Por Hermann Bellinghausen
La situación parece desesperada, y al mismo tiempo nadie sabe qué hacer. Suena el tic-tac del tiempo a contrarreloj del mundo (o al menos de eso están convencidas bastantes personas bien informadas) y nada de lo que debería cambiar realmente cambia. Como si la humanidad, o gran parte de ella, no pudiera detenerse. El circo de poderes, negocios e intereses reúne en conjunto a los dueños del mundo, y siguen haciendo con éste lo que les conviene. Siempre ganan, en sus guerras y en nuestros desastres.
Lo dramático del asunto es que esa maquinaria de producción y consumo, que garantiza el bienestar del dichoso uno por ciento, embarca a la mayor parte de la población mundial, se apropia de sus necesidades y la vuelve clientela cautiva. Los que no entren, parias y naciones condenadas, serán desechables. Los accionistas y consejos de administración de las empresas mineras y armamentistas son dignos herederos del rey Leopoldo de Bélgica, el asesino del Congo. Ahora, a escala suicida.
Resulta impensable para población y gobiernos, aun si pasan por legítimos y responsables, eso de detener las máquinas, las cadenas de producción desbocada, la fiebre de dinero y construcción destructiva que se llama desarrollo, negocio, misión divina, mera vanidad, y que genera tanta muerte de seres vivos y tanta indestructible basura.
Hace décadas los científicos están atentos, sacan conclusiones, calculan proyecciones. Gente en todo el planeta siente cada día más los efectos de este cambio global en el clima y los cuatro elementos, el aleteo de una mariposa en el Desierto de los Leones que causa un terremoto en China.
Resistencia organizada y consciente no falta, pero sigue siendo reducida en comparación con los obstáculos que enfrenta para influir en los cambios indispensables. La hay moderada o ingenua (adolescente o literalmente infantil), radical, ruralista, performativa, anarquista, de difusión, de análisis, de investigación alternativa. Rara vez masiva, fácilmente perseguida y pocas veces junta. Su fragilidad es extrema. Los defensores ambientales, por ejemplo, son asesinados constantemente en América Latina y otros sures.
Contamos con conglomerados de colectivos, poblados y regiones enteras que por tradición o conciencia (o ambas) buscan en la producción agrícola y la existencia sobria, no sólo su sustento, también la sanación del mundo. En ellos se juntan la sabiduría ancestral (en tiempos donde la memoria tiene fecha de caducidad) y recientes conocimientos científicos: por una vez han llegado a las mismas conclusiones y se potencian.
Por la combustión permanente, la Tierra peligra. Las temperaturas se revuelven, frío donde hacía calor y viceversa, epidemias, sequía aquí, inundaciones allá, ríos, aires y suelos envenenados por los residuos de la extracción y la producción industrial. Y, ¿cómo eludir la trama urbana y su adicción a la energía?
Muchos ya se convencieron de frenar la extracción y combustión del petróleo y la diseminación exponencial de sus productos y desechos. Pero, ¿quién se baja del carro, apaga la calefacción, prescinde de la electricidad, de dispositivos devoradores de litio, coltán y demás nuevos
minerales que nutren la tecnología? ¿Dejaremos de vaciar de peces los océanos? ¿De producir millones de toneladas de estiércol para las vacas en cadena de producción estratosférica? ¿De fomentar los cambios agrícolas del capitalismo más voraz?
Mientras, los polos y glaciares se derriten y escurren al mar, se anegan las costas, se incendian los más hermosos bosques y selvas. Para colmo, en beneficio de quien busca extraer y extraer y extraer materia para consumirla.
Se conoce que la minería, sobre todo la moderna, es letal para los suelos, los pueblos y la vida. Aun así, nada la detiene. Ningún discurso, ninguna ley hipócrita, atajan a las mineras, sean nacionales
o canadienses, rusas, chinas, lo mismo da. Ahí tenemos la mina de oro que arrasará, a nuestros ojos, con lo más bello y vital que tiene el sur poniente del estado de Morelos, a causa de la entrega legal
de su suelo a Esperanza Silver (subsidiaria de Alamos Gold Inc).
Según el Movimiento Morelense Contra las Concesiones Mineras por Metales, en un radio de 10 kilómetros desde donde se proyecta realizar el emprendimiento minero, abarcando superficies de los municipios de Temixco, Xochitepec, Miacatlán, Emiliano Zapata y Coatetelco, 200 mil personas se verán afectadas de manera irremediable en su salud, en su entorno ambiental, en la posibilidad de desarrollar actividades económicas sustentables y en su patrimonio, por el polvo, la contaminación de la tierra y el agua superficial y subterránea como efecto de la extracción y procesamiento minero
.
Los daños serán irremediables en Temixco, zona de populares ríos y balnearios; en las bellas laguna de Rodeo y Coatetelco; en Xochicalco, tesoro arqueológico del periodo clásico mesomaricano. Suelo, historia y gentes desechables: avaricia es el nombre de la muerte.