Por Francisco Ortiz Pinchetti
Hacer añoranzas de tiempos pasados es parte de la liturgia navideña. Nada es igual que hace algunos o muchos años. El sabor decembrino de las calles del centro histórico de nuestra capia, por ejemplo, se perdió definitivamente. Desaparecieron las grandes tiendas departamentales, en las que mi madre me compraba ropa para todo el año.
Y también las vendedoras de castañas asadas, con sus anafres de carbón y su pregón inolvidable.
La iluminación se limita ahora al zócalo y su entorno, los edificios icónicos como el Palacio Nacional el Ayuntamiento, la Catedral. El caudal de luces multicolores (verdes, rojas, blancas, azules, amarillas) no se desborda, como en tiempos de Uruchurtu, a las calles aledañas como Cinco de Mayo. Madero, 16 de Septiembre, Bolívar, Isabel la Católica. Tampoco se iluminan ya la Alameda Central, la avenida Juárez, el Paseo de la Reforma o la avenida de los Insurgentes.
Prevalece la instalación más o menos reciente de un gran árbol navideño, el de la Coca Cola, en la entrada al bosque de Chapultepec, junto a la Estela de Luz; pero no existe más el emblemático Árbol de Liverpool, en la esquina da Félix Cuevas e Insurgentes Sur, que durante más de treinta años fue distintivo de una gran pate de la capital.
También se acabó el Santa Clós de Sears, en la esquina de Insurgentes Sur y San Luis Potosí, en la colonia Roma Norte…”
También se ha perdido, salvo excepciones, la celebración de las tradicionales Posadas, en templos, plazas públicas, casas, pafios de vecindades y hasta en las calles. Me refiero no a los bailes, sino a la celebración completa, que incluía la posesión con las figuras de María y José, los cantos para pedir posada y para animar la ruptura de las piñatas, las luces de Bengala, y en ocasiones los villancicos navideños.
Aunque no sólo se ha conservado, sino me parece que se ha incrementado la colocación de arbolitos navideños en las casas, con sus esferas y otros ador os y sus series de luces multicolores, la tradición de instalar el nacimiento se ha ido perdiendo. En muy pocos hogares se mantiene esta costumbre hermosa, lo que en mi caso particular representa una pérdida grave que se inscribe en mis añoranzas más entrañables.
Algo parecido ocurrió con las tarjetas de Navidad, ¿se acuerdan? Prácticamente desapareció ya la costumbre de enviar estos impresos con figuras alusivas y un mensaje de amor a nuestros familiares y amigos a través del correo. A mi hermana Margarita le encantaba llenar con tarjetas navideñas toda la pared, en torno de la chimenea. Se acabó.
También se acabó el Santa Clós de Sears, en la esquina de Insurgentes Sur y San Luis Potosí, en la colonia Roma Norte. En un escaparate frente al cual se congregaba una pequeña muchedumbre, la figura mecánica del Papa Noé no paraba de reír durante todo el día mientras levantaba y bajaba ambos brazos, para disfrute de los chiquitines… y también de sus papás.
Y qué decir del episodio central, con la llegada misteriosa de Santa Clós con su costal repleto de juguetes. En algunas familias eso ocurría el día 24 por la noche, antes de la cena tradicional. En otras ocurría en cambio durante la madrugada, de modo que al amanecer los juguetes deseados aparecían al pie del arbolito navideño oloroso a pino.
Pura nostalgia.
Sea o no una costumbre sobreviviente, les deseo a todos ustedes una muy pero muy alegre navidad, en familia, esta Nochebuena. Válgame.