Por Ernesto Camou Healy
El 22 de febrero fue Miércoles de Ceniza. Ese día inició la Cuaresma, el periodo en el cual los creyentes deben prepararse para la Semana Santa, en recuerdo de la Pasión y Muerte de Jesús, y su posterior Resurrección el día de Pascua, que este año será el domingo 9 de abril.
Si bien la Cuaresma y la Pascua son el momento de recogimiento y reflexión más importante del calendario anual de fiestas religiosas, en estos tiempos secularizados, para la mayoría de la gente es ante todo una esperanza de una semana sin clases en las escuelas y tres días de asueto para buena parte de los trabajadores: Se trata del periodo conocido como Semana Santa que ha ido perdiendo aceleradamente su carácter piadoso.
Si bien en las iglesias y parroquias se busca mover a los fieles para prepararse y participar con devoción en las ceremonias de los días santos, parece más frecuente que la mayoría siga con sus rutinas y se apreste a disfrutar unos días de solaz que algunos consideran urgentes o, al menos, convenientes. Sin embargo, en Hermosillo, en este antiguo Pitic, y en muchas poblaciones de la región, hay varios grupos de moradores que continúan celebrando con vigor y dedicación la Cuaresma y los acontecimientos fundamentales que culminan en la Semana Mayor.
En los pueblos yaquis la Cuaresma es el centro de la vida anual de las comunidades, es un acontecimiento trascendental, una celebración comunitaria en la que participan todos y convierte la vida cotidiana en un continuo anuncio del acontecimiento señero que tendrá lugar en los días santos. Las comunidades yaquis cuentan con un elaborado ritual que implica a todos los vecinos y que los ayudan a prepararse para la Gloria que se abrirá el Sábado Santo.
Hermosillo cuenta con algunos barrios yaquis, en los cuales se ha celebrado el muy antiguo ritual de su Cuaresma. Desde el Miércoles de Ceniza empiezan a surgir en los templos de sus vecindarios, pequeñas bandas de “fariseos” o “chapayecas” que, cubiertos con frazadas y portando máscaras estrambóticas que evocan animales fantásticos, se dedican a recorrer calles y manzanas, danzando a veces solos o en grupos más o menos coordinados, sin hablar y aceptando una dádiva de los transeúntes. Por las noches se retiran a su comunidad, donde pernoctan en una ramada que es refugio y descanso. Están cumpliendo una promesa: Durante 40 días sólo se comunican a señas, van por las avenidas y plazas danzando y anunciando el misterio de la Pasión de Cristo y la Gloria en la que culminará la Pascua.
Los “chapayecas” que deambulan por Hermosillo, bailando y haciendo travesuras, son parte de un ritual religioso, y están convirtiendo a la ciudad entera en una especie de templo ampliado, el cual consagran con sus bailoteos y representaciones, y nos hacen partícipes a todos, nos invitan y nos anuncian, el misterio de la Pasión y Pascua cristiana.
En la tradición yaqui los fariseos son los espíritus del monte que invaden los pueblos con una misión que poco a poco se les irá develando: Buscar y encontrar a Jesús, aliarse con los soldados de Roma, otros personajes en este drama, para llevarlo a su pasión y atestiguar su paso a la Gloria. Es un rito al que se entregan totalmente desde el día de la Ceniza hasta el Sábado de Gloria. Es una tradición enraizada profundamente en la vida y cultura de la etnia desde que los misioneros jesuitas arribaron a principios del siglo 17 y comenzaron a esparcir entre ellos la Buena Nueva, y ellos fueron configurando una manera suya de vivir el cristianismo desde su experiencia de comunidad.
Se trata de la manera característica de la etnia yaqui, de expresar su convicción de que en la Pascua de Cristo se hace patente el misterio de Dios que se hizo hombre y que venció a la muerte cuando se abrió la Gloria…