Por Guadalupe Ángeles
A Don Herpes Zoster
I
“no sabemos qué forma tomaban estos rituales. Sin embargo, sabemos que quienes participaban en los misterios cambiaban para bien y para siempre, y además ya no temían a la muerte” …un día desperté y solo pude ver con un ojo. A la orilla de mi cara parecía que aparecería otra cara, enrojecida… ” Los participantes se liberaban del miedo a la muerte al reconocer que eran almas inmortales que se encontraban temporalmente en cuerpos mortales…” si yo pasara a la muerte, ¿qué sería de mi nueva cara?
Sí, mi alma es inmortal, Perséfone sabría que cometí el error. ¿transformarme en monstruo era mi castigo? Ser de dos cabezas y ¿cuántos ojos? No hay muerte, debí haberlo entendido, lo entendí; pero no guardé el secreto… ¿es que vendrá un Dios a iluminarme? ¿Cuántos ojos tendré entonces? ¿tres, solo dos, uno en cada cara? ¿No correrán espantados al verme quienes se crucen conmigo en los caminos? ¿Habitaré el Hades para siempre… no me será dado salir del lugar oscuro antes del hermoso jardín donde será mi próxima vida… será ese mi castigo? ¿seré árbol frondoso, insecto fácilmente asesinable? Siempre soñé ser un ave para conocer su lenguaje… quise ser parte de las parvadas que de tanto en tanto oscurecían el cielo porque nunca pude estar tan cerca de nadie para que una danza así fuera posible… sé que esa necesidad de pertenecer fue lo que me llevó a contarles a los que iban por los campos que en el Telesterion hicimos todos un tejido compacto con nuestros cuerpos… (“En este éxtasis de la revelación… sintieron la unidad de Dios, y la unidad de Dios con el alma; ellos fueron liberados del engaño de la individualidad y conocieron la paz de la absorción en la deidad”) esa era la manera de saber que la muerte es poco menos que una broma, que por más oscuro que sea el principio, siempre habrá una realidad más bella que cualquier caricia… “(La creencia en la transmigración de las almas, la reencarnación, parece haber sido fundamental para la visión de los misterios y esto proporcionó a las personas una sensación de paz, en el sentido de que tendrían otra oportunidad de experimentar la vida terrenal en otras formas)” y ahí yo quería ser césped suave, agua de río, hoja de árbol, ojo de león… pero he divulgado el secreto y quizá mi condición monstruosa dure para siempre… no temo a la destrucción, temo a la soledad de los monstruos… no quiero ser un minotauro, no quiero ser una sirena… amo mis piernas, amo mis dos ojos… pero fue tan hermoso ser un edificio de paredes compactas dentro del cual experimentamos el más intenso placer… no fui capaz de guardar silencio…
He hablado, he puesto en palabras lo que mi cuerpo ha sentido, heme aquí entonces, poderosa Deméter, haz en mí espíritu, en mi carne, en mi alma, según tu designio.”
Fragmentos tomados de:
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-32/los-misterios-eleusinos-los-ritos-de-demeter/
II
La Diosa, quien “les enseñó sus misterios: santas ceremonias que no es lícito descuidar ni escudriñar por curiosidad ni revelar, pues la gran reverencia debida a los dioses enmudece la voz” encarnó en una doncella en ese momento y pidió al desdichado que levantara su frente, puesto que la había pegado a la tierra en el umbral del templo sagrado, tocó su rostro del lado derecho y al tacto de la divina mano del ojo del desdichado salieron insectos varios, coleópteros y pequeñísimas mantis del color de la arena, diminutas palomas grises y azules; al tiempo que dichos animales se perdían entre los campos de trigo el hombre recuperaba su forma humana, mientras la divina Deméter lo nombraba Hierofante, “quien ejecuta la iniciación y toma las cosas de la cámara, y las distribuye a todas las que llevarán el kernos en derredor en el baile…”; quiso así la bondad de la dadora de granos para el sustento de los mortales que a partir de entonces el desdichado ocupara el lugar de honor dentro del templo donde habría de guardar el secreto, por el tiempo que su vida terrena tuviera duración.
Fragmentos tomados de:
El camino a Eleusis: Una solución al enigma de los misterios. R. Gordon Wasson, Albert Hofmann y Carl A. P. Ruck. Fondo de Cultura Económica.