Por Ernesto Camou Healy
Ayer, 8 de marzo, se celebró el Día de la Mujer, una fecha consagrada a recordar las luchas por los derechos femeninos y por la igualdad entre hombres y mujeres. Es un día que debe ser un recuerdo constante de la urgencia de cambiar los usos y costumbres instaurados por milenios, que han colocado a la parte femenina de la sociedad en una posición desigual y subordinada y que insiste en no ver, menos aceptar, la magnitud de sus logros y contribuciones a la historia y la vida toda.
Se dice que no es una fecha para festejar, sino para reclamar por tanto que falta para conseguir esa igualdad urgente en lo económico, en lo laboral y lo social para que la mitad femenina de la humanidad logre una vida equitativa, satisfactoria y apacible en compañía de quienes quiere.
Fue en 1972 que las Naciones Unidas proclamaron el Año Internacional de la Mujer e instauraron, a partir de 1975, el Día Internacional de la Mujer, no como celebración, sino como exigencia, pues en ese entonces, en varios informes, subrayaron la enorme desigualdad a nivel global entre ellas y ellos: “En todo el mundo las mujeres están por debajo de los varones en los indicadores de desarrollo: Conforman casi dos tercios de los analfabetos del mundo, ellas tienen 11% más probabilidad de no tener comida, las mujeres ganan menos dinero que los varones por el mismo trabajo, en 39 naciones los hijos varones tienen derechos de herencia mientras que las hijas mujeres no; sólo el 2% de la tierra del planeta pertenece a mujeres pero ellas son las responsables de recolectar el agua en el 80% de las casas que no cuentan con ese servicio. Muchas mujeres aún no pueden elegir esposo, en muchos países todavía existen leyes que las obligan a obedecer a su cónyuge: En líneas generales, el hecho de nacer mujer supone un grave peligro en cualquier lugar del mundo debido a la persistente violencia machista”.
Esa situación pintaba la organización de las Naciones Unidas hace 50 años. Sin duda ha habido avances, pero la urgencia persiste. Una lucha ya añeja es por el voto femenino y los derechos de las mujeres en la vida política. En el siglo XIX se inició la controversia por el sufragio femenino, y fue hasta 1869, que en el Estado de norteamericano de Wyoming se permitió el voto “igual” siempre y cuando esas “personas no fueran de piel oscura…”. En Nueva Zelanda se logró por primera vez el voto a las mujeres en 1893, pero no podían ser electas, esto se logró hasta 1919. En Finlandia se permitió en 1907, en Rusia hasta después de la revolución de febrero, en 1917, mientras que en los Estados Unidos se logró en 1920. En Inglaterra fue en 1928 que se aprobó el voto femenino. Y en Suiza fue hasta 1971.
En España la República reconoció el voto de las mujeres en 1931. Pero tras el golpe de Estado de Francisco Franco se anuló esa posibilidad. Fue hasta 1976 que votaron libremente las mujeres españolas. En Francia e Italia sólo se logró hasta 1945. En nuestro País fue el presidente Adolfo Ruiz Cortines que aprobó el voto de las mujeres en 1953.
Hace un tiempo fui representante de un partido opositor en las elecciones, en un poblado del Valle de Toluca. Ahí se presentó un señor mayor para solicitar papeletas y votar. Traía su credencial y además, la de su esposa y dos de sus hijas. Pretendía emitir cuatro votos y cuando en la mesa le negaron la posibilidad y le insistieron en que cada una de ellas debería asistir personalmente, él respondió con candidez que no hacía falta, pues de todas maneras iban a sufragar por quien él les dijera.
Esa es la cultura, todavía de subordinación, que tenemos que ir transformando.