Por Jesús Chávez Marín
— [Abril 2017]–Es regocijante asistir a la aparición de un nuevo libro de Alejandro Caro Rascón, un escritor muy productivo en la plena madurez de su oficio literario. Su obra tan fecunda inició con un libro de aforismos y relatos breves titulado Permíteme comentarte donde, desde el título, establecía más que un monólogo una conversación amable con los lectores, los que ha ido ganando uno por uno con su simpatía y amabilidad, con sus textos siempre elegantes, emocionantes y pulidos, y con su constante disciplina de publicaciones empeñando su tiempo y su singular talento y también desde luego, ya que estamos en Chihuahua y no hay de otra, su dinero que no le sobra y también jamás le falta, como hombre disciplinado y laborioso.
Su segundo libro fue una extraordinaria novela que se llama Perseverancia, donde Alejandro despliega un hermoso discurso narrativo y con toda serenidad y gracia construye la épica de un comerciante ejemplar desde su niñez hasta su muerte, ejemplo de bondad y de fortaleza que logró construir un emporio comercial sin abandonar sus principios de justicia y solidaridad. Esta novela se inscribe en el género del hiperrealismo a manera del escritor inglés Harold Pinter y del mexicano Vicente Leñero, pues está muy cercana al personaje histórico que la inspiró y desde ahí alza su vuelo simbólico hasta cristalizar en una estética firme y de grande belleza.
Luego siguieron tres libros de poemas que merecen todo un ensayo en su conjunto, ya que están compuestos con un estilo muy definido y de gran expresividad. Cada uno de ellos es distinto a los demás libros de Alejandro Caro, pues él siempre procura ofrecer puntos de vista novedosos, estructuras que antes no había ensayado y personajes nuevos; cada libro suyo que sale es una novedad, una sorpresa.
Tal es el caso del libro que hoy se presenta, Petro, que se inscribe en el género de la novela breve, el cual suele ser muy apreciada por los estudiantes de preparatoria cuando se ven en la exigencia de leer un libro completo para acreditar cada cuatrimestre y buscan los volúmenes más delgaditos, de tal manera que de seguro se venderá como pan caliente en esos ambientes escolares. Me consta porque fui profesor de literatura en el Colegio de Bachilleres y les aseguro que las novelas breves son muy apreciadas y escasas.
En esta obra el autor se arriesga a construir una estructura afianzada en dos pilares, dos discursos. Por un lado cuanta con toda claridad una anécdota realista y discreta, sin aspavientos ni momentos grandilocuentes, sin drama ni tragedia, la simple vida cotidiana de unos personajes que viven como todos. En otro discurso, el personaje en el que se centra el punto de vista, o sea Petro, se desplaza por el mundo hablando como un ángel, algo así como un iluminado que habla todo el tiempo con imágenes y versos, reflexiona lo mismo en cantinas que en sacristías y no le importa si alguien lo escucha o se bota de la risa o se conmueve hasta las lágrimas.
Como estrategia para hacer que embonen los dos lenguajes en un solo producto estético, el autor no se arriesga a desplazar a su personaje en el Chihuahua de la época actual, sino cien años antes, en los tiempos en que reinaba, bueno, gobernaba el presidente Adolfo López Mateos; con lo cual se cura en salud, porque una mujer de hoy, tenga la edad que tenga, tendría un ataque de carcajadas incontenibles si un pretendiente le dijera muy emocionado: “Violeta, áncora de mi existencia, impulsas mi razón de ser. Tenerte a mi lado es saber que aún existo en el perene esplendor de la esperanza”. Aquellos eran tiempos más inocentes y definitivamente, para bien y para mal, ya pasaron.
La otra de las dos bandas del discurso, la realista, cuenta la historia extrañamente fascínate de un escritor de provincia, una especie de mezcla entre de Avelino Pilongano y Ramón López Velarde llamado Petro que tiene un grupo de fans que son sus amigotes de cantina, donde se juntan en aquellas bohemias de los años cincuentas del siglo pasado y recitaban poemas, ensayaban filosofías domésticas, pedían canciones de rompe y rasga y también de vez en cuando se daban tiempo de planear sus vidas y organizar los pensamientos en la lucidez instantánea y química del alcohol.
Uno de aquellos sábados de tertulia Petro les platica que va a vender su carro Ford para irse de gira literaria por tierras de Jerez, Zacatecas y Guadalajara, donde piensa participar en un concurso literario para ver si se compone por un rato su precaria economía. Él es un viudo cuarentón ya muy desaminado de la vida, que carga el dulce recuerdo de su linda esposa Alondra, quien murió a los dos años matrimonio y ahora es su musa desde el cielo pues le dice en voz alta sentidos poemas ante la tumba fría, le cuenta sus planes etcétera.
Voy a dejarlos con la duda de si gana o no gana el concurso, solo les adelanto que se pasó 8 meses en Guadalajara donde un amigo de otra cantina, esta vez de Guadalajara, le consiguió un puesto de bibliotecario y de inmediato se consiguió una novia joven que lo amó con locura y tentación, pues él era encantador, culto y guapo, a pesar de la diferencia de edades.
Una vez que el autor entra en el ritmo, la atmósfera y el pacto narrativo del libro, va desplazándose por un mundo muy loco y raro en muchos niveles, y a la vez afianzado por un texto de gran belleza. Hallamos por ejemplo piezas descriptivas fascinantes como esta: “Sobre tres tableros que penden atrás de la barra en el muro figura una colección de botellas de vino y de cervezas fabricadas en diferentes épocas y, a la proximidad del lado derecho cuelga un cuadro de ligeras fisuras y tenues ondulaciones que acusa los estragos del tiempo, sin faltar la humedad de la vieja pared”. Ese solo fragmento bastaría para probar que cuando un poeta escribe prosa, escribe una prosa de mayor calidad sin duda que los otros escritores, y ese es el caso de Alejandro Caro.
La mirada burlona del autor es pródiga en frescura y pensamiento que llega como flecha, raudo y certero, como este donde define en dos líneas todo lo que pudiera ser el alcoholismo: “Se observa a decepcionados en amores y muy variados traumas quienes al calor de las copas se sienten liberados de sus penas, cuya utopía es breve, en razón a la medida del tiempo que les dura el efecto del alcohol y su presupuesto”.
Esto y muchos ángulos más es Petro, novela escrita con extraordinaria capacidad de síntesis y la presencia de varias regiones de significado y, sin duda, con un personaje inolvidable.
Caro, Alejandro: Petro. Editorial Ari, México, 2017. Abril 2017