Por Ernesto Camou Healy
— Salieron de entre los autos, un poco antes de frenar en un semáforo en el Centro de Hermosillo. Dos mujeres, una de avanzada edad, la otra más joven, quizá su hija; algo traían en las manos. A un costado de mi carro quedó la mayor, delgada, pelo gris, ojos grandes en una cara arrugada por los años y el sol. Callada. Vestía con modestia: Pantalón claro, limpio y planchado, suéter rojo y zapatos blancos.
En las manos portaba un bultito colorido. Se me acercó, me lo mostró, eran dulces envueltos en papel colorido. Me ofreció uno en silencio. Saqué unas monedas y se las di, le agradecí la golosina, pero no la quería. Se me quedó viendo y me dijo: “Te voy a invitar a la piñata de mis nietos. Pronto la voy hacer y yo te aviso. Tú pasas por aquí seguido (casi nunca paso…), y te voy a decir para que nos acompañes, ¿entén…?”.
Se lo agradecí y le dije que encantado las acompañaría. Hizo un esbozo de sonrisa y se me quedó mirando con unos ojos que destilaban pesares y recuerdos de una vida difícil pero digna y arreglada. Volvía quien parecía su hija y cuidadora, de patrullar los carros, cuando se reanudó el trafico y continué mi camino, con muchas preguntas y un sentimiento agridulce: Era obvio que su familiar se preocupaba por ella, la atendía, ayudaba a vestirse con propiedad y la llevaba consigo a la calle, a trabajar ofreciendo algún dulce como pago por la generosidad, incierta, del automovilista. No estaban pidiendo limosna sino ofreciendo un servicio, endulzar el trayecto, no tanto con el chocolatín, sino con la amabilidad digna que las revestía. Trabajaban vendiendo cualquier cosa para llevar unos pesos a su hogar, alimentar a sus nietos y arrostrar la siguiente jornada con entereza.
Esa dama debería haber rondado el medio siglo cuando Salinas de Gortari arribó a la presidencia y nos encajó una política económica neoliberal, depredadora y polarizadora en extremo. Las cosas no iban bien antes de su sexenio; 30 más tarde esas señoras de la esquina son parte de los más de 60 millones de compatriotas que viven en la pobreza, legado patético de una política y una economía diseñadas para crecer a costa de la miseria de la mayor parte de la población, generadora de unos cuantos magnates y de mucha inseguridad, violencia y de la miseria de más de la mitad de los mexicanos que apenas sobrevive, de mala manera hay que insistir.
Las dos mujeres vestían con pobreza, pero ajuareadas de una austeridad elegante. Su porte habla de una vida de trabajo y dedicación, al hogar quizá, en empleos ocasionales, en servicios domésticos, vaya usted a saber, pero la obstinación de ofrecer un caramelo a cambio de unos pesos es muestra de una voluntad no de mendigar, sino de ganarse la vida.
Hay muchos como ellas. Demasiados. Que más de la mitad de la población esté en situación de pobreza subraya la ineptitud, y quizá la mala voluntad, de las cúpulas gobernantes del último medio siglo. Apunta también a la ineficacia que hemos tenido los ciudadanos para darnos gobiernos aptos y adecuados.
Ahora hay un Gobierno que intenta hacer las cosas diferentes; espero que algo logre, aunque inevitablemente se quedará corto. Lo han criticado, entre otras cosas, por otorgar una pensión frugal a los adultos mayores. Se argumenta que eso es regalar dinero a quienes no trabajan. Pero es más bien una distribución tardía que pretende dispensar un poco de justicia postergada; y es también una ruta urgente para reactivar la economía con un mercado interno más vigoroso.
¿Cómo saber si las dos señoras que venden dulces saben que tienen derecho a esa pensión?¿cómo se puede lograr que la reciban?
Espero que la anciana de ojos grandes y suéter rojo consiga organizar la piñata para sus nietos, y se acuerde de invitarme, para verla sonreír.