Por Jaime García Chávez
Por reforma relativamente reciente a la Constitución General de la República, México es un país laico. Si bien el laicismo alcanzó sólidos triunfos durante el siglo XIX, básicamente por la obra de Benito Juárez, y ha bregado tenazmente en contra del dogmatismo y la intolerancia de una iglesia ultramontana, no ha terminado por sentar sus reales con una existencia cívica que se practique en todas partes y por todos.
El laicismo no está en contra de religión alguna, simplemente establece bases para definir las esferas de lo público y lo privado; es generoso en cuanto prodiga los valores de la tolerancia y el entendimiento entre los ciudadanos.
Los conflictos iniciales en los que se involucró, ciertamente fueron contra el dogmatismo y el oscurantismo que primó al amparo de guerras de religión y la pretensión de imponer cánones como verdades inamovibles, lo que chocó con las grandes batallas que dio la Ilustración en muchas partes del mundo.
Ahora el laicismo ya no es sólo una batalla contra la imposición de verdades impuestas verticalmente y de naturaleza religiosa; más allá de esto, avanzó en una idea clave que genera concordia y cohesión al interior de la sociedad, y se resume en la idea de que el laicismo tiene que ver también con la pretensión de imponer ideologías, del tipo que sean. Especialmente la prohibición rige para quienes se hacen del poder y tratar de imponer sus convicciones al margen de las responsabilidades establecidas en las leyes y la Constitución.
Pongo estos párrafos como una especie de vitrina para observar lo que está sucediendo en nuestro país en estos días, que se habla de la “nueva escuela mexicana” y de los libros de texto gratuitos, un tema que desde luego requiere una reflexión de fondo y no lo que hemos visto como discurso prototípico de la vieja derecha mexicana, de raíz católica, nutrida en las añejas e inoperantes herencias que dejó la Guerra Fría, que predominó durante muchos años en la segunda mitad del siglo XX.
Esta derecha ha llegado al extremo de decir que los textos fomentan el comunismo, lo que no tiene asidero alguno. En el estado de Chihuahua, congruente con sus orígenes y convicciones más profundas, la gobernadora del estado se ha sumado a este anticomunismo, no recientemente sino de larga data.
Sin embargo, lo que muestra es su esquizofrenia política, su doble o triple personalidad. Ha dicho que lo que hay en México, con el gobierno de López Obrador, es el despliegue de un comunismo arcaico, al que está dispuesta para romperle el hocico, cayendo por dos vertientes: en primer lugar, la natural de sus convicciones, que antepone a la responsabilidad pública en favor de sus creencias personales; y en segundo lugar, violenta el carácter laico de nuestra república de una manera inocultable.
Si como gobernadora respetara la Constitución, no iría en demérito de sus creencias, pero respetaría la pluralidad que hay en Chihuahua en materia religiosa, pues es obvio que no nada más hay catolicismo, como se puede demostrar fácilmente.
Por sí, o por otras ramificaciones de entidades privadas, acusan del sesgo que hay en los libros de texto gratuitos, pero tras bambalinas trabajan todos los días para posicionar al rancio catolicismo, como paso a observarlo:
Hacia finales del mes pasado, hubo un diplomado internacional impartido por la Academia Internacional de Líderes Católicos, apoyada por el gobierno de María Eugenia Campos, que se celebró aquí en la ciudad de Chihuahua, figurando como apoyador adjunto el fanático Marco Bonilla, alcalde del municipio capitalino, con el que celebraron convenios que riñen con el carácter laico de nuestra república.
Esos convenios están en contra de la letra de la Constitución, no tienen facultades para suscribirlos; y lo saben pero lo pasan por alto, precisamente porque no han entendido –o no quieren entender– que el laicismo protege a la sociedad para que quienes ocupen el gobierno, sean de las convicciones religiosas que sean, no deben inclinarse privilegiadamente hacia ninguno de los lados.
Chihuahua puede llegar a tener gobernantes evangélicos, pentecostales, mormones, menonitas, ateos, comunistas, afines a cosmovisiones étnicas, en fin, de todas las variantes; pero no tendrán derecho, ninguno de ellos, a tratar de imponer ni dogma ni creencia alguna.
Por ejemplo, el alcalde Marco Bonilla, católico que bendijo con un capellán su propia oficina, como exorcizándola, se empeña en hablar de un solo modelo de familia que ya no se sostiene en la realidad porque hay diversidad de familias, como lo demuestran no sólo la sociología y la antropología, sino los libros del Registro Civil.
Dice Bonilla que no podemos ser una sociedad hipócrita, pero habrá que ver lo que se gasta en publicidad pagada por el erario en favor de su imagen personalísima, alimentando su propia carrera política, y además presentándose como ferviente católico, porque sabe que hay muchos ciudadanos católicos, y eso es hipocresía, y a su manera, cinismo.
Nos dice que la Academia Internacional de Líderes Católicos es “un faro de esperanza”. Qué dirá cuando lo mismo puede afirmar algún morenista renombrado. Para entender esto y precisamente para construir una sociedad tolerante, está el laicismo que los gobiernos panistas en Chihuahua no respetan.
Guardando las apariencias, la gobernadora Maru Campos no estuvo en el evento; en su lugar envió como representante a María Eugenia Galván, su madre y directora del DIF estatal, que dio fe pública de las convicciones domésticas y no perdió la oportunidad, “a nombre de la titular del Ejecutivo”, de felicitar al cardenal Carlos Aguilar Retes, por “el largo trayecto de su sacerdocio”, y todo lo que significa lanzar el mensaje de que el actual gobierno es católico y quiere imponer esa fe, desentendiéndose de que vivimos en una república laica.
Como muestra de humildad cristiana, la firma del convenio terminó en El Casino de Chihuahua, sede de la añeja élite local.