¿Perdónalos?

Por Lilia Cisneros Luján

En la plenitud de un siglo XXI, con 14 muertos en Minatitlán [era una fiesta a donde llegó de invitada una persona que alguien quería eliminar], un número aun no determinado de suicidas —lo mismo ex gobernantes perseguidos que familiares de jóvenes fallecidos en homicidios masivos en escuelas o centros de diversión— miles de bosques y selvas destruidas por el fuego, chispas accidentales que lo mismo convierten en cenizas casas que construcciones milenarias y llenas de arte, la pregunta es: ¿Debemos de apelar al perdón?

El evangelio de Lucas -23:34- nos explica que en el marco de las 7 frases pronunciadas por Jesucristo en las últimas horas de su vida terrenal, la petición de perdón al Padre la justificó “porque no saben lo que hacen”. En México, la alusión de perdón se ha multiplicado en los últimos tiempos, dejando de ser un referente espiritual o religioso para convertirse en prédica cuasi-política que parece intentar justificar el porqué no se cumple la promesa de castigar a los corruptos, los homicidas, los secuestradores,  los violadores, en suma los criminales. Los que hoy claman por perdón para los muy malos ¿imaginan que pueden por ello ser similares al Mesías? ¿Se sienten casi crucificados por “enemigos” convertidos en muchedumbre –en las redes– dispuestas a burlarse, blasfemar y retar? ¿Apelar al perdón opera el milagro de transmutarse de político autoritario en persona misericordiosa y amorosa?

A lo largo de la historia la humanidad reincide en la vanidad de sentirse como si fuera dios. La mayoría de los rituales de muy diversas culturas dejan testimonio de los esfuerzos de ser, incluso más poderosos y sabios que Dios mismo. Como si supieran lo que hacían, un grupo decidió levantar una torre tan alta a donde la justicia divina no  los alcanzara si acaso se le ocurría arrepentirse y destruirlos por agua ¿Será eso lo que inspira a los desarrolladores de hoy día, dispuestos a violentar toda suerte de leyes –las que limitan las alturas de edificios a 3 o 4 pisos– despreciando los atlas de riesgos y el futuro de quienes de ciudadanos tranquilos se convierten en víctimas de constructores sin escrúpulos?

En el presente no tenemos soldados que apuesten por nuestra vestimenta, pero si existen “profesionales” –abogados, emprendedores, financieros etc.– capaces de agredir mujeres de la tercera edad para despojarlas de sus propiedades, engañando, incluso los mismo familiares se convierten en activos cómplices de dichos defraudadores, comprando burócratas del poder judicial, mercenarios de los medios y cuanto malandrín que esté dispuesto a robar, escupir, dar palizas y hasta enterrar coronas de espinas a cualquiera que mueva su fibra negativa de envidia. ¿Le ha tocado ver como herederos carentes de compasión dejan en la calle a la madre, la abuela o el hermano que siempre les proveyó? ¿Será que de verdad les abruma la ignorancia de lo que hacen?

Más allá de las imperfectas representaciones –de Iztapalapa a Filipinas, pasando por Taxco- que pretenden hacer consciencia de que Dios en su infinito amor, envió a su hijo a participar de la condición humana –dolor, tristeza, tentación de incurrir en lo perjudicial- hay infinidad de precedentes que con solo leer y si es mejor estudiar nos enseñan lo importante de preservar la doctrina[1]. Además de divertirse en estos días de asueto –curioso que a eso se reduzca la llamada semana santa- o quedarse viendo películas que ya no le dicen mucho ¿Dio Gracias a Dios por todo? ¿Valoró las profecías como ciertas? ¿Examinó en consciencia lo que pasa y le rodea absteniéndose de lo maligno –difamar, espantar, mentir, despreciar y discriminar al otro-  y procuró guardarse fiel y en el ámbito del bien?

Ese al que los cristianos recordamos como quien nos regaló la posibilidad de no permanecer muertos eternamente; con su verbo y sus actos, además de llamarnos, nos mandó a ser luz de las naciones para llevar a lo más lejano esa posibilidad de salvación gratuita ¿Saben lo que hacen los responsables de múltiples atentados coordinados justo en el domingo de resurrección en Sri Lanka? ¿Será gastando los recursos públicos en la impresión de una constitución moral, con lo cual los autoritarios puedan inscribirse en la lista en los posibles perdonados porque no saben lo que hacen? ¿Cuántos de los miles de millones  de humanos del siglo XXI, pueden gozar del perdón solo por la ignorancia de la perversidad que practican?

La gran diferencia entre el ruego de aquel que aceptó morir para pagar nuestras deudas y los que hoy se ufanan hablando de perdón, amor y paz, es el plano desde donde expresan sus ideas. El Cristo cuya resurrección se recordó ayer, no habló desde un nivel de superioridad, pues aun habiéndose declarado y habiéndolo reconocido como el hijo de Dios, El se ciñó en todo momento al imperio de la ley y se condujo durante todo su ejercicio humano en el marco de la fe, la esperanza y claro la justicia asumida por quienes saben que siempre habrá burladores, que andan según sus propias propensiones a la ambición, a la equivocación de interpretar la paciencia como tardanza y el atrevimiento de pretender que la gloria puede ser monopolio de algún ser humano por más poderoso que este se sienta. Al igual que en diversas citas bíblicas, en el Apocalipsis se declara bienaventurados a aquellos capaces de guardar la Palabra, como aquella que pronunció Jesús separando lo religioso de lo político “a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, principio inefable del respeto al credo de cada quien y lo laico del manejo estatal. ¿Habrá perdón para quienes con cinismo puro se pasan estas palabras por ya saben donde? ¿Cuál será la postura de quienes tuvieron el privilegio de estudiar con más profundidad lo que es la norma, la Ley, la historia y los aportes de personas privilegiadas en la inspiración e interpretación de lo que realmente significa justicia? ¿Nos quedaremos impávidos ante el atrevimiento de llamar –verbal y por escrito- a burlar el sistema jurídico? ¿Hay algún margen de perdón para estos personajes?


[1] En el caso de la cristiandad, tenemos, la carta de Juan, la primera de Pablo a los tesalonicenses, la que este mismo personaje escribió a los romanos, la dirigida a los gálatas, o la de Tito

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