Por Leo Zavala Ramírez
— El día que me muera –pensé alguna vez– supongo que habrá en mi funeral la presencia de algunos de mis amigos, que junto con mis deudos y varios conocidos se congregarán a despedirme. Imagino que en mi velorio se saludarían, algunos, agradecidos de volverse a encontrar; otros dirían, por ejemplo: si no es en estas circunstancias, no nos veríamos, o habrá quien platicaría de aventuras, memorias, chistes o anécdotas en las que yo habría alguna vez participado.
Ese funeral constituiría algo como mis cinco minutos de fama.
Probablemente habría quienes se asombren y, al ver a otros asistentes a la funeraria, exclamen: a poco tú también lo conocías, o quienes evoquen circunstancias mil para ponderar lo bueno que yo era en vida, como se suele decir de todos los que se van.
Me atrevo a imaginar que la capilla estaría más o menos concurrida, y que el sacerdote elevaría rezos para que mi alma descansara en paz y, al final de la ceremonia, seguramente alguien agradecería la presencia de quienes acudieron y expondría algún par de cualidades que me distinguieron y que, se supone, extrañarían.
Enseguida, en ese protocolo infaltable de los funerales, la mayoría haría fila para saludar a mis deudos y expresarles sus condolencias. No habría cortejo al cementerio, porque mi cuerpo sería cremado y, unas horas después, habrían de ser entregadas las cenizas a mis condolidos deudos.
Al final, después que todo mundo se hubiera retirado, paulatinamente el sentimiento por mi muerte habría, junto conmigo, pasado a mejor vida para casi todos.
Ni modo –me consuelo pensando–, así es la vida, así es la muerte, pero al menos mi cuerpo inerte tuvo ese postrer acercamiento a los que me importan.
…
Pero, nada: resulta que eso que consideraba yo lo más seguro de mi vida; es decir, mi muerte con funeral y compañía, en tiempos de pandemia es probable que no pueda ocurrir.
Esta pandemia de inicios del 2020 acabó con tantos paradigmas en la vida de quienes poblamos el planeta, que hasta la muerte digna nos podría ser negada, pues si el virus ataca con especial preferencia y letalidad a los mayores de 60 años, a los varones y a quienes padecen enfermedades crónico degenerativas, los encargados de establecer políticas de atención sanitaria en varios países, incluido el nuestro, expresaron ya su decisión de que, si las cosas se ponen más difíciles y la curva de contagios, enfermedad y muertes no se aplana, y si los sistemas de salud colapsaran, los adultos mayores seríamos dejados morir, en caso de tener que elegir entre nosotros y las personas jóvenes. Así de simple.
Aunque luego ha habido matizaciones a esta política de marginación, en los hechos, tal consigna ha contribuido a deshumanizar las decisiones en el trato hacia las personas mayores, y si alguna llega a enfermar y ser hospitalizada, es muy probable que quede aislada e incomunicada con sus familiares.
Ahí están las experiencias de Italia y España; así murieron muchos adultos mayores que, adicional a sufrir la falta de espacios en hospitales y en cementerios, fueron incinerados y ni sus cenizas pudieron ver ni tocar sus seres queridos.
Se puede entender, por supuesto, que es mejor que un joven tenga la oportunidad de vivir la vida que aún puede aprovechar, a que yo, que ya estoy al 80% del total de mi existencia, deba ser preferido a él en el caso dado. Pero eso de que lo impongan por decreto, o de facto, termina atentando contra los derechos fundamentales de los viejos y trastoca la más elemental visión ética y moral humanísticas.
Por lo anterior, y porque la contingencia va para largo, y porque el pico de la curva no termina de crecer, y porque se prevé entre 35 mil y más de 100 mil el número de infectados fallecidos en este año en México, pero, sobre todo, por una elemental salud mental, creo que en este tiempo de pandemia sería mejor renunciar a esos sueños de funeral con amigos, con Misa y urna con mis cenizas. Y mis deudos, eventualmente habrían de irse preparando para una posible no despedida presencial, sin visita hospitalaria, sin funeral y, quizá, sin cenizas.
Sí, suena como a un mal sueño, pero a muchos les sucedió ya en su realidad.
Entre otros aspectos que ya en anteriores entregas he mencionado, algo bueno del encierro de esta pandemia es que a algunos nos ha ayudado a relativizar ciertos anhelos de vanidad post mortem, y a renunciar, sin llorar, a esas legítimas expectativas de funeral y con amigos y conocidos.
En todo caso, sé con certeza, que, aunque saliera libre de esta pandemia, la muerte me visitará más pronto que tarde, y que el silencio profundo vivido en este encierro obligado, me permitió aprender a esperarla con naturalidad, a dejarla en manos del Jesús resucitado, a sublimar el temor y la angustia, y a darme menos importancia a mí mismo.
Qué bueno que no haya tabú en abordar el tema, siempre he dicho que el tema de la muerte, debiera ser naturalizado al ser parte de la vida misma, pero cierto. Esta reciente posible forma en que nos pudiera tocar morir, es poco humana, pero seguramente, habrá adaptaciones. Creo yo, los homenajes incluso virtuales, pasarán a suplir los rituales de despedida cuando alguien muere. En Estados Unidos muchos mexicanos despiden a sus padres, madres, hermanos, abuelos o seres queridos, con un funeral que suple el cuerpo presente del ser querido por una fotografía del fallecido. Mis hermanos no pudieron venir al funeral de mi papá por su situación ilegal en E.U. Hace ocho años. En cambio, se reunieron con una fotografía y vía telefónica nos dieron acompañamiento a los que si estuvimos en el fuenral. Las video-llamadas no son una opción muy humana, pero al menos son una opción. Todo cambiará, no solo por el COVID, la presencia de tecnología nos está cambiando no solo en la forma de interactuar y relacionarnos, nos está cambiando incluso, en la forma como nos tocará morir.
Escribir, y dejar sentadas sus ideas, es la mejor forma de tener presente a alguien que se va. Por ello le felicito en dejar sentadas sus ideas.
Mi querido Leo muy cierto y aplicable a todos nosotros. Que las espectativas que teníamos para cuando llegáramos a esta edad. Han cambiado. Y tú haces una descripción tal cual. Te admiro y yo hubiera ido a tu funeral.
Muy ameno artículo, sobre nuestra realidad.
Excelente exposición, dura, muy dura, pero nada alejada de la realidad. Un fuerte abrazo mi querido Leo.
Es excelente tú reflexión, con matiz de conocimientos y realidades inminentes.
Seguramente será tan útil para los lectores mirar desde tu óptica esta realidad a los que muchos no se han dado el tiempo aún de reflexionar no sólo desde su soledad de entorno, sino desde su soledad íntima, para encontrarse con si mismos.
Agradezco tus palabras y te felicito por ellas.