Por Jesús Chávez Marín
Adela es abogada, le va bien y además es bonita. Nadie se explica cómo le había aguantado tanto al marido, que también es abogado aunque trabaja de burócrata y gana poco; él es feo pero se siente un adonis y la hizo ver su suerte.
Después de otras varias, esa vez traía una amante joven y andaba voladísimo. Logró colarse en un curso que daban con gastos pagados en Mazatlán y consiguió que la muchacha también fuera invitada. Adela se quedó con los dos hijos las vacaciones de verano, aguantando el calorón y el aburrimiento, sacrificándose para que aquel se capacitara en el mar. En las noches le hablaba él desde Mazatlán para saludarla muy cariñoso y ver cómo andaba todo.
Pero como ella ganaba buen dinero, cambió los planes. Decidió ir a Mazatlán a reunirse con él, y así andar todos juntos en la playa en las horas libres del curso. Llamó a la oficina, el personal de guardia le dio los datos del hotel y del colegio. Pero le dijo que la convención no era en Mazatlán, sino en la ciudad de México.
Como ya había comprado para ella y para sus dos hijos el paquete de viaje a Mazatlán, para allá se fue. No sabía si enojada o triste, pero sí con la certeza de que estaba por quitarse un peso de encima.