Boff: El necesario diálogo inter-religioso

Por Leonardo Boff*

El diálogo interreligioso es una de las demandas más urgentes en esta fase planetaria de la humanidad. El fundamentalismo y el terrorismo actuales se enraízan profundamente en convicciones religiosas más que en ideologías. Sólo motivaciones que se fundan en un sentido radical que trasciende los sentidos históricos inmediatos sustentan el valor de las personas, dispuestas a sacrificarse y a hacerse personas-bomba para destruir a otros, considerados como enemigos. Ese sentido normalmente lo producen las religiones.

Trasfondo religioso de los conflictos actuales

Detrás de los principales conflictos del final del siglo XX y de principios del siglo XXI hay un trasfondo religioso, así en Irlanda, en Kosovo, en Kachemira en el pasado, y actualmente en Siria, en Afganistán, en el Congo y hoy dia de forma violenta entre Ucrania y Rusia, el ataque terrorista de Hamas de Gaza el 7 de octubre de 2023 y la represalia desproporcionada por parte del Estado de Israel, dirigido por un primer ministro de extrema derecha, contra los palestinos de la Franja de Gaza.

No sin razón escribió Samuel P. Huntington, uno de los observadores más atentos del proceso de globalización en su discutido libro El choque de civilizaciones (Planeta 2005): «en el mundo, la religión es una fuerza central, tal vez la fuerza central que motiva y moviliza a las personas… Lo que en última instancia cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico. Aquello con lo que las personas se identifican son las convicciones religiosas, la familia y los credos. Por estas cosas combaten y hasta están dispuestas a dar su vida».

Efectivamente, no obstante el proceso de secularización y el eclipse de lo sagrado con la introducción de la razón crítica a partir del Iluminismo del siglo XVIII, la religión há sobrevido a todos los ataques. Y por el contrario, las últimas décadas están presenciando una vuelta poderosa del factor religioso y místico en todas las sociedades mundiales, vuelta propiciada principalmente por los hijos e hijas de los maestros de la sospecha y de la crítica devastadora de la religión, como Marx, Freud, Nietzsche, Popper y otros.

La religión es la cosmovisión común de la mayoría de la humanidad. En ella encuentra orientación para la vida y de ella deriva actitudes éticas. Lo formuló bien Ernst Bloch, el filósofo marxista que rescató el sentido profundo del factor religioso y sentenció: “donde hay religión, ahí hay esperanza”. Y donde hay esperanza surgen incontables razones para luchar, para soñar, para proyectar utopías salvacionistas y dar sentido a la vida y a la historia.

Pluralismo religioso de hecho y de derecho

Entonces hay que partir del hecho incisivo de la religión, o mejor, del pluralismo religioso. Hay tantas religiones cuantas culturas hay en el mundo. Cuando una cultura produce su religión es señal de que ha llegado a su madurez. Ella ayuda a conferir identidad y cohesión cultural.

Todas las religiones trabajan con un sentido último y con valores que orientan la vida. Por eso poseen un alto valor humanizador y civilizatorio. Pero es importante no desconocer que ellas corren el riesgo permanente del fundamentalismo, de imaginarse absolutas y las mejores. Esta actitud está a un paso de la guerra religiosa, cosa que ha ocurrido con frecuencia en la historia. Las religiones necesitan, entonces, reconocerse mutuamente, entrar en diálogo y buscar convergencias mínimas que les permitan convivir pacíficamente. De aquí la importancia del diálogo entre todas.

Ante todo, es importante reconocer el pluralismo religioso, como de hecho y como de derecho. El hecho es innegable, basta constatarlo. La cuestión es su legitimación de derecho. En este punto hay divergencias profundas, especialmente en la Iglesia jerárquica católica, en otras iglesias cristianas, en ciertas tendencias del islam y de otras religiones. Aquí algunas iglesias cristianas muestran su fundamentalismo explícito, pues se juzgan las portadoras exclusivas de la revelación divina y las únicas herederas de la gesta salvadora de Dios en la historia por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Pero la pluralidad no se puede negar. Por eso hay que defender el derecho a este pluralismo de hecho. Primero por una razón interna a la propia religión. Ninguna religión puede pretender encuadrar a Dios, el Misterio, la Fuente originaria de todo ser o cualquier nombre que se le quiera dar a la Suprema Realidad, en las redes de su discurso y de sus ritos. Si así fuera, Dios sería un pedazo del mundo, en realidad un ídolo. Perdería totalmente su trascendencia a cualquier objetivación humana. Él está siempre más allá de como podamos representarlo. Así pues, hay espacio para otras expresiones y otras formas de celebrarlo que no sean exclusivamente a través de esta iglesia o de esta religión concreta. Como decía un pensador franciscano del siglo XIII Duns Scoto: «Si Dios existe como las cosas existen, entonces Dios no existe». Él no está en el orden de las cosas sino del fundamento de su existencia y de la permanencia en esa existencia.

Así por ejemplo, las religiones de matriz africana presentes en Brasil, no son cartesianas y occidentales. Tienen otra forma propia de sentir, de interpretar y de vivir lo Sagrado. Son religiones profundamente ecológicas, ligadas a las energías de la naturaleza y del cosmos. El mismo AXÉ es una energía cósmica, presente en todos los seres y más fuertemente en personas carismáticas como los pais y mães de santo. Su modo de cultivar lo Sagrado debe ser acogido como una de las formas legítimas de caminar hacia Dios (Olorum) y de ser visitados por las divinidades.

El equívoco de la pretensión de exclusividad

En verdad no es el pluralismo religioso lo que debe ser cuestionado sino la pretensión de una de las religiones de considerarse la única verdadera. No vale el sofisma: si hay un solo Dios, debe haber una sola religión. Ahora bien, la naturaleza de Dios y la naturaleza de la religión son profundamente distintas. La naturaleza de Dios es el Misterio, lo Inefable, lo Infinito. La naturaleza de la religión es lo limitado, lo histórico, lo finito, aquello que fue creado por la cultura humana. Dios nunca podrá ser identificado con alguna doctrina. Él está dentro y también fuera y más allá, pues esta es su naturaleza. Además, si aceptamos que Dios es diversidad de divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo en permanente relación de amor y de diálogo, esto proporciona mayor fundamento para justificar la diversidad religiosa.

Por eso es importante reconocer el hecho de las muchas religiones e iglesias, para que cada una de ellas pueda decir algo de lo Inefable y revele dimensiones que otra no puede expresar. Todas juntas sinfónicamente señalan a la Realidad Sagrada y todas se callan, reverentes, delante de Ella porque Ella las desborda por todos los lados y formas.

Esta última reflexión nos obliga a introducir una distinción de fundamental importancia para que el diálogo interreligioso sea posible y adquiera alguna eficacia: la distinción entre espiritualidad y religión.

Distinción entre religión y espiritualidad

Por espiritualidad entendemos el encuentro con el Misterio del mundo, con el Inefable, con el Tao, con Olorum, con lo Numinoso con aquello que se acordó llamar Dios (aunque haya tradiciones que no se sientan bien, como el budismo, que es antes una sabiduría que una religión). Ese encuentro no es inventado ni impuesto. Simplemente sucede como una experiencia originaria. El ser humano es un ser de apertura al otro, al mundo y al Infinito. Él es simplemente un sistema abierto y dialogante. Él plantea preguntas radicales sobre su origen y su destino, sobre el sentido del universo, sobre el significado de su vida, de su sufrimiento y de su muerte. Él es un grito lanzado al infinito. Experimentar esta realidad constituye aquello que llamamos espíritu. Es un modo de ser, de relacionarse, de sentirse dentro de un Todo mayor. Científicos contemporáneos la llaman “espiritualidad natural” por pertenecer a la naturaleza humana (Cf. Steven Rockefeller, Spiritual Democracy and Our Schools, N,York 2022).

Esta espiritualidad natural no es monopolio de las religiones o de algún camino espiritual. Es anterior a todo. Posee el mismo derecho de ciudadanía antropológica que la libido, la voluntad, la inteligencia y la sensibilidad. Así como existe la inteligencia intelectual y la inteligencia emocional, existe también la inteligencia espiritual mediante la cual captamos, más allá de los hechos y de las emociones, los contextos globales de nuestra vida, totalidades significativas, valores y nuestra inserción en un Todo mayor.

Es propio de la espiritualidad captar visiones globales y orientarse por un sentido trascendental. Neurólogos y neurolingüistas detectaron una base empírica de esta inteligencia en la biología de las neuronas. Algunos neurocientíficos y el psiquiatra I.Marshall con su esposa, física cuántica, Danah Zohar entre otros (Cf.D. Zohar, QS,Inteligencia espiritual, Paza&Janes, Barcelona 2001) llegan a hablar del “punto Dios” en el cerebro. En una perspectiva evolutiva quiere decir que el universo evolucionó hasta el punto de producir un ser de inteligencia que dispone de una capacidad de percibir, a partir de cierta aceleración de las neuronas, el Misterio de este universo, Misterio que penetra y resplandece en todo. Ese “punto Dios” representa una ventaja evolutiva de la especie homo, presente en todos sus representantes. Lógicamente, Dios no está solo presente en un punto del cerebro, sino en todo el ser humano y cada una de sus dimensiones. Pero es a partir de un punto de las neuronas desde el que se deja percibir fenomenológicamente.

Esta experiencia espiritual está en la base de todas las religiones y caminos espirituales. La forma como esta experiencia se expresó históricamente varía de acuerdo a las culturas en India, en China, en el Tibet, en Japón, entre los Mayas, Aztecas, Tupí-Guaraní, Yanomami entre otros. Las religiones son los constructos culturales, los más diversos intentos de expresar en una doctrina, en una celebración, en un texto sagrado, en un código ético, esta espiritualidad originaria.

Las religiones son diferentes y muchas, pero la espiritualidad originaria es la misma. Ella permite el entendimiento y el diálogo entre las religiones, porque todas beben de la misma fuente de aguas cristalinas: la espiritualidad natural. Las religiones son canalizaciones de esta fuente originaria.

Importancia de las religiones para la paz mundial

Si tal es la importancia de las religiones en la configuración de la humanidad concreta, entonces son decisivas para la convivencia y la paz mundial. Por eso entendemos la relevancia que el Papa Francisco les da en las dos encíclicas ecológicas Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) y en la Fratelli tutti (2020) en el sentido de salvaguardar la vida y el futuro de la Madre Tierra. Es muy conocida y siempre citada la tesis fundamental del teólogo alemán Hans Küng, recientemente fallecido, el mejor estudioso de las religiones en fase planetaria, con el cual concordamos:

«No habrá paz entre las naciones si no existe paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones, si no existe diálogo entre las religiones» (Religiões do mundo, São Paulo 2018, 280; L. Boff, Ethos mundial., Rio de Janeiro 2003, 137).

El diálogo entre las religiones sigue un camino singular. No puede empezar por la discusión de las doctrinas que pronto generan debates interminables y divisiones, sino por la toma de conciencia de la espiritualidad que une a todas. Y esto se hace mediante la oración o meditación. El diálogo empieza cuando todos comienzan a rezar juntos o a meditar. Rezar y meditar es sumergirse en la espiritualidad. Ahí las personas empiezan a reconocerse, a descubrir la bondad de uno y otro, la piedad, la reverencia y la búsqueda sincera del Misterio de todas las cosas, de “Dios”.

Las doctrinas quedan relativizadas en nombre de la vida concreta, inspirada por la respectiva religión. Lógicamente, todo lo que es sano, puede enfermar. Todas las religiones pueden incorporar desvíos, endurecimientos, actitudes fundamentalistas de grupos. Aquí hay un vasto campo de crítica recíproca y de procesos de purificación. Así como la enfermedad remite a la salud, de forma semejante la experiencia espiritual devolverá salud a las religiones. De este diálogo orante nacen los puntos de convergencia que fundan la paz posible entre las religiones, uno de los factores de la paz mundial.

Pero hay iglesias, especialmente entre nosotros, las neopentecostales, que siguen la lógica del mercado y hacen de la religión un gran negocio, no raramente explotando a los pobres con la teología de la prosperidad y últimamente con la teología del dominio. Por buscar beneficios económicos, fácilmente se alían a partidos políticos de vertiente más conservadora. De esta forma desnaturalizan la religión y la iglesia, pues estas no han sido hechas para el mercado sino para atender las demandas espirituales de las personas.

Puntos de convergencia en el diálogo interreligioso

El diálogo continuado permitió establecer puntos comunes entre las religiones, enumerados ya en 1970 en la Conferencia Mundial de las Religiones en favor de la Paz en Kyoto. Esos puntos convergentes fueron así formulados y reforzados años después en el gran encuentro de Chicago.

1. Hay una unidad fundamental de la familia humana en igualdad y dignidad de todos sus miembros.

2. Cada ser humano es sagrado e intocable, especialmente en su conciencia.

3. Toda comunidad humana representa un valor.

4. El poder no puede ser igualado al derecho. El poder jamás se basta a sí mismo, jamás es absoluto y debe ser limitado por el derecho y por el control de la comunidad.

5. La fe, el amor, la compasión, el altruismo, la fuerza del espíritu y la veracidad interior son, en última instancia, muy superiores al odio, la enemistad y el egoísmo.

6. Se debe estar, por obligación, del lado de los pobres y oprimidos y contra sus opresores.

7. Alimentamos la profunda esperanza de que al final triunfará la buena voluntad.

Como se deduce, este diálogo no se agota en sí mismo. Se ordena a algo mayor: la paz entre los pueblos, la paz con la Tierra, la paz con los ecosistemas, la paz del ser humano consigo mismo y la paz con la Fuente originaria de donde vino y adonde va. Esa paz es, como bien lo definió la Carta de la Tierra, «la plenitud creada por relaciones correctas consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte».

El diálogo abierto entre las religiones significa, por tanto, la convivencia pacífica y alegre entre los más distintos caminos espirituales que ven, en su diversidad, una riqueza del único y mismo Misterio fontal del cual venimos y hacia el cual nos dirigimos. Su contribución es fundamental para la paz entre los diversos pueblos que habitamos la misma Casa Común.

*Leonardo Boff, 1938, teólogo, filósofo y autor de cerca de cien libros en las áreas de teología, filosofía, ética, espiritualidad y ecología.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

About Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *