Camou: Las disputas por los libros de texto

Por Ernesto Camou Healy

Impresiona constatar tanta pasión en la polémica sobre los libros de texto gratuitos que anunció el actual Gobierno. La caja de doña Pandora se queda chica frente a la multitud de opiniones, sentires y veredictos un tanto anacrónicos que desató el anuncio de las nuevas versiones de los libros de texto que, con regularidad, son reeditados para adecuarlos a la historia reciente y a las necesidades pedagógicas de escolares y maestros.

Los libros de texto son instrumentos para la educación de la niñez y necesarios para un esfuerzo pedagógico que se define como gratuito. Adecuarlos es tarea que realizan los especialistas en educación coordinados por la Secretaría de Educación Pública y con la participación de maestros y maestras en activo. Para ese fin hubo foros y sesiones de trabajo por todo el territorio nacional. No fueron clandestinos, pero son muchos los que se dicen sorprendidos y que han pasado, en muchos casos sin conocimiento de causa, a una reprobación casi absoluta, y al insulto y la acusación precipitada, en el afán de descalificar el esfuerzo y desautorizar al Gobierno que lo impulsó.

Ahora bien, las críticas y lamentos no parecen demasiado originales. Ver a un locutor de la TV calificar de “comunistas” los textos parece un sainete anacrónico y fuera de contexto; escuchar al líder del PAN recomendar a los padres cercenar las páginas de los libros con las que no estén de acuerdo deja ver un discurso que recuerda a Hitler o Pinochet.

Basta ir medio siglo atrás para encontrar episodios semejantes, con consignas similares a las actuales que parecen suspendidas en un periodo aislado del devenir de la historia, de las tecnologías y los cambios culturales del último medio siglo.

Un antecedente añejo fue la iniciativa en el Gobierno del general Lázaro Cárdenas, de imprimir cuatro y medio millones de libros sobre la vida y el trabajo rural, y que versaran sobre la fauna y flora, suelos y las cooperativas familiares. Las protestas de sectores de la Iglesia, y de padres de familia de clases media y alta, que argüían que en ellos se “promovía el odio contra los llamados explotadores”, impidió su publicación.

Quizá la reacción más extrema fue la que tuvo lugar en Monterrey, en 1962, en contra de los primeros libros de texto gratuitos diseñados en el Gobierno de Adolfo López Mateos, con Jaime Torres Bodet como su secretario de Educación, que provocaron un movimiento auspiciado por las grandes empresas de esa ciudad y que utilizaron una alta dosis de falsedades y embustes para tratar de impedir que se usaran en las aulas de Nuevo León y todo México.

En ese tiempo algunos grandes empresarios neoleoneses tenían un serio desencuentro con el Gobierno sobre los cambios que se esbozaban en lo laboral, como el reparto de utilidades, los salarios mínimos y la reinstalación de trabajadores despedidos injustificadamente, y aprovecharon los libros de texto para añadir una presión más al régimen. Sin escrúpulo alguno utilizaron periodistas y líderes de opinión para acusar a la iniciativa de socializante, precursora del comunismo, destructora de la familia y pervertidora de inocentes: En realidad lo que pretendían era impedir la educación de las clases populares, y que el Gobierno diera marcha atrás a las reformas legales en asuntos de trabajo.

El 2 de febrero de 1962 organizaron una manifestación en Monterrey y dieron el día libre a obreros y empleados para que asistieran a la marcha. Se juntaron unos 150,000 participantes, y los oradores se dedicaron a “defender” a la Patria, al catolicismo y la libre empresa, frente a la “amenaza comunista” como una manera de presionar y desautorizar al Gobierno y sus iniciativas.

Ahora, 60 años después, con otra ciudadanía y distinto escenario, en vez de dialogar y debatir, repiten los mismos guiones y falacias, y utilizan portavoces duchos en el engaño, para desacreditar un Gobierno que fue elegido democráticamente pero que repudian: Una manera falaz de hacer política.

Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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