Por Raúl Zibechi |
Algunos analistas geopolíticos sostienen que hubo un acuerdo Washington-Moscú para afianzar la presencia rusa en Ucrania y dejarle a Estados Unidos el terreno libro en Oriente Medio. Otros defienden la tesis de que los grandes ganadores de la caída de Bashar al Assad en Siria, son Turquía e Israel. Insisten en que habrá un reparto territorial de los despojo sirios entre las grandes potencias globales y regionales. Los que miran más lejos, observan la debilidad del régimen de Irán y, quizá, del propio Kremlin, y ya pronostican cambios de fondo.
Siguiendo con sus cálculos, estiman desde ya quiénes se encargarán de la reconstrucción de Siria, si los chinos o los propios estadounidenses con sus aliados israelíes. Dicen “los que saben” que seguirá la guerra, que no hay modo de frenarla, que Erdogan, presidente de Turquía, seguirá avanzando para establecer una zona de amortiguación en torno a su país, para crear un nuevo imperio, mientras el sionismo se encarga de poner rumbo hacia el Gran Israel.
Desde hace cierto tiempo escuchamos que el imperio estadounidense está tan debilitado, que pronto va a caer. Con la misma frialdad que aseguraban, hasta ayer, que Hamas y Hezbolá derrotarían a Israel, con la ayuda del Eje de la Resistencia. Ahora sabemos que la caída del régimen sirio no busca la democracia, como dice Occidente, sino cortarle las líneas de suministro a esas organizaciones facilitando la limpieza étnica sionista.
Lo cierto es que la geopolítica, tan azarosa y oportunista, tan parecida al “visitante nocturno” (aquel aserto de Fernand Braudel para definir el capitalismo), oscila según las conveniencias del momento. Apenas 24 horas antes de la caída del régimen sirio, insistían en que “de ninguna manera los yijadistas van a entrar a Damasco”. Luego vienen las excusas que hablan de traiciones o de virajes “imprevisibles”. Además está el juego impúdico de los medios, que ahora dicen “rebeldes” a los mismos que antes mentaban como “terroristas”.
Aquí una buena descripción de la periodista Caitlin Jonhstone en su portal: “Ahora la prensa imperial está llena de titulares como “El líder rebelde sirio pasó de yihadista radical a un ‘revolucionario’ vestido de blazer ”, de CNN; “El líder rebelde sirio Golani: de yihadista radical a pragmático ostensible”, de The Times of Israel; y “Cómo los yihadistas ‘amigables con la diversidad’ de Siria planean construir un estado”, de The Telegraph”. Agrega con profunda ironía: “Es sólo cuestión de tiempo antes de que empecemos a ver a ex miembros de ISIS y Al Qaeda charlando en programas de entrevistas liberales occidentales con sus pronombres de género preferidos junto a sus nombres”.
Queda muy claro que Al Qaeda es una creación occidental, estadounidense, europea e israelí, para sembrar el caos en la región.
En los repartos territoriales, que de esto se tratan las guerras en curso, se busca quitarle algo al enemigo y morder donde existen bienes comunes a ser convertidos en mercancías. Ambos abundan en Medio Oriente.
No tengo dudas que estos análisis tienen algo de verdad, o que se atienen a ciertas tendencias y realidades. Pero….
Pero si alguien pregunta: “¿Y los pueblos?”. Se miran para los lados y se encogen de hombros, como si no supieran de qué se trata. Para la geopolítica y los geopolíticos, los pueblos, la gente común, somos arcilla moldeable por la voluntad del monarca, o sea del capital y de sus administradores. Y los que no se dejan, marchan al matadero.
Porque hoy ya no son, ni siquiera, los Estados-nación los que están remodelado los mapas del mundo, sino pura y simplemente los cañones y las bombas. Dicho de otro modo, y siguiendo al Subcomandante Marcos, el capital despeja territorios expulsando pueblos, para hacerse con los bienes comunes, en su guerra de despojo.
El capital utiliza a sus fuerzas armadas o a grupos narco-paramilitares, da lo mismo, para hacer el trabajo sucio según convenga en cada geografía. Es lo que viene sucediendo con pasmosa exactitud en buena parte de nuestro continente.
Gane quien gane en Siria o en cualquier otra región del mundo, hoy por hoy pierden los pueblos. La situación es tan, pero tan terrible, que no da ni siquiera para celebrar la caída de un tirano, porque ya hay otros similares prestos a tomar el relevo. No se atisban en el horizonte más que nubes y tormentas, más y más violencia contra los abajos. Por eso, dejemos de escuchar a los geopolíticos para concentrarnos en lo nuestro: sobrevivir a la catástrofe y prepararnos para el día después… aunque tarde 120 años.