Por Jesús Chávez Marín
La quincena pasada una amiga muy querida apareció en el café con una herida de este tamaño en la yugular, pero muerta de risa: había gastado el 75% de su aguinaldo en una cirugía plástica de lo más sanguinaria.
—Es lo que me regalé de Navidad —dijo.
Nos volteamos a ver los comensales allí presentes, en la mesa eae del Degá: muy pocos se atrevieron a mirar ni de reojo aquella cicatriz que se asomaba entre vendajes discretos: nadie quería suspenderle el entusiasmo, porque, al fin y al cabo, en esa mesa de cantina todos andamos ya dando el cincuentazo, y cualquiera de nosotros puede guardar entre sus propósitos de año nuevo darse una hojalateada algún día, cuando agarre agua la nube.
Pero nuestro amigo Esteban no pudo resistir su elocuencia de filósofo yogui, entonces habló estas palabras:
—Estás mal, Hortensia, te equivocaste de estrategia tal como en otro tiempo lo hiciera Consuelo Llorente Aura: en vez de aceptar el movimiento natural del tiempo y ajustar tu cuerpo en armonía, elegiste buscar en los cuchillos: el bisturí desde ahora no podrás detenerlo, si no, mira lo que pasó con el bello rostro de Verónica Castro: la mueca del reloj quedó petrificado en la sonrisa y el colágeno.
Para no hacerte el cuento ya más largo, continuó Esteban, la belleza es un recurso renovable, por supuesto, como todos los organismos vivos, e incluso algunos de los muertos: lo que debes hacer es aceptar que la lozanía de tu cara se recupere con saludables formas de nutrición y de ejercicio, y no avanzar de un solo golpe a punta de fileros y costuras en la carne viva. Y sobre todo, aceptar que tu belleza debe ser la de una mujer de 48 años, que es tu edad, y no la de tu bella hija de 17.
—Cómo te atreves a decir mi edad aquí delante de todos, barbaján insolente y navideño, ¿qué no sabes que para las damas es su secreto más delicado? —replicó Hortensia indignada.
—Tú la dijiste antes que yo: está en el registro federal de causantes escrito en ese papel que pusiste sobre la mesa, y en la orgullosa herida de tu lindo rostro, misma que te costó un ojo de la cara, según indica la factura que también pusiste a la vista.
Todos permanecimos en silencio y un poco aburridos.
Un momento más tarde, cambiamos de tema.