Por Guadalupe Ángeles
En este momento estoy haciendo la película de mi vida. Una voz en off dice a los espectadores que tengo frío en los tobillos mientras ellos ven a una mujer que viste un grueso sueter, escribe en un cuaderno y alternativamente se ve en un espejo negro colocado frente a ella. También verán los objetos que están sobre su escritorio. El filme posee un aroma intimista que tal vez agrade a los amantes del mal cine francés. Es lento. Se escuchan lejanos motores y graznidos de aves que nunca se ven, como si ella se encontrara en algún lugar alejado de la civilización (pero no tanto); es por supuesto bella, está más que demostrado que la belleza es más taquillera que la simplicidad. Un personaje real no es. No puede hablarse de la propia vida sin teatralizar un poco o un mucho; todo depende, claro, de la mirada, ¿cuántas veces no hablamos de tragedias que trastocaron para siempre nuestras vidas y bajo otra óptica fueron simples errores de crianza? El espíritu del cuento del cisne nacido entre patos ha perdido vigencia. El gran público exige no soñar demasiado so pena de indigestarse. Quienes vieron en su infancia Los diez mandamientos acaso valoren la paleta de colores de la cinta, o la pista musical, pero las tragedias (por los años que han cumplido, claro) les mueven a risa, no a conmiseración.
Es cierto que prefiero ser intimista (afronto el hecho de resultar un poco insípida) a extenderme en las salsas gore que quizá pudieran convertir esto en un éxito que atraiga a las masas; me gustaría más que el personaje conserve sus cuatro extremidades y la cabeza en su lugar hasta el final; en cuanto a la conservación de su cordura, todavía no tomo una decisión, es difícil si el director es como Dios para las pobres gentes de su cuento, eso no significa que no pueda ser también un demonio en extremo cruel.
Me encantaría que fuera un filme filosófico, sería bueno buscar locaciones en algún cerro cercano para que la personaje observe la inmensidad sobre una piedra (hay que cuidar la porosidad de las posibles piedras, si tienen musgo o no, los costos contemplados no cubren gastos hospitalarios), también se debe decidir la tonalidad de la luz que reciba sobre el rostro mientras las aves invaden con sus sonidos característicos las escenas donde ella mesa sus cabellos sin melodrama, acaso con una muy soterrada coquetería; no vaya a incurrir en la vulgaridad; de hecho, las escenas donde huye de su cama, literalmente, para escapar de espantosas pesadillas, deberá ir vestida como si el invierno fuera de lo más crudo.
Sé que he iniciado una empresa tal vez desmesurada en relación a mis fuerzas; sin embargo, todo sueño tiene un costo y aunque nunca vea en pantalla grande a una bella actriz siendo yo misma, ya la mera idea alimenta mi gana de no mentir, o no demasiado; un retrato honesto de uno mismo quizá sea mejor recibido que una agotadora epopeya donde la esencia de la vida se disuelva en majestuosas escenografías o en persecuciones inútiles llevadas a cabo a todo trapo en calles de ciudades desperdigadas por todo el mundo, además, no tengo presupuesto para eso.