Por Leonardo Boff*
Escena impactante y conmovedora: a su alrededor sólo las aguas turbias de las inundaciones, casas cubiertas hasta el tejado, y de pronto sobre un tejado despunta un caballo: dos patas a un lado y las otras dos al otro lado de la cumbrera de la casa.
Se quedó ahí, impasible, noche y día, durante 2-3 días, sin poder moverse. Cualquier movimiento podía hacerle resbalar y precipitarse en el mar de aguas fangosas. Habría muerto ahogado.
El caballo representa una metáfora de la resiliencia, de la esperanza esperante de ser salvado por una alma compasiva; metáfora también de la naturaleza que, puesta en peligro de desaparecer, se obstina en permanecer sustentada en sus propias fuerzas. Otra metáfora, y esta, siniestra, del descuido humano que permitió que las aguas se rebelasen y destruyesen todo lo que encontraban a su paso: personas, casas, animales, iglesias, escuelas, universidades, museos. A la furia de las aguas parece no importarle todo lo que los seres humanos con sudor y lucha han construido.
Hay que admitir que nosotros no hemos respetado los derechos de la naturaleza con su valor intrínseco, ni puesto bajo control nuestra voracidad de devastarla para el enriquecimiento de algunos a costa de la miseria de las grandes mayorías y del equilibrio ecológico del planeta. La consecuencia ha sido el cambio climático, el calentamiento irreversible de la Tierra que causan eventos extremos como estas inundaciones de gran parte de las ciudades de Río Grande del Sur. ¿Estas imágenes, provenientes del inconsciente del caballo, de sus ancestros, no estarían pasando por la cabeza de Caramelo?
Las nuevas ciencias del universo, de la Tierra y de la vida (cito solo tal vez al mayor representante actual de ellas, el cosmólogo Brian Swimme de California, al lado de Fitjof Capra, Mark Hathaway, Humberto Maturana de Chile y Amit Goswami de India entre tantos otros), proyectaron el paradigma cosmogénico que es el inmenso y complejo proceso de evolución del universo y la lenta emergencia dentro de él de todos los seres.
Estos científicos sustentan que el espíritu es un atributo del universo y no sólo de los seres humanos. Él sería tan ancestral como la materia. Desde el momento en que dos partículas elementales (¿bosons, topquarks?) se formaron y entraron en relación, establecieron el inicio de eso que llamamos espíritu: la capacidad de interacción, de establecer relaciones de todos con todos y de acumular informaciones. La matriz relacional subyace a todo el universo y a cada uno de los seres que existen en él. Es la presencia del espíritu. Hay grados diferentes de realización del mismo principio, pero el principio es el mismo: la panrelacionalidad universal.
Un grado de espíritu se da, por ejemplo, en la montaña, inconsciente e irreflexivo; otro grado, tal vez el más elevado, en el ser humano, consciente y reflejo. La montaña se relaciona con las energías del universo, con los rayos del sol, con los vientos, las lluvias, los pájaros y con la persona que la contempla, extasiado. Es la presencia de su espíritu. Nosotros nos relacionamos con nosotros mismos, con los otros, con la naturaleza, con el sol, con las estrellas y con todo el universo visible (sólo el 5%, lo restante es invisible) y con el Infinito. Todo este haz de relaciones diferenciadas constituyen la realidad del espíritu que impregna todas las cosas. Es nuestro de forma consciente y auto-reflexiva. En su grado de espíritu Caramelo percibió la tragedia que estaba ocurriendo.
Sabemos también que la realidad se presenta bajo tres formas: como energía, como materia y como información. Me ciño a la información. Cada vez que los seres se relacionan dejan marcas los unos en los otros, intercambian informaciones y las acumulan.
Por tratarse de espíritu, en cada ser, especialmente en los vivos, hay imágenes formadas por interminables relaciones/informaciones, desde los más ancestrales hasta los más recientes. C.G.Jung las llamaría arquetipos. Hay momentos en que los más ancestrales irrumpen como imágenes acumuladas en el inconsciente colectivo de su especie “caballo”
Aplicándolo al caballo Caramelo: en esa larga espera esperante, posiblemente inundaron su mente imágenes ancestrales: la vaga imagen de su aparición hace 56 millones de años, como un pequeño herbívoro del tamaño de un perro. Vivía en los bosques y después en las suaves praderas norteamericanas. Se fue desarrollando hasta convertirse en el caballo de las proporciones actuales. Entonces atravesó, por el polo norte, el puente de tierra de Bering y llegó a Asia. Había cientos de especies de caballos.
A nosotros nos interesa el caballo doméstico como Caramelo. Este surgió hace entre cuatro y cinco mil años, según datos arqueológicos, en Eurasia Occidental, más precisamente en el sur de Rusia, en la intersección de los ríos Volga y Don. Su domesticación empezó probablemente en Kazajistán hace unos 4 mil años.
Entonces comenzó su saga: en su mente emergieron probablemente las imágenes de las distintas formas como fue tratado el caballo doméstico: como caballo fuerte de tracción y uso en la agricultura, caballo más esbelto, de carroza, al servicio de reyes y reinas, caballo de carrera y entretenimiento, caballo para caza, por eso más ágil y atento a cualquier ruido. Pero principalmente fue usado para la guerra, como caballo más resistente y veloz. Luego fue usado como caballo montado por policías a fin de mantener el orden y reprimir manifestaciones indeseadas por los poderes establecidos. Pero la convivencia con los humanos lo volvió un ser afectuoso e incluso terapéutico.
Siempre estuvo al servicio de los seres humanos, con excepción de los caballos salvajes que vivían y viven en grupos en los bosques. Puedo imaginar que tales imágenes arquetípicas emergieron en la mente de Caramelo, en aquellas horas de soledad y de miedo, durmiendo de pie como es costumbre de los caballos. Pero seguramente con cierto orgullo, recordaba que ellos, los caballos, realizaron la primera globalización, pues ellos estaban en todas partes del planeta, tornando las distancias más próximas y accesibles.
Por fin, posiblemente en la mente de Caramelo surgió la figura del ser humano que siempre lo usó y se hizo agresor, hostil a los ritmos de la naturaleza, devastador de los bienes y servicios esenciales para la vida. El resultado de este comportamiento ha ocasionado el cambio climático, ya irreversible, que está en la base de la tragedia que ha victimizado vidas y tantos bienes materiales y culturales. Él mismo está siendo víctima, junto con sus hermanos perros y gatos. Caramelo, heredero de experiencias de su raza, debe haber sentido eso.
Él, en su espíritu, se habría preguntado: ¿será que en los seres humanos se ha extinguido la compasión, la solidaridad y el amor? Cuando vio que se aproximaban barcos para salvarlo, su mente se despejó. Se dio cuenta de que en ellos existía todavía solidaridad y compasión. Por eso se movieron para sacarme sano y salvo de este tejado. Tales figuras surgieron probablemente en su espíritu.
Caramelo fue rescatado con gran dificultad y riesgo. Recibió el agua indispensable y el alimento necesario. Que él nos sirva de lección para que no perdamos la esperanza. Al igual que él fue salvado, nosotros los humanos también podemos salvarnos.
*Leonardo Boff ha escrito “Los animales como portadores de derechos”, en El doloroso parto de la Madre Tierra,Vozes 2021, p.212-217.
Traducción de Mª José Gavito Milano