Por John M. Ackerman
— Circula una amplia variedad de teorías que sostienen la muerte inminente del sistema neoliberal mundial a raíz de la pandemia de Covid-19. Se postula que a partir de la crisis actual los gobiernos y los pueblos se darán cuenta de la necesidad tanto de establecer una mejor relación, más sana y equilibrada, con la naturaleza como de ampliar la inversión pública en sistemas de salud y otros servicios públicos.
Estos puntos de vista constituyen importantes expresiones del “optimismo de la voluntad” tan valorado por Antonio Gramsci. Sin embargo, también es importante completar estas visiones con un sano “pesimismo del intelecto”, como señalaba el mismo autor.
Primero, el distanciamiento social juega en contra de la consolidación de proyectos políticos de izquierda. La reclusión en el espacio privado del domicilio obstaculiza la construcción de las amplias redes de confianza necesarias para una efectiva organización social. Si bien las redes digitales han experimentado un auge durante esta cuarentena, este tipo de redes sólo sirven para la acción colectiva cuando están vinculadas a redes más auténticas basadas en el contacto físico y emocional.
Además, de manera paradójica, la huida hacia nuestros espacios privados reduce nuestra privacidad, ya que una porción cada vez mayor de nuestras actividades se desarrolla en línea y, por tanto, son observables por el mundo entero. La privacidad en línea es una fantasía en un ciberespacio dominado por grandes empresas como Youtube, Facebook, Twitter e Instagram y acechado por agencias de seguridad de múltiples países. Todo se encuentra bajo la lupa y podrá ser grabado y registrado, así que en el contexto actual es casi imposible contar con espacios verdaderamente autónomos y libres para la discusión y la organización.
Segundo, la suspensión de actividades económicas castiga más fuerte a los trabajadores manuales, a las pequeñas empresas y a los sectores productivos de la economía, en comparación con los trabajadores intelectuales, las grandes empresas y los sectores financieros. Los trabajadores manuales no pueden hacer home office y las pequeñas empresas no cuentan con ahorros. Y si bien los bancos sufren por la insolvencia de algunos de sus préstamos, también se benefician de la desesperada búsqueda de nuevos créditos para sobrellevar la coyuntura.
La cuarentena entonces tiene la tendencia de aumentar la concentración de la riqueza y fortalecer la especulación financiera, así como de potenciar la voz de la “clase media” urbana por encima de las demandas del sector obrero.
Tercero, el renovado activismo gubernamental es estrictamente coyuntural. La mayoría de las medidas económicas contracíclicas implementadas por gobiernos alrededor del mundo sólo buscan mantener a flote la economía y sostener la legitimidad gubernamental en el corto plazo. Es llamativo, por ejemplo, que ningún país ha aprovechado la coyuntura actual para implementar medidas más profundas de transformación estructural, como un aumento a los impuestos de los más ricos o la expropiación de industrias claves, por ejemplo.
Casi todos los gobiernos más bien han buscado la salida fácil de financiar sus estímulos económicos por medio de un aumento en la deuda pública. El problema con ese tipo de acciones populistas es que tienen efectos profundamente negativos a largo plazo, ya que fortalecen la dependencia de los países en los bancos. Estos préstamos deben ser devueltos, con intereses, después del fin de la pandemia, so pena de recibir duros castigos por los mercados internacionales y también fuertes presiones proneoliberales de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
México es una importante excepción al respecto. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador está financiando sus importantes estímulos a la economía, de millones de nuevas becas y créditos a los más necesitados, por medio de un recorte a la burocracia y poniendo fin a la evasión fiscal. Se trata de un asalto final a las prácticas neoliberales tan comunes del pasado de inflar las nóminas gubernamentales y perdonar a los amigos empresarios.
Es precisamente por ello que el Presidente ha señalado que la crisis actual ha caído como “anillo al dedo”, ya que le ha permitido avanzar con aún más contundencia con su agenda antineoliberal.La aplicación estricta de los principios de austeridad republicana ha permitido un aumento en los apoyos a la población sin hipotecar el futuro de la nación, justo lo contrario de lo que ocurría con la “austeridad” neoliberal, que reducía los apoyos a la sociedad y aumentaba la dependencia en el capital financiero.
Hasta el momento no existe indicio de que la pandemia de Covid-19 vaya a generar un viraje mundial en favor de un estado social de derecho que favorezca el bienestar de los más vulnerables. Sin embargo, habría que celebrar que por lo menos en México la crisis actual no ha logrado descarrillar el proyecto antineoliberal que estaba ya en curso, sino que lo ha afianzado y consolidado.
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