A 10 años de la muerte del periodista Vicente Leñero

Este 3 de diciembre se cumplen 10 años de la muerte de Vicente Leñero. La efeméride y el tema de la entrevista en estos días navideños le dan actualidad.

POR GERARDO GALARZA | Libre en el Sur

Esta entrevista data de hace casi 45 años. Es uno de mis textos profesionales y prácticamente desconocido, que es el destino de la mayoría de los escritos periodísticos para una agencia de noticias.


Vicente Leñero, 46 años, cristiano confeso, mirada brillante y patillas completamente canas, se mesa el pelo con las manos entrelazadas y responde: la escritura de El Evangelio de Lucas Gavilán se dio en función de una relectura personal de los Evangelios.

El Evangelio de Lucas Gavilán, la más reciente novela de Leñero, editada por la editorial Seix Barral y puesta a la venta hace casi un mes en México, Barcelona y Caracas simultáneamente, es  –según explica en el prólogo el propio autor–  una paráfrasis del Evangelio según San Lucas “buscando, con el máximo rigor, una traducción de cada milagro y de cada pasaje al ambiente contemporáneo del México de hoy desde una óptica racional y con un propósito desmitificador”.

En la entrevista  –realizada durante una pausa voluntaria en su trabajo en la revista Proceso, en donde es subdirector, en los momentos críticos de cabecear, formar, revisar galeras y otros imperativos del quehacer periodístico y a la voz de “ya vas, a darle”–  el ingeniero de profesión y escritor y periodista por vocación explica, analiza, confiesa algunas de las cosas relativas a su nueva aventura novelística.

Señala que un principio le repugnaba la idea de intentar otra versión de la vida de Jesús por el excesivo tratamiento del tema en la literatura, el teatro y el cine que han hecho de Cristo una figura muy gastada. Sin embargo, indica, que así como el movimiento de la Teología de la Liberación hizo teología por primera vez en América Latina, entonces “yo me dije: bueno, por primera vez se puede hacer también un intento de novelar o releer los Evangelios a la luz de nuestra realidad social, con todo lo difícil que eso resultara y con todo lo inverosímil que pudiera ser”.

El libro, edición original. Foto: Especial

Además, la reescritura del Evangelio representaba dos retos para Leñero: el ver qué tan posible era trasladar el original de San Lucas y encontrar una traslación verosímil de los milagros. El primero porque “cuando yo entro a escribir un libro no sé lo que va a pasar” y el segundo porque “yo soy una persona que no cree en los milagros y esto ha sido para mí una preocupación de todas las lecturas de los Evangelios. Entonces, a mi me preocupaba porque siento que los milagros, tal como están escritos en el original de San Lucas, están escritos como ejemplificando acciones que Jesús hacía. Creo que el lenguaje de San Lucas es un lenguaje metafórico y que, independientemente de que hiciera cosas grandiosas, lo verdaderamente significativo, y lo que yo quería rescatar, es que (Jesucristo) se ocupaba de los problemas de la gente, pero personalmente entendidos”.

En su novela-evangelio, Leñero presenta la enfermedad, la ceguera, la parálisis, la lepra como problemas sociales y los milagros como la solución a esos males. Acepta que esa es la intención de la metáfora o parábola (si se quiere hablar en términos evangélicos). “Sí, eso es como clave para mí. Pienso que los Evangelios se pueden leer entendiéndolos como una gran parábola”. Los milagros  –añade–  “finalmente son acciones que ayudan a los marginados, a las gentes que tienen problemas. Es decir, al hombre que está fregado, que de alguna forma  –entre comillas–  está enfermo, ciego, paralítico, marginado de su comunidad, de su grupo social y entonces lo que Cristo hace es reincorporarlo, darle nueva vida, resolverle sus problemas”.

–¿Resucitarlo?

–Resucitarlo finalmente. Sí. Era una intención desmitificadora. Era bien importante para mí–. Confiesa que para escribir esta su séptima novela releyó entre otros libros La vida de Jesús de Ernest Renán, escrita en el siglo pasado,  –y que “en mi tiempo era un libro prohibido”–  y en ella el autor “no sabe qué hacer con los milagros, a pesar de su afán desmitificador, no llega a resolver el problema: los acepta como tales” y entonces eso me llevó a pensar que “lo importante no es el hecho extraordinario (el milagro), sino el significado de ese hecho”.

Foto: Pedro Valtierra / Cuartoscuro

De entrada explica el por qué escogió el Evangelio de San Lucas para elaborar su paráfrasis: el de San Juan fue eliminado por tratarse de un libro con más pretensiones teológicas y escrito en un lenguaje mucho más simbólico que los tres sinópticos. “Estos son más realistas –precisa. Para mí, estrictamente, el mejor de ellos sería el de San Marcos. Es el más escueto, incluso el más violento, el primero de todos. Los demás provienen de alguna forma de éste y de una fuente oculta que nunca ha sido localizada”.

Pero, agrega, el de San  Marcos tenía una desventaja: no toma en cuenta la infancia de Jesús, por lo que sólo quedaban el de San Juan y el de San Lucas y “aparte de que personalmente siempre me ha interesado mucho más el de San Lucas, éste es el mejor escrito, tiene un estilo literario muy refinado, es un libro muy bien armado, lógico en todos sus capítulos y hay un suspenso que va creciendo. Todo esto me servía mucho novelísticamente”. Además, es supuestamente el Evangelio de San Pablo. Lucas era su discípulo y si lo de la infancia era muy importante, también “toma lo social con mucho mayor énfasis”.

En el prólogo del libro  –la trasposición de la carta a Teófilo en la que San Lucas le dedica su Evangelio–  Vicente Leñero-Lucas Gavilán dice que sólo “con un alarde de cinismo literario” se puede llevar la paráfrasis a los extremos que la lleva. Ahora amplía su explicación:

“Yo me daba cuenta que una figura, un líder individual (Jesucristo Gómez)  –como me decía Heberto Castillo–  en esta época se perdería en la complejidad y territorio de un país como México. Resulta bastante inverosímil que el tipo pueda andar prendiendo mechas en tantas partes en tan poco tiempo. Fue una extrapolación demasiado violenta para mí. Forzaba las situaciones y sólo con un cinismo literario a tal grado uno se puede decir; ni modo… ni modo pues…, ni modo. Si se cree o no se cree en el personaje, si resulta novelístico, pues ya será otro problema”.

También en el prólogo, el evangelista mexicano muestra otra preocupación: “mi libro no pretende en modo alguno herir la sensibilidad de los cristianos, a quienes va dirigido muy especialmente con el ánimo de acrecentar las enseñanzas que hemos recibido y fortalecer y depurar nuestra fe”.

Vicente Leñero en sus inicios como escritor. Foto: Álbum de la familia Leñero

Leñero, acompañado de su inseparable cigarrillo cuya cajetilla trajo de su escritorio cuando la entrevista estaba por iniciarse, confiesa que por primera vez se planteó el problema de los destinatarios del libro. “Normalmente, cuando uno escribe, por lo menos yo, nunca se piensa en el público que lo va a leer. En el periodismo es más natural preguntarse para qué público estoy escribiendo; en la literatura nunca me planteo esa cuestión. Sé que estoy escribiendo a un público que pueda encontrar alguna identificación conmigo. Me olvido del lector. Soy, en alguna forma, producto de mi sociedad y estoy devolviendo a esa sociedad parte de lo que me ha alimentado. Pero esta vez, para mí era muy interesante saber que tengo un lector al que va dirigido el libro; los cristianos convencionales, los cristianos tradicionales, porque pienso que su lectura de los Evangelios es muy mágica.

“Entonces, me pareció urgente advertir que la novela no era para fregar, que no se trata de una novela, entre comillas, herética, sino profundamente religiosa (si así se puede decir). No está escrita con ánimo de burla, sino con todo el respeto con el que ellos leen tradicionalmente los Evangelios. Y me dije: yo los voy a leer con la misma actitud, al final diría con el mismo tipo de fe, aunque ellos la entiendan o la vivan o la crean en otra forma”.

Enseguida afirma que el espíritu del libro está derivado del movimiento de la Teología de la Liberación. Analiza y asegura que en América Latina “también vivimos una colonización en lo religioso, porque, de pronto, en Europa están preocupados por la infabilidad del Papa o por la divinidad de de Cristo y esos problemas teológicos nos los exportan y nosotros los recibimos como un producto de importación. Pero a los teólogos de la Liberación eso les vale sombrilla. Lo importante para ellos es la nueva lectura de los Evangelios y una lectura, a mi modo de ver, alucinante” y así por primera vez se leen desde un punto de vista totalmente diferente.

–¿Social?

–Social por primera vez. Yo creo que es lo que no han hecho en Europa, no se han preocupado por releer los Evangelios  –pese a todo lo que dijo Juan Pablo II de esas relecturas tan audaces–,  desde la marginación, desde países colonizados, subdesarrollados,  jodidos.

–¿Países donde importa más la realización del Evangelio que discutir la divinidad de Cristo?

–Exacto.

Por lo anterior, Leñero considera que, a pesar de todo, teológicamente “nos llevamos de calle a toda Europa”.

–¿Cuál es el compromiso del escritor cristiano en México, en América Latina?

–A mí me molesta mucho que el escritor se incorpore un apelativo como etiqueta, es decir, el escritor budista o el escritor cristiano o el escritor marxista.

“Pienso que el verdadero compromiso de un escritor es expresar lo que él es o lo que él siente. Involucrar su sociedad. Creo que un hombre es más humano en la medida en que está involucrado no sólo en sus problemas personales, sino en los problemas de su comunidad, de su sociedad, de su país, de su tiempo, de su época; eso lo hace más humano, más completo. Un escritor realmente preocupado por sus problemas no los tiene que inventar. No que hay un compromiso sobre eso mismo, al tomar conciencia de esos problemas los expresa naturalmente. Muchas veces la literatura, la que le llaman comprometida, resulta postiza o a veces muy demagógica, justamente porque el escritor no está sintiendo esos problemas como propios”.

–¿No los vive…?

–Los vive intelectualmente, quizás, pero no en carne propia, emocionalmente, vitalmente. Entonces, cuando esos problemas se viven emocionalmente, vitalmente, pues se expresan naturalmente.

–¿La literatura auténtica…?

–Sí, Esa es la genuina. Yo no le puedo pedir a un escritor que no siente, que no vive sus problemas, que escriba sobre ellos. Lo que le puedo pedir es que se comprometa más como ser humano y su literatura, por añadidura, expresará esos conflictos. No sé si me explico…

(*) Suplemento Cultural de la agencia CISA; 15 de enero de 1980.

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