El pueblo de Macondo nunca existió. Nunca debió existir. Y, sin embargo, aquí está.
El idílico pueblo de Colombia fue el escenario ficcional de Cien años de soledad, la novela de 1967 que contribuyó a que Gabriel García Márquez ganara el Premio Nobel de Literatura y que, a lo largo de los años, le generara numerosas ofertas de Hollywood para hacer una adaptación.
El autor siempre se negó e insistía en que su novela, en la que convergen lo real y lo fantástico, nunca podría ser llevada a la pantalla. Su Macondo, decía, nunca podría construirse.
Pero ahora, en un descampado a las afueras de la ciudad colombiana de Ibagué, ahí está. Construido por Netflix para la primera adaptación cinematográfica de la novela, el pueblo tiene pájaros reales que anidan en sus árboles y perros que vagan por sus calles estrechas.
García Márquez no quería que Hollywood hiciera una película de su libro, dijo su hijo Rodrigo García, porque no podía imaginarse a actores que hablaran en inglés interpretando a los Buendía, la familia que está al centro de la novela. Tampoco veía la historia épica comprimida en dos horas ni en tres, ni en cuatro.
Y luego estaba la cuestión del realismo mágico, que el autor usó para evocar su experiencia de la veleidosa realidad latinoamericana, que suele superar la ficción.
En la novela, que comienza en el siglo XIX, los habitantes de Macondo se maravillan ante cosas que ya se consideran comunes en otros lugares: una máquina de daguerrotipos, imanes, hielo. Pero nadie cuestiona la presencia de un fantasma ni que un bebé pueda nacer con cola de cerdo o que una lluvia de flores pueda caer del cielo.
En la pantalla, el realismo mágico ha demostrado ser difícil de reproducir: los efectos visuales utilizados para crear tales imágenes han hecho que las películas parezcan de fantasía o de terror, o simplemente han parecido tontas. La adaptación cinematográfica de 2007 de El amor en los tiempos del cólera, el otro libro más conocido del autor, fue un fracaso de taquilla.
Pero en la década que ha pasado desde la muerte de García Márquez, muchas cosas han cambiado y, en un giro que él no podría haber imaginado, Netflix ha sido capaz de superar sus antiguas objeciones.
Por un lado, el gigante de la transmisión en continuo pudo hacer una adaptación de gran presupuesto de la novela en español, tras haber demostrado el atractivo mundial de contenido latinoamericano con éxitos como Narcos y Roma.
Netflix también podría hacer una serie, no una película, dando a la trama más espacio para extenderse. Por último, podría filmarla en la Colombia natal del autor, con actores colombianos en su mayoría, dijo Francisco Ramos, vicepresidente de contenidos de la empresa para América Latina. Netflix haría Cien años de soledad, no One Hundred Years of Solitude.
La familia del autor aceptó, y la primera temporada, compuesta por ocho episodios de una hora de duración, se emite el 11 de diciembre. La segunda temporada está en proceso.
García, hijo del autor, dijo que la familia había accedido en parte porque pensaban que una serie podría producir “la sensación de haber vivido 100 años de vida”, que es un rasgo distintivo del libro, dijo.
“Para mí eso es lo importante”, dijo. “Es la experiencia total de sumergirse”.
Y, ahora, Macondo —y una réplica escrupulosa de la casa de los Buendía, resguardada bajo un hangar— se ha hecho realidad.
Son tan reales —tan inmersivos, de hecho— que a veces los actores no están seguros de dónde empieza o acaba la ficción.
Una tarde reciente, mientras la actriz que interpreta a una Úrsula mayor, la matriarca de los Buendía, se preparaba para rodar una escena en la cocina, sostuvo un huevo antes de romperlo en un cuenco y se rio.
“¿Es de verdad o es de mentira?”, preguntó la actriz, Marleyda Soto.
Un compromiso total con la recreación de la realidad, o de la versión de la realidad de la novela, guiaría su trabajo, decidieron los creadores. Con ello, ¿lograrían —finalmente— acertar con el realismo mágico?
Dentro de Macondo
En Colombia, donde García Márquez aparece en los billetes, mucha gente puede recitar las primeras líneas de su famoso libro: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
La escena permite ver cómo lo que podría parecer ordinario en otras partes, a menudo se vivía como algo mágico en el Macondo del siglo XIX, una aldea aislada y rodeada por el pantano cerca de la costa del Caribe.
Cuando el hielo llega por primera vez a la aldea, no es solo una novedad, un signo de la llegada de la modernidad, sino un espectáculo de otro mundo. Reflejando la detallada descripción del momento que hace el escritor, y ciñéndose fielmente al texto, los cineastas crean una escena teatral en la que la luz y la sombra evocan una experiencia casi religiosa.
Al conocer el hielo
Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendia se atrevió a murmurar:
—Es el diamante más grande del mundo.
—No —corrigió el gitano—. Es hielo.
Gabriel García Márquez
El hielo también señala la llegada de los primeros forasteros a Macondo. Se trata de una comparsa de gitanos que traen los conocimientos esotéricos —e instrumentos científicos básicos— que seducen a José Arcadio, el patriarca quijotesco de la familia.
Al final se pone a trabajar en la alquimia, funde las monedas de oro de su esposa y deja a su familia a su suerte. Mientras está inmerso en sus estudios, uno de sus hijos huye con los gitanos. Después, su hija casi sale flotando en su cuna. Él la baja despreocupadamente, más irritado por la distracción que asombrado.
Al igual que otras escenas en las que ocurre lo imposible, el momento se presenta sin ningún dramatismo ni fanfarria en la serie, como lo hace el autor en la novela.
La canasta levitante
Un día la canastilla de Amaranta empezó a moverse con un impulso propio y dio una vuelta completa en el cuarto, ante la consternación de Aureliano, que se apresuró a detenerla. Pero su padre no se alteró. Puso la canastilla en su puesto y la amarró a la pata de una mesa, convencido de que el acontecimiento esperado era inminente.
Gabriel García Márquez
Esa táctica formaba parte de “capturar visualmente a un libro especial”, dijo Alex García López, uno de los dos directores de la primera temporada. “Es la cultura del Caribe”, dijo, donde el misticismo católico se mezcla con las creencias indígenas y afrocaribeñas sobre la vida y la muerte, el cuerpo y el alma.
Retratar la realidad tal y como la viven los personajes se convirtió en la visión rectora del proyecto, dijo García López. Lo que es familiar, lo que es suyo, se da por sentado; lo nuevo encanta y, en última instancia, destruye.
Es un comentario social poderoso. También demuestra el sentido de humor del autor, dijo García López, quien es argentino. “Es algo muy típico de Latinoamérica”, dijo, “pensar que todo lo que viene de afuera es mejor que lo que tenemos”.
Las siguientes figuras que traen el mundo exterior a Macondo son un corregidor de la capital y un sacerdote, personificación de la política y la religión organizada.
En contra de los deseos de los Buendía, transforman el pueblo, pintando las casas con el azul de su partido político y erigiendo una iglesia. Al igual que los gitanos, también reclaman a uno de los hijos de la familia, que irá a la guerra.
La mayor parte de la primera temporada está dedicada a contar esta historia.
“El noventa por ciento del libro, y de la serie, trata de la historia colombiana y de las pasiones y traumas domésticos de esta familia”, dijo José Rivera, guionista y dramaturgo que realizó el primer borrador del guion.
“Cuando se produce la magia, es sorprendente”, dijo. “Es precioso, porque cae en medio de un realismo muy cotidiano”.
Una escena en la que Úrsula se entera de la muerte de un hijo de forma inesperada es un ejemplo de magia dentro del realismo de la serie. Un hilo de su sangre recorre la ciudad para llegar hasta ella.
El hilo de sangre
Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso directo por los andenes desparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.
Gabriel García Márquez
Úrsula no se asombra por el trayecto que ha hecho la sangre, sino por el ominoso mensaje que ve en aquella visión. Es “su sexto sentido” hecho visible, dice García López, quien dirigió la escena.
Carne y hueso
Para mantener la producción anclada en la realidad de los personajes, los cineastas rodaron las escenas de realismo mágico delante de la cámara, evitando los efectos visuales siempre que fue posible, dijo Laura Mora, quien codirige la serie.
“Esto tenía que ver con una decisión formal de nosotros”, dijo Mora. “Todo tiene que sentirse muy hecho, muy análogo, muy, muy en cámara”.
Así, por ejemplo, el fantasma que persigue a los Buendía no es una aparición translúcida realizada en la posproducción, dijeron los directores. Era un actor de carne y hueso, con mucha sangre.
Del mismo modo, la escena en la que el cura del pueblo levita después de beber chocolate caliente no se rodó en un estudio contra una pantalla. El actor fue levantado directamente en el plató, utilizando cuerdas y un arnés.
Y en la memorable escena en la que llueven flores, miles de flores reales (y de plástico) cayeron realmente desde arriba mientras las cámaras estaban grabando.
Mora dijo que la esperanza era que si las escenas mágicas tenían el mismo aspecto que el resto del drama, resultarían más convincentes.
“Para los actores era todo precisamente muy, muy divertido, porque todo estaba pasando en escena”, dijo Mora. No había que decirle a nadie que se imaginara cosas que no existían, dijo. “Y eso fue bellísimo, bellísimo”.
Homenaje a Colombia
El pueblo de Macondo encarna el compromiso que Netflix adquirió con la familia del autor cuando obtuvo los derechos del libro en 2018.
Ninguna serie de este tamaño se había hecho antes en Colombia. Al construir el pueblo, un esfuerzo que llevó a cientos de trabajadores más de un año, Netflix dio realidad a un mundo pasado, recreando la Colombia que García Márquez había creado, hasta en los detalles.
En una sofocante tarde reciente, Bárbara Enríquez paseó por Macondo, un pueblo que ayudó a crear como una de los dos diseñadores de producción de la serie. Señaló un enorme árbol de caucho, que era todo lo que había habido antes en el potrero.
Ahora era el centro de un pueblo lleno de edificios inspirados en estilos arquitectónicos del siglo XIX, dijo: vernáculo, colonial, republicano. Allí estaban el burdel y el bar del libro, el de Catarino, su escuela, su hotel y su iglesia. La jefa paisajista había enviado decenas de especies de plantas para recrear la flora de la costa caribeña.
Enríquez, quien diseñó la escenografía de la película de 2018 Roma, entró en el almacén general del pueblo.
Su equipo buscó por todo el país los muebles antiguos del decorado. Señaló una cesta tejida: encargaron a artesanos colombianos que las elaboraran, junto con sombreros, hamacas y mochilas.
Para recrear Macondo, Netflix también recurrió a museos, documentos, investigadores e historiadores. La diseñadora de vestuario utilizó dibujos realizados por un viajero del siglo XIX y un encargo del gobierno para crear un vestuario de miles de prendas.
“Al final”, dijo Enríquez, “es un homenaje a Colombia”.
Los equipos creativos tuvieron que recibir clases de historia colombiana, aprendiendo sobre la Guerra de los Mil Días, el brutal conflicto civil que tiene un papel importante en la primera temporada.
Los actores debieron aprender a hablar con acento costeño y también a escribir a mano, con tinta, a coser y a bordar. Empezaron a llamarla “La escuela de Cien años”.
En el proceso, todos en el set aprendieron que muchas escenas del libro que parecen fantásticas formaban parte de la vida de García Márquez.
En sus escritos, el autor reveló que era su hermana quien, de manera similar la niña adoptada por los Buendía, comía tierra. Y existió realmente un sacerdote en la región del que se decía que levitaba cuando bebía vino del cáliz. (García Márquez dijo que cambió el vino por chocolate caliente porque le parecía más verosímil).
“De pronto dices ok, lo único que está haciendo es leer el mundo que le tocó”, dijo Mora, la directora. “Realismo mágico es un nombre que le dan los académicos”.
El equipo de Netflix, la mayoría de los cuales son colombianos como Mora, llegó a ver la serie también de ese modo: como una forma de dar vida no solo a una ficción nacida de la imaginación de un hombre, sino también a la rica, aunque dolorosa, historia de su país y a su inimitable cultura.
Debido al cariño puesto en ese esfuerzo, los detalles se acumulan para hacer que Macondo parezca real, dijo Enríquez, la diseñadora de producción. “No todos se ven, pero se sienten”.
La primera temporada recrea el siglo XIX; la segunda seguirá a Macondo durante el siglo XX. Enríquez dijo que esperaba que la producción, profundamente investigada, funcionara como una máquina del tiempo, haciendo que los colombianos dijeran: “¡Eso es! ¡Así fue!”.
Al final, “entras en la ficción”, dijo. “Todos entran en el mundo de la ficción, y lo abrazan”.