Por Ernesto Camou Healy
— Esta semana inició la fase dos de la lucha contra el coronavirus. Esto sucede cuando los casos de infección ya no pueden ser trazados a quienes lo trajeron del extranjero.
Se trata de una etapa en la que el contagio será mas frecuente y provendrá de contactos entre personas que difícilmente sabrán cómo lo adquirieron. Digamos que el bicho empieza a actuar por su cuenta entre nosotros, ya se aclimató.
Es inevitable que haya una cantidad enorme de contagiados; pero la gran mayoría de los afectados tendrá a lo sumo algunos síntomas no demasiados molestos. Sin embargo, sí pueden esparcir la enfermedad, por eso resulta necesario el aislamiento, si están enfermos, para no pasarlo a otras personas; si no lo tienen, para protegerse.
Quienes más se deben cuidar son los mayores de 60 años, y los que padecen enfermedades como diabetes, debilidad pulmonar, obesidad, afectados del corazón o, y esto aplica para jóvenes, algún trastorno como anorexia, que baja las defensas y los hace receptivos para todo tipo de padecimientos.
Contra la propaganda irresponsable, el Gobierno ha actuado razonablemente bien: No tenía sentido declarar una emergencia cuando los casos eran pocos y se sabía su procedencia. Haber mandado a la mayoría de los trabajadores a sus casas hace dos semanas hubiera sido más por propaganda, y hubiera incrementado los problemas económicos de las empresas, grandes y pequeñas, desde una transnacional hasta el changarro de la esquina. Yo, por mi parte, elijo hacer mis compras con los marchantes del barrio, o comunidad, en vez de hacer colas para entrar a las tiendotas sobrepobladas en estos días.
El plan gubernamental consiste en controlar la epidemia para hacerla, en la medida de lo posible, más manejable. El contagio masivo es inevitable, pero se tiene la hipótesis de que es posible intervenir y maniobrar para que se descontrole lo menos posible y no tengamos una situación como la que afectó a Italia. Ahí, y en España también, la cantidad de afectados creció desmesuradamente en unos pocos días, con lo que desbordó las capacidades de los hospitales e instituciones de salud, y eso acentúo la crisis.
Aquí lo que se pretende es que el crecimiento sea paulatino, con una curva más plana pero quizá más larga en el tiempo, no tanto una montaña, más bien una meseta. Y poner especial atención a los más frágiles para atenderlos con más recursos y equipamiento. Si se logra en lo fundamental este plan, se podrá calificar como un éxito en la emergencia. Pero la realidad presenta algunos “asegunes” que pueden obstaculizarlo o complicar su desempeño.
La primera condición es que la mayor parte de los mexicanos acatemos lo más posible la recomendación de aislamiento. Con eso nos protegemos cada uno, pero también resguardamos a la comunidad. Y en la medida en que se logre, se hará más manejable la pandemia. Sin embargo, tenemos una debilidad ancestral que fue acentuada por los sucesivos gobiernos del neoliberalismo: La pobreza que creció muchísimo desde los tiempos de Salinas hasta el incompetente de Peña. Eso se traduce en una fracción de la población desprotegida, con mala nutrición, bajas defensas, y obligada a buscar día a día, su alimento cotidiano. No pueden aislarse y sobrevivir; y su necesidad de trabajar los pone en riesgo, a ellos y los que los rodeamos.
Eso torna importantísimo el apoyo económico que el Gobierno pretende otorgar a todas las familias mexicanas: hay más de un 60% de la población que, sin ese soporte, difícilmente se aislará. En este punto la estrategia tiene que bordar fino, y firme. Por eso los apoyos en efectivo a esas familias resultan fundamentales, para ellos y para el resto: Somos un todo, eso lo está subrayando la epidemia, y mientras más puedan sobrevivir en relativo aislamiento, y no obligados a buscar el jornal diario, mejor para todos.
Al mal tiempo buena cara: Tengamos un buen y provechoso encerrón.