Bellinghausen: Mafias, capillas y negocios

Por Hermann Bellinghausen
A partir de los años 70 en el campo cultural, llamado por algunos con ingenuidad la república de las letras se consolidan  diversas mafias. Este nombre hereda una broma cínica que se volvió canónica a principios de la década anterior, impulsada por Luis Guillermo Piazza, Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, un esporádico Carlos Fuentes y el líder indiscutido, Fernando Benítez: La Mafia.

Aunque La Mafia se esfuma tras el 68, el nombre será un epíteto, generalmente negativo, para los monopolios culturales posteriores. En el ámbito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cobijada por el soberonismo florece la influencia literaria y cultural de Rubén Bonifaz Nuño, cuyos pupilos ocuparán con el tiempo cargos en la propia UNAM, la Universidad Autónoma Metropolitana y Bellas Artes. Nombres: Carlos Montemayor, Marco Antonio Campos, Vicente Quirarte, Bernardo Ruiz.

El suplemento La Cultura en México, dirigido por Monsiváis, está en el origen de Nexos. Practica una nueva clase de periodismo con ingredientes de parodia, cultura popular, un new journalism abierto a las luchas sindicales y los movimientos sociales. Además, consagra las jóvenes poesía y narrativa de los años 70 y 80, y propone una desenfadada escritura ensayística. Nombres: José Joaquín Blanco, Luis Miguel Aguilar, Rafael Pérez Gay, Sergio González Rodríguez, Antonio Saborit, Roberto Diego Ortega.

La influyente revista Cuadernos Políticos, animada por Neus Espresate, abre un ángulo radical, antiestatólatra, divergente de la izquierda en las publicaciones dominantes. Sirve de contrapeso.

Durante los años 80 y los 90, las mafias mayores y más transversales siguen siendo Vuelta Nexos, verdaderos think tanks del Estado y la iniciativa privada. Un hito en la administración, promoción y financiamiento de la cultura lo marca la llegada a la presidencia de Carlos Salinas de Gortari. En una maniobra que recuerda la reconciliación urgente de Luis Echeverría con los intelectuales y creadores, una semana después de tomar el poder en diciembre de 1988, Salinas establece el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y un año después el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

La inesperada convocatoria del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en la campaña electoral de 1988, con el respaldo de las dispersas fuerzas de izquierda y numerosas comunidades culturales y artísticas, consigue la primera gran derrota electoral del PRI, misma que no será reconocida gracias al primer fraude electrónico de la historia (luego imitado por George Bush hijo, al cambio de siglo). La operación cicatriz resulta urgente. Para los pobres, el programa Solidaridad. Para intelectuales, académicos y creadores, un irresistible esquema de becas, estímulos y proyectos.

Conaculta, uncido a la Secretaría de Educación Pública, concentra los institutos nacionales de Bellas Artes y de Antropología e Historia, los museos nacionales, las importantes escuelas de danza, teatro, música y cine dependientes de la Secretaría de Educación Pública. Lo preside el diplomático y fotógrafo Víctor Flores Olea (1988-1992), miembro, como Carlos Fuentes, de la generación del medio siglo. Su relevo, Rafael Tovar y de Teresa, será el zar de la cultura hasta 2000, con Ernesto Zedillo, y luego de 2012 a su fallecimiento, en 2016, con Enrique Peña Nieto. Un profesional.

Estamos ante un escenario nuevo. La cultura importa de manera más moderna y cosmopolita. A las comunidades del ramo hay que administrarlas, estimularlas, tenerlas contentas. El regente de la capital, Manuel Camacho Solís, ofrece a los teatreros independientes todos los recintos y escenarios propiedad del gobierno.

La cercanía del régimen con Nexos potencia su impacto. De origen, la publicación era el foro de las izquierdas ilustradas (comunistas, nacionalistas revolucionarios, trotskistas) y la crítica nueva del eurocomunismo. Contaba con indiscutibles líderes de la academia y la cultura: Pablo González Casanova, Guillermo Bonfil, Alejandra Moreno Toscano, Rodolfo Stavenhagen, Arturo Warman y Ruy Pérez Tamayo, entre otros. Sus primeros editores fueron Julio Frenk, Adolfo Castañón y Héctor Aguilar Camín, todo ellos con gran porvenir en la élite cultural y académica. Los dos primeros se fueron pronto, Aguilar Camín pasó a subdirector y en 1983, director de la revista.

Esa izquierda, muy variada, será tildada de paraestatal por Vuelta y por otras voces de la izquierda. Jaime Avilés los apoda Anexos. La revista de Octavio Paz mantiene una relativa distancia con el régimen salinista. Su equipo incluye figuras no ligadas al poder político: Alejandro Rossi, José de la Colina, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Gabriel Zaid, Tomás Segovia, Kazuya Sakai. Pronto se verá el ascenso del historiador Enrique Krauze, condiscípulo de Aguilar Camín en El Colegio de México.

La televisión privada será para ambas revistas un nuevo espacio, compartido a pesar de sus rivalidades a lo largo de 15 años. Hacia 1994, las diferencias de fondo se desvanecen, sus coincidencias se multiplican: abjuran del neocardenismo, condenan el neozapatismo, descalifican el ascenso de los pueblos originarios, por fin comparten el rechazo al comunismo y se adentran en el revisionismo de la historia nacional. Vuelta, cada vez más porfirista. Nexos, callista al gusto de Salinas de Gortari, incluye a funcionarios, asesores profesionales, panistas, como Carlos Castillo Pereza y empresarios reaccionarios, como Lorenzo Servitje, para indignación de Bonfil y burlas de Monsi.

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