lleva una máscara pielnegra y otra máscara pielblanca que se eslabona a una ontología racista para que la dominación del blanco sea contra el “otro” que se convierte en dominado, el dependiente, el esclavo, el enfermo, el condenado de la tierra, haciéndome eco del título de uno de los más notables libros de Fanon, que prologó Sartre, aunque el texto no necesitaba de recomendación alguna.
Lo que pasa con la brutal agresión a los palestinos, se dice en el mundo, lleva a la configuración de una frontera ineludible: tomar partido. No se ha de permanecer a la ribera del conflicto, como si nada pasara, o simplemente catalogarlo como algo soportable dentro de los confines de la tolerancia.
Hoy es tiempo de reivindicar el valor ético de la soberanía y sus implicaciones en el derecho internacional. Pero eso sólo se logra si nos despojamos de “el colono que vive en cada uno de nosotros”. O como dijo Marx, hacer de la vergüenza un arma revolucionaria o asumir que se forma parte de una “clase con cadenas radicales”, y por ende buscar la emancipación, hoy por la vía de la libertad de Palestina, ya que vendrán otras, y hacerlo empezando por nosotros mismos.
Palestina no necesita tutores, menos si son los representantes de los intereses de Trump, como sería el caso de su agente y yerno, Jared Kushner, un improvisado para un conflicto de las dimensiones del que hablamos.
Me queda claro que hay que subrayarlo cada vez que se pueda: el terrorismo no es el camino, lo que no debe ser obstáculo para tener un estado de ánimo creativo como el descrito por Jorge Luis Borges, al cual parafraseo aquí:
Que en tus ejércitos, Netanyahu, militen el oro y la tempestad / Que te sacien de gloria tus muchos dioses, que te sacien de sangre / Que seas victorioso en la aurora / Que de tus muchos días ninguno brille como el día de mañana / Porque ese día será el último / Porque antes que se borre su luz, te venceré y te borraré, Netanyahu.
¡Que viva Palestina libre!