Por Hermann Bellinghausen
—El discurso (la narrativa, según esa horrenda expresión colonizada hoy en boga) del gobierno con relación a los pobres puede haber cambiado, pero en los hechos se sigue tratando a comunidades y grupos humanos como estorbos para el progreso, gráficamente representado otra vez por el tren en un país que renunció a sus trenes hace un cuarto de siglo y ahora los pretende restaurar dentro de la imparable ola depredadora que el capitalismo no puede ni quiere detener. Desplazamientos que no cesan, hasta hacer de México el mayor expulsor de población al vientre de la ballena (diría Orwell). Sólo que ahora la ballena se quiere blanquear (onda Moby Dick) y los vomita.
Viajando en el largo trayecto del tren Dakar-Bamako en África Occidental, Ryszard Kapuscinski observaba a los pasajeros arrullados por la lentitud y digería de pronto sus años en el continente. El reportero polaco apuntó algo tan evidente como impronunciable entre las medias verdades de Occidente y sus dobles raseros: “Se vuelve cada vez más importante para el mundo la pregunta no de cómo alimentar a la humanidad –hay comida suficiente; a menudo sólo se trata de organización y transporte–, sino de qué hacer con la gente. Qué hacer con la presencia en la Tierra de millones y millones de personas. Con su energía sin emplear. Con el potencial que llevan dentro y nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El de miembros con pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?” (Ébano, Anagrama, 1998).
México es surcado por decenas de miles de hondureños y salvadoreños, sin dejar de expulsar a nuestros conciudadanos de sus terruños por los mismos motivos que rifan en Centroamérica y África central: despojo por minería y megaproyectos, violencia criminal capaz de vaciar pueblos enteros, secuestros por rescate o para explotación sexual y laboral, falta de agua, inseguridad laboral. Qué sucede en Honduras, Haití o la República Democrática del Congo que no pase en México, aunque su escala no sea tan masiva pues estamos llenos de burbujas, oasis y unidades habitacionales que permiten a muchos mexicanos (no sólo pudientes) sentirse en relativa seguridad. También somos muy ricos en millonarios y superricos.
Una de las lecciones que estamos recibiendo, a pesar de que el gobierno estadunidense decidió negarla y obligarnos a hacerlo con él, es que no estamos solos en el mundo, y que el mundo está aquí. No sólo en las cúpulas de la globalidad con sus hoteles de cinco estrellas y las torres de Santa Fe, ni en la integración mediática de la población a los motores de la red. Se manifiesta en calles, burdeles, trenes de carga, albergues, prisiones que se llaman estación migratoria, campamentos de refugio. Los que le sobran al mundo están aquí.
¿Y qué hacemos con los que sobran en otra parte y ahora sobran aquí? La Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración (INM) presumieron recientemente haber “reforzado su vigilancia en la red ferroviaria del país, ‘auxiliando’” (eufemismo de detener) a más de 15 mil migrantes y deteniendo (en sentido penal) a 37 personas de procedencia extranjera cuyos antecedentes revelaron su pertenencia a pandillas criminales. Los operativos conjuntos incluyeron 50 vuelos de repatriación, que condujeron a 4 mil 352 personas hacia tres destinos internacionales. O sea, los regresamos al infierno del que venían huyendo.
Tan sólo a nivel regional, la diáspora de menores de edad, acompañados o no, se incrementó extraordinariamente. Según el INM, la migración de niños procedentes de Centroamérica aumentó 132 por ciento durante el primer semestre de 2019, en comparación con el mismo periodo de 2018.
De enero a junio han sido presentados ante la autoridad migratoria (eufemismo de detenidos, interceptados) 33 mil 122; 8 mil 525 viajaban sin la compañía de un familiar adulto. En el mismo periodo, el año pasado, hubo 14 mil 279 presentados.
Versión actualizada de los Nadieque dijera Eduardo Galeano: a nadie le importan, nadie los necesita, y quien los quiere (alguien tendrán) no está con ellos, puestos a merced de las mafias y las migras mexicanas y gringas, que de la corrupción al sadismo nos revelan cuán poco importan, aunque algo valdrán en el mercado de las adopciones ilegales, la esclavitud y la explotación sexual.