Por John M. Ackerman
En una copia vulgar del posicionamiento de Donald Trump con respecto a la frontera entre México y Estados Unidos, Gilberto Lozano ha declarado que en México hay una emergencia nacional y ha acusado formalmente en la Cámara de Diputados a Andrés Manuel López Obrador de traición a la patria por su nueva política de trato humanitario hacia los migrantes.
El discurso del empresario regiomontano es una vil calca de las declaraciones del magnate estadunidense. En un video que circula en redes sociales, Lozano dice que México hoy sufriría una invasión de migrantes, incluyendo “células islámicas, africanos y maras salvatruchas” quienes pondrían en riesgo a tus madres, tus hermanas y tus nietas. Estos migrantes morenos también supuestamente traerían todo tipo de enfermedades incluyendo lepra, epidemias de sarampión, viruela, enfermedades venéreas. Y, por qué no, al rato empezaremos a hablar de enfermedades típicamente africanas como es el caso del ébola.
Este fiel repetidor del discurso racista y neofascista de Trump argumenta que esas hordas, que se hacen llamar caravanas, son en realidad grupos de criminales. Sostiene que la inmigración masiva sería promovida por el presidente López Obrador, a quien llama un enfermo mental, esquizofrénico y títere de grupos radicales al servicio de George Soros, con el fin de reclutar los migrantes en la Guardia Nacional para poder imponer un nuevo régimen socialista y comunista en México. Lozano también remata que la defensa de la diversidad sexual de parte de López Obrador implica una grave amenaza a la identidad sexual y la naturaleza humana de los mexicanos.
Tal cúmulo de fantasías disparatadas sería simplemente risible y no merecería la atención de columna periodística alguna si no implicara un claro rompimiento con una larga tradición política de respeto humano básico en el discurso político mexicano. Aun en los momentos más profundos del cinismo autoritario y excluyente del régimen priísta, todavía se hacía un esfuerzo por cuidar las formas. A diferencia de otras latitudes, como en Estados Unidos, donde son comunes los discursos políticos fundamentados en el odio, en el México moderno pocas veces los políticos se han atrevido a utilizar términos tan abiertamente racistas o exhibir su ignorancia con tanto descaro.
Este rompimiento histórico con las formas políticas implica un peligro real a mediano plazo.
Hay que recordar que en su momento los estadunidenses y los brasileños también se burlaban a carcarjadas de Donald Trump y Jair Bolsonaro como representantes de corrientes políticas marginales, radicales e intolerantes, que jamás podrían ganar la simpatía de sus poblaciones respectivas o convertirse en primeros mandatarios. Pero hoy Trump ocupa la Casa Blanca y Bolsonaro despacha desde Brasilia, ambos encabezando gobiernos de ultraderecha que defienden los privilegios de los oligarcas, pisotean a las minorías y encarcelan a los disidentes.
Los mexicanos hoy disfrutamos de las mieles de la democracia y de la libertad. Después de décadas de gobiernos neoliberales y autoritarios, finalmente contamos con el oxígeno para expresar nuestras propuestas de transformación y el espacio para experimentar con nuevas políticas públicas que favorecen a los pobres.
Pero, de acuerdo con las leyes de la dialéctica, cada irrupción histórica necesariamente también genera semillas de su propia contradicción.
El trumpismo echó raíz en el contexto de la enorme emoción ciudadana causada por la llegada de Barack Obama en 2008, el primer presidente afroestadunidense en ocupar la Casa Blanca en la historia. Quienes se sintieron desplazados y excluidos de aquel movimiento social progresista empezaron a organizarse en resistencia desde el primer día del mandato del esposo de Michelle, primero en el Tea Party y después en una multiplicidad de otras organizaciones y redes sociales neofascistas.
Bolsonaro también es el resultado de años de lucha de parte de la derecha más retrógrada de Brasil. Un importante sector de la sociedad se sintió amenazado y desplazado por los amplios programas sociales y proyectos de infraestructura promovidos por los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Roussef. Y en 2018 tuvieron su revancha con el encarcelamiento de Lula y la victoria de Bolsonaro.
Afortunadamente, la cultura política mexicana es más resistente que otras al fascismo. Como botón de muestra, el candidato que más se acercaba al discurso trumpista en las elecciones de 2018, Jaime Rodríguez Calderón, recibió apenas 5 por ciento de la votación el pasado 1º de julio.
Sin embargo, voces como las de Gilberto Lozano indican que el viejo régimen ya prepara el camino para intentar imponer en Palacio Nacional en 2024 una versión mexicana de Trump o de Bolsonaro. Todos los ciudadanos mexicanos tenemos la responsabilidad histórica de poner nuestro granito de arena para garantizar el éxito de la Cuarta Transformación y así evitar este macabro desenlace.