Presentación del libro Ángela, de Susana Avitia Ponce de León
Por Jesús Chávez Marín
—Cuando pasan los años, los recuerdos quedan hechos jirones. Desteñida por el tiempo o pintada con la fantasía, la realidad ya no es la misma cuando la recreamos con palabras y le agregamos las cargas conceptuales con las que elaboramos expresiones cotidianas. De esta manera, la escritura que sale impresa adquiere una importancia insospechada y penetra con muchos cauces el tejido social. Sobre todo la escritura artística, la cual queda como una forma en sí misma, experiencia única y distinta a cualquier otro ser abstracto o material.
La colección de cuentos de Susana Avitia Ponce de León de su libro Ángela pertenece a este género de escritura: la que además de cristalizar un girón acciones, tiempos, personajes y ambientes con un discurso narrativo ágil y moderno, se convierten en una realidad nueva, en donde la vida y el tiempo se concretizan en criaturas que no existen en ninguna otra dimensión más allá de la prosa elegante y hermosa de este libro.
La composición está integrada por tres partes que se complementan, logrando la unidad sorprendente de las buenas estructuras narrativas. El tema que predomina es la vida de las mujeres, la naturalidad de su libertad, los sentimientos y las sensaciones de su condición humana, los espacios sobre todo urbanos donde se desarrolla la acción, el amor de pareja y las dificultades de la convivencia, las rupturas dolorosas, los problemas de la salud y la muerte, el dolor y el placer expresado en sensaciones y pensamientos.
La primera parte del libro se llama “Laberinto de promesas y pieles”, está integrado por 20 cuentos que son independientes entre sí, pero que comparten características comunes: el narrador cuenta todas las historias en la segunda persona gramatical, tú, como un monólogo, una extraña conciencia que se adueña del personaje y lo mueve a su capricho, como sino oscuro y consciente de un propósito ineludible. Hay dos personajes que aparecen en los textos de esta primera parte: Ángela y Mario, los cuales forman una pareja que podría ser la misma o parejas distintas, ya que no hay datos concretos que hagan suponer que sean los mismos personajes que aparecen en cuentos distintos. En el primer cuento aparecen de recién casados, pero luego vemos un divorcio, un noviazgo tormentoso, una anciana también llamada Ángela que mira un cuadro y evoca un recuerdo lejano.
Este juego de repetir los nombre va construyendo conforme avanza la lectura del libro un meta texto novelístico, el pacto que la autora establece con el lector tiene en esto un giro: te doy noticias de Ángela, a la vez que te relato otra situación de extrañamiento, como en las conversaciones normales en las que surgen desviaciones de la memoria. Incluso en las otras dos partes del libro, que temática y estructuralmente son distintas, aparecen de vez en cuando estos dos que son los personajes principales de la primera parte.
Explorando un poco la temática, vemos que la ironía es a veces despiadada con la fantochería del frustrado galán casado y con hijos que se prepara y se perfuma para el encuentro con una de las amantes, a las cuales imagina incondicionales y de su absoluta propiedad: lo vemos en el momento en que llama al restaurante italiano y pide que le manden a la habitación del hotel sus platillos favoritos, no los de ella, a quien espera, sino los de él, claro. Pero resulta que cuando llama por teléfono para concretar la cita, se encuentra una sorpresa que lo fulmina. Ya lo verán cuando lean el cuento que se titula “Catorce de febrero”.
Es regocijante conocer en estos cuentos el lenguaje, los recuerdos y el alma delicada, o amorosa, o insegura, a veces cruel, a veces firme de las mujeres que aparecen, en las que se conjugan las tradicionales características de su condición femenina, como abuela, tía y madre que “se encargaron de poner en orden cada momento importante de tu existencia”, como se refiere del personaje del cuento “Mario con amor”, con las nuevas situaciones que las mujeres vivien en las sociedades de nuestra época.
La segunda parte del libro se llama “Sacrificar el sueño”. Está formada por 17 cuentos, muy distintos en su discurso, en su temática y en su punto de vista de los cuentos de las otras dos partes. En estos se utiliza, para empezar, una voz narrativa distinta, en la tercera persona gramatical: él, y, por lo tanto, un punto de vista diferente. Se trata de un narrador omnisciente que sin embargo se instala muy cercano a la anécdota, sin imponer una carga ideológica o informativa distinta a la intención absoluta de contar la historia.
La mayoría de estos cuentos corresponden a las características exactas del cuento breve: finales sorpresivos, acertijos que se proponen al lector, un pacto narrativo de literatura fantástica, como es el caso de una mujer que escribe y termina formando parte de la propia historia que cuenta e incluso encerrada en un barco dentro de una botella; o el Juan Diego que lleva a la Virgen grabada en video y no en su humilde tilma. Claro que también hay otros cuentos de tema estrictamente realista pero donde aparece un factor de extrañamiento que tuerce la anécdota, o la trasfigura.
De esta manera un campesino puede enamorarse de una campana, de su canto desde lo alto de la torre, y de alguna manera el amor se consuma; una mujer se transforma en mariposa, las sensaciones de placer también se transfiguran ante el lector del tacto al gusto por la recién cocinada mermelada de membrillo y así cada cuento nos deja la frescura de la vida en sus momentos más intensos, en su oscuridad o en su resplandor.
La tercera parte del libro se titila “Mirando tus ojos”; está integrada por 23 cuentos que cierran la cifra exacta de los 60 del total del libro. Aquí también el narrador es distinto, un narrador personaje que cuenta las historias en la primera persona gramatical, yo. En esta parte los cuentos son estrictamente realistas, y alcanzan profundidad tanto en la construcción de personajes como en el examen de los sentimientos, las costumbres sociales y el punto de vista más cercano a la experiencia del protagonista, el cual se ve necesariamente involucrado en la trama.
En la primera parte también había esta especie de monólogo, y también se trataba de un narrador “personaje”, pero con aquel inquietante punto de vista que señalamos antes, la voluntad que domina fatalmente una especie de destino trágico. Aquí el punto de vista se maneja con naturalidad y soltura, lo cual crea un ambiente distinto.
Uno de los temas que más significación consiguen en esta parte son los problemas de la salud: la sombra del cáncer oscurece varios de los relatos, con el el cuento que se titula “Camaleón”, donde una belleza de genial originalidad matiza el monólogo sereno de una mujer fascinante. El dolor humano más extremo que se puede imaginar aparece en el cuento titulado “Tengo que recordarlo”, donde el relámpago aparece en una tormenta, en una calma, en un atardecer con todos los colores del fuego y del cielo.
Las tres partes son, en síntesis, la visión muy completa de muchas situaciones que retratan la condición humana de nuestro tiempo. Sus ambientes distintos son parte de una maquinación de lectura, un diálogo intenso entre una autora de sorprendente madurez y sus lectores, quienes hallarán aquí una experiencia estética inolvidable.
Avitia Ponce de León, Susana: Ángela. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2006.
Agosto de 2006.