Por Luis Hernández Navarro |
Son las 12 del día. Decenas de jóvenes, ataviados con uniformes escolares, leen al unísono en voz alta el “El sueño de Pancho Villa”, de John Reed, en el Teatro Isauro Martínez, de Torreón. Los acompañan, a través de Internet, alumnos de muchas escuelas en Chihuahua, Coahuila, Durango y Michocán.
La lectura colectiva del texto, parte del capítulo 8 de México insurgente, dentro del hermoso edificio de estilos neogótico, bizantino y morisco, es como la puesta en escena de una poesía coral. Aunque no sea su propósito, es un homenaje a los 100 años de la publicación de este libro en inglés.
Ironías de la historia, como si no hubiera pasado un siglo de su escritura, las palabras del Centauro del Norte estremecen: “Cuando se establezca la nueva República, no habrá más ejército en México. Los ejércitos son los más grandes apoyos a la tiranía. No puede haber dictador sin ejército. Pondremos a trabajar al ejército […]. En los otros días recibirán instrucción militar, la que a su vez, impartirán a todo el pueblo para enseñarlo a pelear”.
El recital fue parte de la ceremonia en que la Fundación John Reed y el Proyecto Cultural Revueltas entregaron la Presea a la Trayectoria Periodística que lleva por nombre el del autor de Diez días que conmovieron al mundo a la dramaturga Sabina Berman y al autor de estas líneas.
No obstante ser uno de los más grandes cronistas del siglo XX, al Mister (como lo llamaban sus amigos de la División del Norte), en su natal Portland, Oregon, sólo hay en su honor una banca en un parque con una placa en la que se indica que nació allí y que escribió Ten days that shook the world.
En contraste, sus restos descansan en la Plaza Roja de Moscú, al pie de las murallas del Kremlin. Sobre su nicho hay una piedra de granito en la que reza: “John Reed. Delegado de la Tercera Internacional. 1920”. Y en tierras villistas se creó una Fundación y una presea que lleva su nombre, manteniendo viva su memoria y obra.
Como recuerda Alfredo Varela, su prologuista a la edición argentina de México insurgente, la obra fue casi desconocida para el público hispano durante décadas. Se imprimió en nuestro país hasta 1954, 40 años después de su aparición en inglés. Circuló, sin apoyo oficial, poco después de que Martín Luis Guzmán escribió Memorias de Pancho Villa. Sin embargo, se impuso como clásico entre lectores de todas las edades, y en materia prima para la extraordinaria película de Paul Leduc, Reed, México insurgente (1970).
En el centro de esta iniciativa de recuperación de la obra de Johnny el Rojo se encuentra el Proyecto Cultural Revueltas, conducido por el profesor José Gerardo Alvarado. La institución promueve la lectura y la cultura, recuperando textos de valor histórico que fortalecen la identidad nacional, y que son interpretados en voz alta por grupos escolares. Tiene su sede en Villa Juárez, Lerdo, en la antigua hacienda La Floresta, en la que Rodolfo Fierro pasó por las armas a decenas de federales, el 29 de septiembre de 1913. Sus oficinas están llenas de placas conmemorativas, fotos de la familia Revueltas y del profesor José Santos Valdés.
Sin ser producto directo de las luchas sociales en La Laguna, el proyecto y la fundación expresan un ciclo de movilización popular en la comarca, que arranca en los 70 y se expresa en huelgas como las de los trabajadores de limpia de Torreón, la formación de colonias proletarias autogestionadas, una vigorosa insurgencia magisterial y la participación del Movimiento de Acción Revolucionaria. Entre otras obras, tres trabajos dan cuenta de una parte de ese proceso: The nazas-Aguanaval Group: Radical Priests, Catholic Networks, and Maoist Politics in Northern México, de Jorge Iván Puma; Ejido colectivo Batopilas: su historia, de Juan Riera, y Recuerdos de vida y esperanza. Una experiencia en el Movimiento de Acción Revolucionaria, de Alberto Guillermo López Limón.
El entramado social alrededor del proyecto tiene la ascendencia del gran pedagogo José Santos Valdés y sus alumnos. Esto se pudo ver claro en la conferencia organizada el 19 de marzo, un día antes de la entrega de la presea en la Plazuela Juárez en Lerdo. Llegaron allí antiguos estudiantes suyos y grandes conocedores de su vida y obra, como el doctor Hallier Morales y el profesor Ruperto Ortiz, que recordaron anécdotas de su maestro. Asistieron su hija y varios descendientes. Se declamaron poesías suyas y cantó el último cardenchero Lupe Salazar. Ignacio Cárdenas, compositor entre otras piezas de Los mártires de Madera (https://rb.gy/n0jz5k), tocó el corrido Hermano agrarista.
Según el profe Alvarado, la lucha magisterial lagunera arranca en 1973, cuando una coalición de profesores locales e institucionales, tumban al grupo Directorio, en el congreso de la sección 35. En 1974 comienza a funcionar la Escuela Normal Superior de La Laguna, bajo la conducción de una asociación civil, fuertemente influida por la corriente Línea de Masas.
Allí estudian muchos egresados de las normales rurales. Muy pronto se vuelve una trinchera para el conjunto de las luchas populares. Aún son recordados con gran cariño los maestros Rubelio Fernández y Ramón Couoh.
En 1975 se resquebraja la unidad del SNTE lagunero, al tiempo que los docentes de izquierda se reorganizan y forman, con influencia de los electricistas de Rafael Galván, la Tendencia Democrática. Surge el Consejo de Agropecuarias, clave en la fundación en 1979 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
A un tiempo fiesta de la lectura, homenaje a la memoria y obra del “amigazo Juanito” a 100 años de la publicación de México insurgente y ceremonia villista, las jornadas laguneras alrededor de la entrega de la Presea John Reed fueron todo un acontecimiento cultural en la región.
Gracias a los organizadores.
Twitter: @lhan55