La obispa Mariann Budde habla sobre su petición a Trump: ‘¿Alguien iba a decir algo?’

Durante meses, la líder de la Diócesis Episcopal de Washington había planeado predicar sobre tres elementos de la unidad: dignidad, honestidad y humildad. Pero apenas 24 horas antes, había visto al presidente Trump proclamar su agenda desde el escenario de la toma de posesión, mientras conservadores cristianos lo ungían con oraciones.

Ya no solo hacía campaña; estaba gobernando, pensó. Hasta ahora, su incipiente presidencia y su serie de órdenes ejecutivas habían tenido poca resistencia. Se sintió llamada a añadir un cuarto elemento a su sermón: una súplica de misericordia, en nombre de todo aquel que está asustado por la forma en que él ha amenazado con ejercer su poder.

“Tuve la sensación de que había gente que observaba lo que ocurría y se preguntaba: “¿Alguien iba a decir algo?”, explicó con sobriedad en una entrevista el martes por la noche. “¿Alguien iba a decir algo sobre el giro que está tomando el país?”.

Así que tomó aire y habló.

El presidente Trump, sentado dos metros más abajo y a unos 12 metros a su derecha, hizo contacto visual. Una representación del cristianismo estadounidense empezó a hablarle a otra, y el hombre más poderoso del mundo se vio cautivo de las palabras de la obispa de pelo entrecano que estaba en el púlpito. Hasta que apartó la mirada.

Para todos los espectadores, la inmensidad de la Catedral Nacional de Washington se comprimió, en un momento asombroso, en una repentina intimidad. Y con ella, todas las luchas existenciales no solo de la política, sino de la propia moral. En un instante, la guerra por la autoridad espiritual en Estados Unidos estalló en un raro enfrentamiento público.

El púlpito de Canterbury se enfrentó al púlpito del poder en el mayor escenario posible.

Durante casi una década, el cristianismo estadounidense se ha visto fracturado de todas las maneras posibles. Los cristianos han discutido sobre si se debe permitir predicar a las mujeres. Sobre el lugar de las personas gays. Sobre la definición del matrimonio. La separación de Iglesia y Estado. El movimiento Black Lives Matter. Y en el centro de gran parte de ello ha estado el ascenso de Trump como el líder de facto de la iglesia estadounidense moderna, y el ascenso del poder cristiano de derecha declarándose la única y verdadera voz de Dios.

Muchas de estas luchas han sido aisladas, rara vez en diálogo. Los cristianos de perspectivas opuestas casi nunca celebran culto en el mismo santuario. No escuchan los sermones del otro, ni oyen sus oraciones. Los protestantes tradicionales se preguntan si su voz puede tener alguna medida de autoridad. En un momento en que los cristianos conservadores están a punto de ganar aún más poder con el segundo mandato de Trump, la obispa Budde intentó algo diferente en el servicio interreligioso.

Trump no se inmutó. Cuando terminó el sermón, intercambió una mirada con el vicepresidente JD Vance, un católico conservador, quien movió la cabeza en aparente señal de desaprobación. El miércoles por la mañana, Trump replicó en su plataforma de redes sociales Truth Social, exigiendo una disculpa de la “supuesta obispa” y “odiadora de Trump de la izquierda radical de línea dura”.

El presidente Trump camina por un muro exterior de la Casa Blanca. Otras personas están detrás de él.
El presidente Trump camino al Despacho Oval tras el sermón de la obispa Budde el martes.Credit…Doug Mills/The New York Times

“Llevó a su iglesia al mundo de la política de una forma muy descortés”, declaró Trump el miércoles. “Tenía un tono desagradable, y no fue convincente ni inteligente”.

La obispa Budde —de 65 años, la primera mujer elegida para este cargo— y Trump se enfrentaron en 2020 cuando este sostuvo en alto una Biblia en la iglesia de St. John, después de que los agentes utilizaran gases lacrimógenos contra los manifestantes que pedían justicia racial en la cercana plaza de Lafayette. Ella escribió en un artículo de opinión para The New York Times que estaba “indignada” y “horrorizada” de que él utilizara símbolos sagrados para defender “posturas contrarias a la Biblia”.

El miércoles, el representante Mike Collins, republicano de Georgia, dijo que había que “añadir a la lista de deportaciones” a la obispa Budde. Otros dijeron que su propio género socavaba cualquier pretensión de autoridad espiritual.

“Mujer obispo es todo lo que necesitabas para saber cómo iba a acabar esto”, escribió Kristan Hawkins, activista católica antiaborto, en X.

Pero los cristianos progresistas sintieron que sus convicciones tenían por fin voz en medio del tumulto. El expresidente Joseph R. Biden Jr., un católico practicante que representaba la recuperación del cristianismo liberal tras la primera presidencia de Trump, ha abandonado Washington, llevándose consigo toda una era. El poder católico en Estados Unidos se ha desplazado enormemente hacia la derecha desde que el papa Francisco, que ahora tiene 88 años, fue recibido en Washington durante la era Obama.

Más de 14.000 personas firmaron una petición en línea dando las gracias a la obispa Budde en cuatro horas. Episcopales de todo Washington publicaron con orgullo en internet su gratitud por el hecho de que la obispa Budde fuera su líder espiritual, representante de su cristianismo.

Por su parte, la obispa Budde sintió que su sermón era “una perspectiva que no se difundía mucho en estos momentos, y era una perspectiva del cristianismo que se ha silenciado en el ámbito público”, dijo.

Sabía que no tenía mucha autoridad en la sala, dijo, “porque no formo parte de los círculos espirituales que han rodeado al presidente y a su partido”.

El lugar era relevante, pues ofrecía a sus palabras el poder de la historia cristiana. La Catedral Nacional de Washington ha albergado durante mucho tiempo momentos políticos estadounidenses significativos: servicios que marcaban el final de las guerras y funerales de estado de presidentes desde Eisenhower hasta Carter.

Y el propio púlpito de Canterbury es una plataforma imponente, incluso cuando no se dirige al presidente; la obispa Budde lo sabía. Se cree que su piedra caliza de Caen fue llevada a Inglaterra por Guillermo el Conquistador y utilizada en la propia catedral de Canterbury. El púlpito es donde el reverendo Martin Luther King Jr. predicó su último sermón dominical, días antes de su asesinato.

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Una imagen en blanco y negro de Martin Luther King Jr. predicando desde un púlpito ornamentado mientras una multitud observa desde abajo.
El reverendo Martin Luther King Jr. predica su último sermón dominical desde el Púlpito de Canterbury de la Catedral Nacional de Washington. Días después fue asesinado.Credit…John Rous/Associated Press

Su tallado central representa la firma de la Carta Magna, la carta de 809 años de antigüedad que establecía que el rey de Inglaterra no estaba por encima de la ley.

La obispa Budde ocupó el elevado púlpito sin ningún poder real más allá de la autoridad espiritual de su cargo, y la facultad de hablar sin interrupción, durante 14 minutos. Iba ataviada con sus vestiduras litúrgicas, el roquete rojo y blanco y el chimere, utilizados para los servicios de oración sin Eucaristía. Su capucha académica significaba su doctorado en el seminario. La estola negra que llevaba al cuello tenía bordado el emblema de la Catedral.

La obispa Budde no cree haber hablado directamente en nombre de Dios. “Lo que digo es que esto es lo mejor que puedo hacer para comprender e interpretar lo que creo que nuestras enseñanzas y nuestras escrituras y lo que el Espíritu Santo podrían querer que escuchemos”, dijo.

En medio de la diversidad de Estados Unidos, considera que el discernimiento sobre la autoridad espiritual es una tarea importante. Pensó en lo que Howard Thurman, teólogo estadounidense, llamó “el sonido de lo auténtico”.

“¿Qué es real?”, preguntó. “¿Qué resuena con autoridad porque suena a verdad, y toca algunos principios fundamentales en los que quizá estemos de acuerdo?”.

Los servicios de oración inaugurales anteriores se celebraban en la Catedral, pero se planificaban con el Comité Presidencial Inaugural, lo que significaba que el presidente electo solía elegir a los participantes. Pero eso cambió el año pasado, cuando la propia Catedral se hizo cargo de la planificación mucho antes del día de las elecciones, explicó la obispa Budde. Fue un paso hacia la independencia religiosa, para que el servicio en sí estuviera libre de interferencias partidistas y para que no se viera como una coronación o una unción sagrada.

Tras la victoria de Trump en noviembre, la catedral proporcionó a su equipo una selección de propuestas de música y lecturas para el servicio. Pero la elección del predicador quedó reservada exclusivamente a la Catedral, dijo un portavoz de ésta.

Sin embargo, la parte del sermón que atraería más atención no se elaboró hasta horas antes del servicio.

“Pedir misericordia es en realidad algo que requiere humildad”, dijo la obispa Budde. “No le estaba exigiendo nada. Le estaba suplicando, así, ¿puede ver la humanidad de estas personas? ¿Puede reconocer que hay gente en este país que tiene miedo? … Si no él, si no el presidente, ¿podrían otros?”.

El miércoles por la tarde, la obispa Budde seguía lidiando con las secuelas.

No había previsto el nivel de furia y los ataques personales que sus palabras habían desatado, dijo. La gente cuestionaba todo, desde su carácter y cualificaciones hasta el estado de su alma eterna, y “lo pronto que debería llegar a mi alma eterna, y si pertenezco dentro de este país”.

“Tal vez fue ingenuo de mi parte; cuando decidí suplicarle al presidente pensé que se tomaría de otro modo”, dijo, “porque era un reconocimiento de su posición, de su poder actual y de los millones de personas que lo han puesto ahí”.

Pero tampoco esperaba la abrumadora gratitud de tantos otros.

“Son cosas que digo continuamente”, dijo. “Pero públicamente, la gente no presta atención”.

En el púlpito, dijo, “nunca se puede predecir realmente cómo serán recibidas las cosas”.


Elizabeth Dias es la corresponsal nacional de religión del Times, y cubre temas de fe, política y valores.

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